El foxismo empezó antes que el sexenio de la alternancia. Se fue configurando en un estilo personal de hacer política y de paso marcó una estampa en el régimen. Ante el declive de la hegemonía del priato, el foxismo emergió como la posibilidad real de cambio político. El estilo desenfadado, ranchero, absolutamente desacralizador de la liturgia priísta, explícitamente católico e ignorante de muchas áreas de la vida pública definen lo que podemos llamar como foxismo.
El foxismo empezó antes que su sexenio porque fundó el ciclo perverso de las pre pre-campañas, sí, con doble prefijo, pues hoy no hay político que con tres años de antelación si no es que más ya está pensando en la construcción de su siguiente campaña electoral. Esta ansiedad de nuestra clase política ha formado un ciclo que pone en el financiamiento, particularmente el privado, el eje neurálgico de una campaña y a la exposición televisiva como necesariamente absoluta.
El foxismo significó el empoderamiento de los mercadólogos en la política. Los candidatos y los partidos se convirtieron en productos vendibles, los electores en consumidores y la propaganda en publicidad. Las propuestas programáticas y los debates de ideas no tienen cabida en el reino mercadológico. La imagen y la frase ingeniosa serán lo recordados en una campaña, no los proyectos de nación de los partidos. Así pues, el foxismo en campaña demostró eficacia al derrotar al partido más longevo en el poder en todo el mundo. Pero también demostró que esa eficacia en la campaña puede ser inversamente proporcional a la eficacia gubernamental.
El foxismo nos mostró que el mejor candidato puede ser el peor presidente. Y también nos mostró que la imagen personal poco o nada tiene que ver con la gobernabilidad. Fox se retiró con una aceptación promedio de 50 por ciento que es muy superior a la de muchos mandatarios latinoamericanos pero dejó el sexenio con una de las crisis políticas más agudas de que se tengan memoria, de la que él mismo es en buena medida responsable.
El foxismo significó la dilapidación del capital político en su máxima expresión. Fox llegó con la legitimidad política más amplia y profunda que ningún otro presidente pudo presumir en décadas. Y mes a mes, decisión a decisión, el foxismo tiró a la basura el bono democrático que los mexicanos le otorgaron. El foxismo fue incapaz de sentar las bases de un nuevo régimen, mantuvo las mismas relaciones políticas con los sindicatos corporativos y charros del priísmo. Mantuvo las mismas liturgias cívicas heredadas del priísmo hasta que AMLO lo obligó en su último año a cancelar el Desfile del 20 de Noviembre.
El foxismo fue el sinónimo de la ineptitud política. Jamás contó con un equipo de secretarios de Estado o de operadores políticos que construyeran puentes con la oposición, que se tendieran vínculos para hacer una real y verdadera reforma del Estado. El foxismo tenía la legitimidad y el margen de maniobra para tomar decisiones estructurales pero prefirió jugar conservadoramente y cuidar la imagen política. Craso error. Se fueron seis años en los que no sólo se perdió tiempo valioso sino que se crearon las condiciones para el regreso de prácticas y modelos autoritarios que supuestamente el gobierno del cambio iba a enterrar definitivamente.
Las herencias del foxismo son claras y nítidas. Por un lado significó la llegada al poder de la ultraderecha ultramontana con su cabeza de playa, Yunque. Desde Ramón Muñoz en la mismísima Presidencia de la República hasta Manuel Espino al frente del PAN, el Yunque tuvo espacios para moverse, infiltrarse en los tres niveles de gobierno, legislar y hacer realidad lo que sus fundadores en la década de los 50 imaginaron: que el comunismo no tuviera oportunidad de desarrollarse en suelo mexicano.
El foxismo hizo propia esta fobia en su odio a Andrés Manuel López Obrador. El foxismo hizo del yunquismo su principal ariete contra la izquierda lopezobradorista y ahí está de muestra la magna movilización de los hombres y mujeres vestidos de blanco contra la inseguridad pública, organizada y financiada por el Yunque. Gracias al foxismo, el Yunque se ha quedado muy bien instalado tanto en el PAN como en diferentes estratos gubernamentales, y con él una manera autoritaria, conservadora e intolerante de comprender la vida pública del país.
El foxismo nos heredó un país dividido porque fue el principal atizador del conflicto. El foxismo, en su ignorancia audaz, no pudo entender que la Presidencia de la República debía tener un perfil claramente democrático y diferenciarse con ello del uso que el priato le dio a esa institución. Pero el foxismo no sólo no modificó la institución presidencial sino que le restituyó sus facultades metaconstitucionales al despojarla de sus atribuciones de jefatura de Estado para agregarle las de la jefatura de partido. El foxismo utilizó irresponsablemente la Presidencia de la República para dividir a los mexicanos.
El primer gobierno de la alternancia estaba llamado a dotar a la Presidencia de la investidura de jefatura de Estado que le otorga la Constitución. Sin embargo, el foxismo usó la Presidencia para evitar, primero, que compitiera el principal candidato de la izquierda y, segundo, para denostar y atacar permanentemente a uno de los contendientes de la campaña presidencial. Los partidos y los candidatos tienen un papel asignado en las campañas. Es propio de ellos y de la competencia el juego rudo, pero la Presidencia debió haber jugado un papel arbitral tomando en cuenta lo disputado de la contienda. La Presidencia de la República debió haber sido garante de la unidad de los mexicanos, eso es lo que significa la jefatura de Estado y no ser, como fue, parte del conflicto.
Por eso el foxismo no podía ser pieza clave para resolver el conflicto postelectoral. Por eso el foxismo era en gran medida el responsable de la crisis en la transmisión de poderes. No podía haber arrojado la piedra y luego esconder la mano. El foxismo recuperó el uso presidencial faccioso de sus recursos para fines electorales. El foxismo dañó deliberadamente a la que a la postre sería la segunda fuerza política del país, y eso no se puede hacer por meras razones de sentido común, que en el foxismo resultó ser el menos común de los sentidos. Eso supuso la acumulación de agravios y el resentimiento político. El foxismo nos heredó un país crispado, enfrentado, con agravios, con violencia política y mucho de ello se debe a que la Presidencia se usó para inclinar la balanza hacia un lado y evitar a toda costa la llegada de la izquierda al poder. Que se diga enfáticamente. La principal herencia del foxismo es la ignorancia política, causa de muchos males y de que el país tenga que recomponerse en todas sus claves de convivencia sociopolítica.
En suma, el foxismo significó la oportunidad perdida para hacer en mejores condiciones la reforma del Estado, implicó una pérdida de tiempo monumental al apostarle a que el PAN ganaría la mayoría absoluta en 2003, situación que no sólo no sucedió sino que dejó postergadas decisiones fundamentales. El foxismo condujo al país por el camino del enfrentamiento, no entendió la necesaria pluralidad política del país. Las herencias del foxismo envenenaron el clima político. Está claro lo que no puede repetirse. Que la experiencia del foxismo sirva de base para que jamás vuelva a replicarse.