Mural de la Biblioteca muestra la vocación humanista de la IBERO

Lun, 10 Dic 2018
El Mtro. Francisco Messeguer desarrolla una propuesta artística para homenajear la labor educativa de los jesuitas en México
  • El mural da testimonio del papel de la Compañía de Jesús (Alberto Hernández/IBERO).
  • El mural presenta imágenes que ilustran el trabajo misionero y educativo de los jesuitas en México (Alberto Hernández/IBERO).
  • El mural del maestro Francisco Messeguer es una invitación a leer los libros que dieron vida a sus imágenes (Alberto Hernández/IBERO).
  • Entre las paredes de la BFXC, la seriedad del trabajo y del estudio, de la lectura concentrada en silencio, también convive con espacios y momentos más proclives a la relajación de la conversación, del juego y de la risa (Alberto Hernández/IBERO).
  • El mural de la BFXC permitirá refrendar la vocación humanista de la IBERO (Alberto Hernández/IBERO).
  • La biblioteca es el corazón de la IBERO (Alberto Hernández/IBERO).
  • El Mtro. Messeguer muestra los patrones de su mural (Alberto Hernández/IBERO).
Por: 
Carlos Mario Castro

En un inusual artículo sociológico, porque sostiene nada más y nada menos que la escritura no se inventó para la comunicación, Niklas Luhmann señala que “el ser [la metafísica, la filosofía en general] nació en el papel” (Luhmann, 2002, p. 14).

De igual modo se puede afirmar que la Compañía de Jesús también tuvo su cuna de nacimiento en el papel, como una de las más notables consecuencias provocadas por la invención de la imprenta y su revolución tecnológica en los albores todavía optimistas del Renacimiento. Los cimientos fundacionales de la orden jesuita se pueden rastrear en cuatro escritos decisivos para su nacimiento como organización religiosa: el manual de los Ejercicios Espirituales, la Fórmula del Instituto, las Constituciones y la Autobiografía de Ignacio Loyola (O’Malley, 1993, pp. 17-40).

Muchos años antes, la Vita Christi de Ludolfo de Sajonia, y otro libro que narraba la vida de los santos, libraron una gran batalla en la imaginación de quien entonces se hacía llamar Íñigo López de Loyola, una escaramuza de letras contra el influjo de aquellos otros libros profanos que llamaban de caballerías, en los que la voluntad y los sentidos del lector se relamían gustosos con las grandes gestas heroicas y el galanteo fantasioso a inalcanzables cortesanas. Al final ganaron los primeros, quizá porque “la religión, el contacto con Dios, nos eleva hacia el conocimiento. [Y saber] Leer es esencial” (U. Eco y J. C. Carriere, 2009, p. 236).

Estas experiencias de lectura intensa permitieron al fundador de los jesuitas descubrir el arte del discernimiento de espíritus (la sabiduría característica de los jesuitas para cribar las mociones tanto del individuo como de su contexto histórico). Los libros y su impronta en la imaginación también fueron cruciales para que este gran revolucionario de la vida religiosa cambiara su nombre al de Ignacio. Un detalle que no sólo es indicio de conversión religiosa, sino evidencia fehaciente de que leer puede ser tan transformador que quien lo hace jamás vuelve a ser el mismo.

Un mural en el corazón de la IBERO

Lo escrito cobra mayor sentido al pensar el significado que entraña instalar en la Biblioteca Francisco Xavier Clavigero (BFXC) un mural con una síntesis de la historia de la Compañía de Jesús, desde su fundación hasta los momentos pasados y presentes más importantes de la orden, tanto en Europa, el lejano Oriente, como en América Latina.

El mural presenta imágenes que ilustran el trabajo misionero y educativo de los jesuitas en México entre los indígenas. Su acompañamiento espiritual, pero también intelectual a la Décima Musa Sor Juana Inés de la Cruz. El trago amargo de su supresión y exilio en la Rusia imperial de los zares. Su entrega indeclinable en favor del humanismo y las ciencias.

Así como otras estampas más contemporáneas que nos recuerdan el precio que han pagado por su decidida opción de predicar y construir la fe acompañada de justicia (la evocación gráfica a Miguel Agustín Pro S. J., a Ignacio Ellacuría S. J., y a los otros jesuitas universitarios asesinados, junto con dos mujeres del pueblo, en la UCA de El Salvador en noviembre de 1989). La referencia al Papa Francisco, el primer jesuita en dirigir los destinos de la Iglesia católica en un momento de gran crisis mundial. Y por supuesto ahí está la Universidad Iberoamericana y su biblioteca, como un árbol cuyas raíces buscan abrevar de esa fuente primigenia que es el legado fraguado por la Compañía de Jesús en todo este tiempo.

En cierto sentido no hay mejor lugar para resguardar y proyectar el brillo de este mural que la BFXC. Eso porque la historia de la Compañía de Jesús como lo atestiguan sus orígenes es inseparable de los libros, de la experiencia de lectura, como instrumentos para aprender a discernir y a reflexionar. Los libros propiciaron con sus letras que estas ávidas imaginaciones religiosas despertaran al deseo de encarnarse en los problemas del mundo para proceder a la redención de todos aquellos obstáculos que impiden a lo humano alcanzar su plenitud. Esto fue lo que imaginó aquel vasco convaleciente de la casa solariega de Loyola cuando leía y se detenía a pensar en lo que pasaría si hacía -incluso si superaba- lo que aquellos libros le contaban sobre San Francisco y Santo Domingo.

Al recordarnos la tradición de donde procedemos, y el legado jesuita que nos corresponde mantener vivo y prolongar, el mural nos señala que la BFXC es, o debe ser, el corazón que irrigue con su influjo todas las operaciones de nuestra Universidad referidas a la enseñanza, la investigación, y a la difusión e interiorización del conocimiento. También nos indica que todos sus acervos están en función de construir una sensibilidad y un pensamiento a la altura de los complejos tiempos que nos toca enfrentar, que exigen nuevas y robustas ideas para resolver problemas de gran calado, para los cuales las viejas recetas de solución resultan insuficientes.

Con este mural se hace patente de manera más didáctica que la BFXC es un espacio intemporal en donde se conserva la memoria de la tradición para renovarla en convivencia con lo impreso, con lo electrónico y digital actuales.

Se trata de un mural que nos da el patrón de medida a alcanzar y superar como universidad confiada a la Compañía de Jesús: hombres y mujeres universitarios con la más alta calidad humana, académica y tecnológica, que sean réplicas para este tiempo de esos jesuitas pintados en el mural, que fueron universitarios, humanistas, muchos de ellos grandes científicos, con una visión teñida de interculturalidad porque influían en cualquier cultura y en su diversidad de habitantes, que además de capillas y otras construcciones también edificaban bibliotecas para preservar los acervos, en todas sus expresiones, de las culturas entre las cuales realizaban su misión.

En la tradición oriental del ícono se dice que su función no es la de ser contemplados sino la de observar a quien en un silencio reverencial se planta delante de ellos para ser iluminado por su mirada. En este sentido el mural también nos observa, como un libro abierto de par en par frente a nosotros que nos pregunta e impele a buscar entre los anaqueles de la biblioteca los libros que nos ayuden a conocer mejor y comprender las historias que cuentan las imágenes.

Lo dice Luhmann en su sociología del arte, cuando todavía el primado era de la palabra sobre la muda escritura, ese escuchar con los ojos que decía Sor Juana Inés, que las “representaciones pictóricas -como los mosaicos de pared en Montreale o los mosaicos de piso en Otranto- fueron concebidas como enciclopedias para el pueblo; no obstante, se hacían comprensibles sólo si ya se conocían las historias que representaban a través de los relatos” (Luhmann, 2008, p.37).

Se trataba entonces de imágenes que adquirían su significado como enciclopedia, en una sociedad que en su mayoría no sabía leer, a través de la conversación o de la prédica oral que volvía transparente a la comprensión lo representado en las imágenes.

Ahora ocurre todo lo contrario. En una modernidad configurada toda ella por la influencia de la escritura, imágenes como los murales alcanzan su sentido pleno en la comprensión de los lectores al remitirlos a esos bosques de lo escrito que son las bibliotecas. La función moderna de un mural es llamar la atención de los espectadores, para quienes es posible que el significado de las historias permanezca invisible, y estimular su curiosidad para saciarla con la lectura de los libros que tornan visible lo que permanecía en las brumas de la ignorancia.

Por eso, el mural del maestro Francisco Messeguer es una invitación a leer los libros que dieron vida a sus imágenes, para que esos textos nos enamoren y nos susciten deseos de prolongar con originalidad, en nuestra atribulada circunstancia histórica, ese modo de proceder que siempre ha caracterizado a la Compañía de Jesús, y donde los libros son la leña que mantiene encendido el fuego de la reflexión, del saber sentir y discernir para construir alternativas a la altura de los retos humanos y sociales que enfrentamos, que resuman un grado de dificultad nunca antes visto, que parece improbable encontrarles solución.

En la introducción a un libro de ensayos, Chesterton recordaba que Tomás de Aquino repetía que ni la vida activa ni la contemplativa podían vivirse sin relajarse con juegos y bromas (Chesterton, 2005, p. 23). Los jesuitas pusieron en tensión a la vida contemplativa y activa en la fórmula contemplativos en la acción, que distingue su modo particular de proceder.

Pero incluso en este más complejo talante espiritual siempre hay un resquicio para el juego y para la broma, como cuando en los momentos más álgidos de la persecución política en El Salvador de la guerra civil, los jesuitas mártires de la UCA sacaban tiempo para jugar al frontón dos veces a la semana, siempre al caer el mediodía, y tomarse el pelo entre ellos con bromas ocurrentes.

Algo de este peculiar sentido del humor también se refleja en algunas siluetas del mural, y es propio del clima que se respira en la BFXC. Entre sus paredes la seriedad del trabajo y del estudio, de la lectura concentrada en silencio, también convive con espacios y momentos más proclives a la relajación de la conversación, del juego y de la risa, incluso del amor y sus juegos indiscretos, que hacen de la Biblioteca una comunidad fraterna alrededor de los libros, a imagen y semejanza de ese ideal jesuita de ser una comunidad de amigos, de compañeros, que comparten una misión en donde leer y escribir es importante.

Al final de su vida, exiliado en Brasil por el horror del Nacional Socialismo en Europa, sin su biblioteca, pero con el recuerdo intacto de sus lecturas, Stefan Zweig escribió una meditación dedicada a Michel de Montaigne. Fue un ejercicio final de escritura con el que este paria y expatriado de todo lo que le era fundamental se preparó para entregarse a la muerte por propia mano. Y lo hizo recordando antes al fundador del ensayo moderno, para quien, según interpretación de Sweig “La cosa más importante del mundo es saber ser uno mismo. Ni una posición en el mundo, ni los privilegios de la sangre o del talento hacen la nobleza del hombre, sino el grado en que consigue preservar su personalidad y vivir su propia vida” (Sweig, 2008, p. 77).

Puede ser una exageración, un espejismo benévolo, pero la forma de la BFXC me recuerda aquella torre mucho más pequeña a la que se retiraba Montaigne para conversar consigo mismo a través de la escritura y de los libros, para reír y gastarse bromas, para mantenerse fiel a sí mismo y a su íntimo principio y fundamento. Fue su manera de amurallar y preservar su humanidad contra la violencia fanática de las guerras de religión que asolaron a toda Europa, y que diluyeron en sangre el optimismo prometedor del Renacimiento en sus horas postreras.

El mural del Maestro Messeguer, el testimonio de los jesuitas en él representado, es una invitación a hacer de la BFXC esa morada en donde guarecernos entre libros para proteger, nutrir y prolongar nuestra antiquísima y necesaria vocación humanista.

PRL/ICM

 

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