#ANÁLISIS Qué fácil es morir en México: del asesinato a la negligencia criminal

Vie, 26 Abr 2019
Académica de la IBERO afirma que los seres humanos nos enfrentamos a un proceso en el que la racionalidad no vive sus mejores tiempos
  • Imagen de circuito cerrado del Metro Tacubaya (Círculo Digital).

No bien acabamos de asimilar el horror que genera la enorme cantidad de homicidios que se cometen diariamente en México, alrededor de 94, hasta hacer un total de 11 mil 360 personas asesinadas en el país de diciembre de 2018 a marzo de 2019, cuando nos enteramos de la muerte de una mujer en la estación Tacubaya en razón de una evidente negligencia criminal.

Cabe aquí la frase “lo que nos faltaba”. Por si no fuera suficiente con la violencia que las bandas del crimen organizado, no organizado y los delincuentes ocasionales infligen a la sociedad mexicana, amenaza de la que casi nadie se salva, alguien muere por la falta de “entrenamiento”, sensibilidad, sentido común, conocimiento, inteligencia, “aplicación de los protocolos de acción” de quienes deberían resguardar la seguridad de las personas que utilizan el Metro para dirigirse a diversos destinos.

Como es sabido, a las 07:00 horas del sábado 16 de febrero, María Guadalupe Fuentes Arias, de 56 años, sufrió un infarto cerebral en los andenes del Metro Tacubaya. Fue socorrida por miembros de la Policía Bancaria e Industrial y llevada en camilla a las oficinas de la estación en donde permaneció por espacio de tres horas. Después de este tiempo, la jefa de estación, cuyo nombre no fue reportado por los medios, ordenó fuera sacada de las instalaciones.

Conviene aclarar, que la decisión de la jefa de estación respondió a la valoración hecha por los paramédicos de la Unidad de Protección Civil de la alcaldía Miguel Hidalgo que dentro de un cubículo de la jefatura de la estación atendieron a la mujer. “Estado etílico y consumo de enervantes” fue el diagnóstico, por lo que después de aplicarle suero se negaron a trasladarla a un hospital argumentando que en tres horas ella podría salir por su propio pie, ignorando el hecho de que en una de sus muñecas traía un brazalete médico en el que se indicaba su condición, como afirmara uno de sus hijos. Pasado el tiempo indicado y a pesar de que no se recuperó como afirmaran los paramédicos, María Guadalupe, en pleno estado de inconsciencia, fue desalojada.

Con muchos trabajos, cinco policías arrastraron a María Guadalupe a las escaleras exteriores del Metro, prácticamente a la calle, como se observa en los videos de la propia estación dados a conocer por el periódico Reforma. Ya en las afueras, permaneció 26 horas tirada sin que nadie le prestara auxilio. No faltó por supuesto quien le robara sus pertenencias, incluido el brazalete. Al final, un paramédico del Sistema Universitario de Urgencias Médicas (SUUMA) que pasó por el lugar dio aviso y la mujer fue trasladada al Hospital General Regional 1 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), en donde murió el martes 19 de febrero.

Por estos hechos y a decir de Florencia Serranía Soto, directora del Sistema de Transporte Colectivo (STC), la jefa de estación y los policías se encuentran bajo indagatoria y enfrentan un proceso legal ante la Procuraduría General de Justicia (PGJ). Los agentes incluso serán sancionados por el Consejo de Honor y Justicia de la Secretaria de Seguridad Pública (SSP), de la Ciudad de México.

Más allá de si se castiga o no la acción criminal de los sujetos mencionados, incluidos los paramédicos de la Miguel Hidalgo, muchos son los cuestionamientos que obligadamente deben hacerse después de conocer este indignante y triste hecho. Aquí algunos.

Primero, ¿bajo qué criterios se elige a los jefes de estación en el STC? ¿Quién certifica la preparación del personal de seguridad y médico que brinda apoyo tanto dentro del Metro como en las alcaldías, en este caso en la Miguel Hidalgo?

Segundo, ¿situaciones como estas responden a malas decisiones administrativas y de gobierno en las que los puestos se reparten a partir de relaciones de amistad y lealtad y no en función de la preparación e idoneidad de las personas?

Tercero, ¿qué pasó por la cabeza de la jefa de estación para ordenar que la mujer fuera sacada de las instalaciones del Metro, cuando a pesar de pasadas las tres horas seguía inconsciente?, y ¿por qué ninguno de los policías que cumplieron sus órdenes fue capaz de proponer una solución alternativa? ¿A nadie se le ocurrió pedir una nueva valoración?

Cuarto, suponiendo que la mujer estuviera tomada y drogada, ¿no merecía ser protegida y cuidada hasta que estuviera en condiciones de marcharse?

Quinto, ¿puede adjudicarse el comportamiento criminal de la jefa de estación y los cinco policías, así como la falta de preparación de los paramédicos, simplemente a un error de juicio?

Sexto, ¿lo ocurrido a María Guadalupe es un indicio de una sociedad en proceso de descomposición en el que la prudencia, la compasión y la solidaridad se han convertido en bienes escasos?

Séptimo, ¿la actuación de las personas implicadas en este crimen imprudencial va más allá de un mero error y es producto de un proceso en el que el coeficiente intelectual humano está en caída libre?

Este último cuestionamiento no es producto de una especulación ociosa pues estudios hechos en Dinamarca, Gran Bretaña, Francia, Holanda, Finlandia y Estonia, por Ole Rogeberg investigador de Ragnar Frisch Centre for Economic Research (Noruega), confirman una disminución de siete puntos del coeficiente intelectual (CI) por cada generación a partir de 1975. La investigación fue publicada por Proceedings of the National Academy of Sciences.

Esta caída contrasta con el Efecto Flynn, nombre con el cual se designó al alza continua del CI, de tres puntos cada diez años, que tuvo lugar en la primera mitad del siglo XX de manera global.

Se puede argumentar que el CI es sólo un número que no permite medir de manera cualitativa las inteligencias múltiples, muy de moda en nuestros días. Se puede argumentar igualmente que existen muchos ejemplos de seres humanos destacados por sus mentes brillantes. Sin embargo, asumiendo que ambos argumentos sean correctos, no se puede negar la existencia de una serie de comportamientos que permiten avanzar la hipótesis según la cual los seres humanos nos enfrentamos a un proceso en el que la racionalidad no vive sus mejores tiempos.

La falta de luces, dirían los antiguos, se puede observar no sólo en la falta de capacidad para tomar decisiones apropiadas, sino en la insensibilidad que lleva a aberraciones como disparar en repetidas ocasiones a un bebé de un año, quien estaba en brazos de su madre, como si se tratara de una práctica de tiro al blanco (Caso Minatitlán), como disolver cadáveres en ácido (el caso del llamado ‘pozolero’) o como abandonar a una mujer inconsciente en plena calle.

Uniendo este argumento con el contexto histórico mexicano actual, se podría inferir que a una menor inteligencia se unen un proceso de descomposición social en el que progresivamente se deja de ver al otro como alguien a quien se deba ayudar y proteger, más aún se deja de asumir que se trata de un ser humano con los mismos derechos y necesidades. A esto se agrega una falta de responsabilidad y autoridad en quien debe de responder por hechos tan graves como el aquí presentado.

Ahora resulta que debemos cuidarnos no sólo de quien pretende arrebatarnos nuestras pertenencias, violarlos, herirnos, balacearnos, sino de quienes ostentado un cargo público no están preparados para brindarnos apoyo en caso de una emergencia, ni para responder de manera adecuada una vez que casos como el narrado ocurren. Y no es sólo el caso de la jefa de estación, los policías a su cargo y los paramédicos de la alcaldía Miguel Hidalgo, sino del titular de la Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) de la Ciudad de México, Jesús Orta Martínez, quien justificó la actuación de los policías al decir que “en algunos casos tiene que ver con protocolos de actuación que no son dolosos”.

En opinión de este funcionario, quien también debería ser cesado o, al menos, amonestado por esas declaraciones, sacar a la calle a una mujer con evidentes problemas de salud y abandonarla a su suerte es un “protocolo no doloso”.

No conforme con eso, Orta Martínez agregó que “los policías actuaron de cierta manera por desconocimiento, por imprudencia, pero donde no hay un dolo. En esos casos tiene que ver con falta de capacitación, falta de protocolos, instrucciones que a lo mejor un mando dio, entonces eso hay que valorarlo de una manera distinta”. ¡Bien por el personaje! Siguiendo su argumento, habría que felicitar a los elementos que arrastraron, sacaron de la estación y abandonaron a María Guadalupe condenándola a una muerte que tal vez podría haberse evitado.

Para que no se diga que en esta colaboración sólo se critica la acción criminal de la y los empleados públicos mencionados, se sugieren aquí medidas que todos y todas debemos seguir, asumiendo como probables las hipótesis aquí consignadas en especial la de un menor coeficiente intelectual, para ‘colaborar con nuestras autoridades’ en caso de accidentes.

  1. Si sospecha usted que puede ser víctima de un simple desmayo, infarto -cardiaco, cerebral o pulmonar-, ataque epiléptico, o cualquier otra cosa que se le parezca traiga en la frente, sí en la frente, el aviso correspondiente (ya vio que una pulsera no basta), además de datos que permitan contactar a su familia o amigos en caso de que usted ya no pueda hablar.
  2. Asegúrese de portar un manual básico con las instrucciones precisas sobre lo qué deben hacer los empleados, funcionarios, policías, paramédicos que le asistan en caso de necesitarlo.
  3. Procure que la redacción del texto sea lo más simple posible, de preferencia use dibujos, como peras y manzanas, para asegurar que quien lo lea no tenga dudas sobre lo que deba hacer en caso de ser necesario.
  4. Numere los pasos a seguir, por ejemplo: 1. Si no puede usted cargarme, solicite una camilla y el apoyo de otro compañero. 2. Lléveme al servicio médico, en caso de haberlo. 3. Busque entre mis ropas o bolsas los datos de un familiar o amigo y llámelo. 4. Indíquele en qué lugar estoy y en qué condición. 4. De ser posible, llame usted una ambulancia para que reciba yo los primeros auxilios en caso de que no haya una persona entrenada para hacerlo... Así hasta llegar a la penúltima indicación: Bajo ninguna circunstancia aplique usted el ‘protocolo no doloso’ de abandonarme en la calle para que me asalten y me dejen morir.
  5. Para evitar cualquier contingencia, provocada por una decisión ‘estúpida’ de quien debía protegerle, cierre usted el manual diciendo: En caso de que usted, compañeros o superior decidan abandonarme a mi suerte, guarde mis cosas en lugar seguro y por ahí encárgueme con el primero que pase, tal vez esa persona si conozca los ‘protocolos de acción no dolosos’ y esté capacitada para saber qué hacer en esos casos.
  6. No olvide agradecer cumplidamente la atención prestada a su solicitud.

Por último, no debemos olvidar que hoy, más que nunca, morir en México, en razón de la violencia sin sentido o por la estupidez humana, es un riesgo que no podemos ignorar.

*La Dra. Ivonne Acuña Murillo es académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la IBERO

 

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