Alumnado del Programa de Liderazgo Ignaciano atenderá problemáticas en Valle de Chalco
La semana pasada, las y los alumnos de la IBERO, que formamos parte del Programa de Liderazgo Ignaciano Universitario Latinoamericano (PLIUL), visitamos la comunidad del Valle de Chalco, localizada al oriente del Estado de México. Lo que encontramos fue un municipio en condiciones de doble vulnerabilidad.
Al formar parte de la Zona Metropolitana se encuentra atrapada entre las desventajas de estar tan cerca de una de las urbes más grandes y con mayor densidad poblacional del mundo: casos sistemáticos de violencia e inseguridad, deterioro de la salud por el alto grado de contaminación de la zona, la degradación de los suelos que han perdido su fertilidad, falta de agua.
Al menos, los capitalinos podemos decir que a cambio de eso, tenemos mayores oportunidades laborales, oferta educativa, servicios básicos garantizados.
En cambio, los chalquenses tienen que recorrer diariamente largos trayectos que superan las tres horas, para llegar a su trabajo. Desde la fundación de esta comunidad, han tenido que luchar para contar con los servicios básicos como luz, agua y caminos pavimentados. Temas que aún no han quedado del todo resueltos.
Difícil que al visitar Chalco no te venga a la mente Luvina de Juan Rulfo, que describe “un lugar moribundo donde se han muerto hasta los perros”, pues fue justamente eso lo que vimos. Gente enferma, la tierra sin vida por falta de agua, animales muertos a nuestro paso en la visita a la Clara Córdoba Morán, una de las colonias donde la pobreza deja ver su cara más cruda.
Aunque pasamos dos días en el centro comunitario, nos mantuvimos privilegiados, pues a los habitantes de esa comunidad -pese a todas sus carencias- lo que les sobra es espíritu de hospitalidad, y nos lo demostraron al asegurarse de que no nos faltaran alimentos suficientes y un lugar dónde dormir desde nuestra llegada hasta nuestra partida. Además de la hospitalidad, lo que pudimos ver en sus ojos fue esperanza; esperanza de que las cosas cambien para bien.
¿Qué teníamos nosotros que ellos no? Dejando lo material a un lado, contamos con certidumbre. Si bien los habitantes de la Ciudad de México, también nos enfrentamos cotidianamente a problemas como la inseguridad, escasez de agua, servicios deficientes, baches en las calles… no se puede comparar con las carencias de aquella región tan cercana, pero que se siente tan lejana.
Los chalquenses “sólo pueden tener fe en la duda”, como dice Jorge Wagensberg. Los niños que dudan si sus padres volverán de su trabajo, de si mañana tendrán algo que comer. Los adultos dudan si mañana tendrán trabajo o si de camino a éste les será arrebatado lo poco que tienen.
Nosotros volveremos en mayo y nuestra tarea durante estos meses será analizar las formas en que podemos atender esas problemáticas que nos fueron presentadas. Lo que hagamos no deberá emular las pseudosoluciones que obedecen a políticas paternalistas de los gobiernos y que terminan por subestimar el potencial de la gente, en cambio deberán promover entre sus habitantes el desarrollo de habilidades y conocimientos que trasciendan a los tres días que estaremos ahí.
“Reconózcanse como agentes de esperanza”, nos dijo Rubén, uno de los prenovicios jesuitas que colaboran con la comunidad; una gran encomienda que asumimos con honor y responsabilidad.
Una de mis frases favoritas es: “Aquél que salva una vida, es como si salvase al mundo entero”. Aplicándola a nuestra tarea con esta comunidad, si colaboramos para alimentar la esperanza en al menos una de las personas que conocimos durante esa visita, habremos de volver satisfechos.
*Cristopher Echenique, colaborador del Centro Universitario Ignaciano (CUI) y alumno de cuarto semestre de la Licenciatura en Comunicación
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