Clavius vive fiesta astronómica por eclipse solar

Lun, 21 Ago 2017
Para observar un eclipse total de Sol en la CDMX pasará más de un siglo, afirma investigadora
  • (Iván Cabrera/IBERO).
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El ingeniero Juan Balassa sonríe y saca su celular del bolsillo. “¡Qué bárbaro! ¡No lo puedo creer! ¡En mi vida había visto tanta gente aquí! Tengo que fotografiar esto”. La azotea del edificio S de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, donde se encuentra el Centro Astronómico Clavius, luce abarrotada.

Niños y niñas, adultos, investigadores y estudiantes se dieron cita para ver el eclipse total de Sol, que en el caso de México fue parcial —sólo se aprecia una ‘mordidita’—; no importaron las largas filas que recorrieron dos pisos del edificio ni el calor que se ensaña con los asistentes.

Una chica toma los lentes especiales de observación y se le ilumina el rostro. Voltea al cielo y dice: “¡Wow! Se ve increíble”. Su acompañante hace lo mismo, busca al Sol a ‘ciegas’ y halla al astro firme en medio de las nubes. Sólo una parte de él ha sido tapado por la Luna. No importa, es testigo de un fenómeno que pocas veces se ve.

De acuerdo con la Dra. Lorena Arias, coordinadora del Clavius, para que podamos ver un eclipse total de Sol en la Ciudad de México tendremos que esperar más de un siglo, por lo que el de esta tarde —que cubrió sólo 26% del astro desde nuestra ubicación— se debía apreciar de cualquier manera.

Un niño camina decidido con su playera de futbol. Se dirige hacia uno de los telescopios y observa detenidamente el cielo. Se emociona. Seguro recordará este día, como aquellos señores que se reúnen en círculo y hablan sobre lo ocurrido en 1991, cuando ‘cayó la noche’ en la capital del país, durante el más reciente eclipse solar total que tuvimos.

Poco a poco se llena el Clavius. Aparecen sombrillas y botellas de agua, pues el Sol no da tregua. La gente sonríe y se presta sus herramientas de observación: lo mismo el par de lentes especiales que binoculares con filtro. Un señor lleva un pedazo de vidrio para soldar y lo presta a quienes se lo piden. Todo es hermandad en la azotea de la IBERO.

Se ven cámaras por todos lados –sobre todo de los celulares—, se activan para captar el momento —tanto en el cielo como en la tierra—. Algunos se las ingenian y usan los lentes negros para tomar imágenes del Sol; mientras que otros aguantan estoicos la fila enorme para captar la instantánea desde un telescopio dispuesto para smartphones.

El fenómeno comienza a retroceder. La 'mordida' al Sol se desvanece y recupera su redondez. El evento ha pasado, pero los asistentes siguen observando al cielo. Todo regresa a la normalidad. Ojalá que el Clavius viva nuevamente una jornada como ésta: una fiesta para divulgar la ciencia.

Iván Cabrera

 

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