ANÁLISIS: Resurgimiento de la Presidencia Imperial, EU en la era Trump

Vie, 20 Ene 2017
El proyecto global de la nueva administración consiste en concentrar la mayor proyección de fuerza en todos los rubros: experto
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Por: 
Dr. Abelardo Rodríguez Sumano*

Donald Trump descubrió a Donald Trump al ver que su nombre se elevaba como la espuma en los ochentas. Gozó la construcción de un imperio mercantil que parecía no tener límites al amparo de su padre. Fiel a sí mismo, desarrolló un instinto que le permitió devorar a sus adversarios como un depredador. El abogado neoyorquino Roy Cohn fue una de sus más grandes influencias, después del padre, en el arte del ataque y el contraataque.

La estrategia consistía en no parar hasta ver en la ruina a sus adversarios o, incluso, que estos cerraran sus puertas. En cierta forma, ese temperamento lo explotó de niño y cultivó de adulto una vez que sabía que su historia personal era capaz de convertirse en una máquina de hacer dinero, poder y celebridad.

El magnate, desde muy temprano en su carrera empresarial, dejó testimonio de esos impulsos en su primer best seller, Trump: The Art of the Deal (1987), en el que comparte con los lectores algunas de sus ideas: la exageración, jugar con las fantasías de la gente y el gusto por “pensar que algo es lo más grande, espectacular y grandioso”.1 Para Donald Trump no sólo era una fantasía, sino el ideario de una realidad dorada.  

En este breve relato, no podemos obviar que Nueva York es la base de su fuerza porque recibió a su madre, de Escocia, y a su abuelo paterno, de Alemania. En Jamaica Queens, su progenitor construyó la base de la fortuna del magnate, quien nació poco después de la victoria de Estados Unidos sobre Japón y Alemania, respectivamente. Además, creció durante el boom económico e inmobiliario, la construcción de rascacielos, puentes suspendidos, casinos y villas de la Gran Manzana. Como muchos en su país y el mundo, se emocionó con la llegada del hombre a la luna y celebró el desmoronamiento de la Unión Soviética en 1989. No obstante, la New York Military Academy, fundada en el año de la victoria sobre España (1898), curtió el espíritu del adolecente que galopaba bajo la tutela del espíritu neoimperial de Estados Unidos que se impulsó a inicios del siglo XX. Uno de los momentos de mayor admiración del millonario son precisamente las victorias de su país sobre España, la Segunda Guerra Mundial y la caída de Moscú al finalizar la Guerra Fría.

Sin embargo, para Donald Trump, “el desastre” de Estados Unidos comienza justo en la era de Bill Clinton con la entrada en marcha del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001 y concluyen con la presidencia de Barak Obama y su estrategia en Asia-Pacífico, el Estado Islámico y Siria. Trump culpó al único presidente afroestadounidense del crecimiento nuclear de Corea del Norte e Irán. Ciertamente, el cambio demográfico le horrorizó, la migración indocumentada se convirtió en una ofensa, el rezago del potencial comercial de la cadena productiva enfureció su marcha, la violencia y la porosidad de su frontera sur concibió a uno de sus objetivos predilectos para construir su campaña: México como un problema de seguridad interior; además de China y Japón por su liderazgo en la arena comercial, la ciencia y la tecnología.

Donald Trump, acostumbrado a despedir o destruir a sus detractores con la petulancia de su fortuna, arrolló a 17 de sus adversarios presidenciables del Partido Republicano y al establishment mismo de Washington, entre junio de 2015, cuando anuncia su candidatura, y el 9 de noviembre de 2016, cuando obtiene la mayoría del voto electoral frente a Hillary Clinton, aunque perdió el voto popular, tiene la Presidencia en sus manos.  

Trump,  el outsider”, el que comprendió las frustraciones y el coraje de la población, fue el único candidato que se atrevió a “despertar a la bestia”, el que expresó con todas sus letras lo que millones de ciudadanos de su país no se atrevían a gritar y confesar en público. La propuesta de Donald Trump prendió en las redes, en los rallies, en los medios, en las calles, en las primarias… prácticamente forzó al Partido Republicano a aceptar su candidatura y posteriormente su nominación a la presidencia de Estados Unidos con la promesa “Make America Great Again”, trayendo de regreso los trabajos, agrediendo a los mexicanos y a los musulmanes, barriendo con el status quo de ambos partidos políticos, se impuso al sistema de partidos y al sistema electoral. Una hazaña histórica, un tsunami que ya dislocó la política tradicional de los Estados Unidos de los últimos 240 años. Una figura que ya cambió las dinámicas del sistema internacional en su conjunto y que potencialmente con su mandato, podría cambiar la historia de la humanidad.

Además de la Casa Blanca, Donald Trump conserva a través del Partido Republicano la mayoría en la Cámara de Representantes y el Senado, y esa posición le dará la facultad para nombrar el liderazgo en la Suprema Corte de Justicia de la Nación en unos días. No obstante, la disidencia estadounidense dentro y fuera del Congreso defenderá a capa y espada el proyecto democrático y las garantías individuales, ya lo veremos.    

Los peligros

La relevancia de la transformación en marcha se remonta a las advertencias que lanzaron los antifederalistas en 1789: Estados Unidos puede erigir—señalaron con preocupación—una monarquía despótica o un rey, si se le otorga excesivo poder al Comandante en Jefe en tiempos de conflicto.Asimismo, los antifederalistas recordaron que los fundadores de la nueva república no debían perder de vista el origen democrático de Grecia y Roma, y la evolución ulterior de su poder: dictaduras imperiales.3 Además, los antifederalistas denunciaron los posibles excesos de un poder central fuerte o los llamados a un gobierno central unido por encima de Estados confederados inconexos y sin cohesión.

En sus orígenes, cabe recordar  que se buscaba que los poderes de la Unión no estuvieran concentrados en una sola persona y que no fueran heredados, ni se  preservaran los títulos nobiliarios4, sino que los nuevos representantes fueran electos, en este último punto reside la diferencia del sistema estadounidense que buscó superar al sistema de representación británico y francés, respectivamente. Más aún, en el marco de la Convención Constitucional, los federalistas tenían el desafío de cohesionar un mandato nacional para preservar la integridad de la “más perfecta unión” a través de un gobierno central fuerte, responsable de promover la paz, declarar la guerra y establecer los tratados comerciales con otras naciones.5

 Además, los antifederalistas adujeron que para que la Constitución fuera plena debería incluir la Bill of Rights de 1791, la cual incluye diez enmiendas a la constitución entre las que se encuentran las libertades de diálogo, religión, prensa y reunión, así como el derecho a portar armas y el derecho a un juicio justo. De esta forma, se condensan las bases de un Estado democrático6 que se deberían coronar no por la voz del rey, sino por voluntad de un pueblo como principio esencial de una democracia plena7, que en el caso de Estados Unidos ha sido hegemónica8 y de manera más puntual en 1898, cuando se convirtió en imperial.9

Las advertencias de la debilidad del proyecto democrático se hicieron patentes con la llegada de George W. Bush pero nunca se había estado más cerca de la advertencia de los antifederalistas. No obstante, en más de doscientos años, la expansión territorial y virtual de Estados Unidos ha sido sistemática y sus decisiones han sido “democráticas” en más de doscientos conflictos armados pero que han tenido la aprobación del Congreso en tiempos decisorios como la guerra contra Inglaterra, en 1812; contra México, en 1846; contra España, en 1898; contra Alemania, en 1917; contra, Japón en 1945; contra Vietnam, en 1962, y contra Afganistán e Irak, en el 2001 y 2003, respectivamente.10 De manera interesante, en las fechas anteriores, Estados Unidos se expandió irremediablemente virtual o físicamente.

Eso es algo que en México, desde una perspectiva cauta pero acreditada por la historia, no podemos darnos el lujo de pasar de vista. Tampoco podemos olvidar que desde 1790 hasta la Segunda Guerra Mundial y de entonces a los ataques terroristas de 2001, la seguridad de la patria y de las fronteras forma parte del corazón y de la seguridad nacional estadounidense. Y esa no ha sido la excepción con Trump. Su campaña fue un ataque directo  a la conducción de los últimos treinta años de gobiernos republicanos y demócratas, pero lo dirigió en las figuras de Bill Clinton y Barack Obama y de manera central, en contra Hillary Clinton.

El dilema

El perímetro de seguridad del Pentágono (2001-2016) buscó anticiparse a amenazas terroristas que se pudieran internar desde cualquier punto del globo terráqueo a suelo estadounidense, sin poder contener suficientemente la inmigración indocumentada y combatir una frontera porosa, la violencia y las drogas que provienen de los Andes, Centroamérica y México, eso causó frustración en distintos círculos. En tales circunstancias, la percepción de inseguridad por parte del hegemón le ha permitido esbozar una segunda tarea que es aún más radical y profunda que la impulsada por George W. Bush porque además pretende recuperar un proyecto original aderezado por la supremacía blanca que pretende desmantelar a la primera presidencia afroamericana en la historia de los Estados Unidos.

El proyecto global de la nueva administración consiste en concentrar la mayor proyección de fuerza  militar, nuclear, energética, económica, comercial, tecnológica y de ciberseguridad de la que se tenga memoria para hacer frente a sus enemigos, Corea del Norte, Irán y el Estado Islámico, por una parte, y por la otra, para contener el crecimiento de China y Rusia, que son sus adversarios geoestratégicos. Por si lo anterior fuera poca cosa, la América del  Norte como la conocíamos ya no existe, además se ha enfrentado a la Unión Europea, la OTAN y está a favor del fin del Acuerdo Transpacífico.

Para impulsar una defensa “efectiva” de su proyección global de poder, está decidido a construir una gran muralla con México, expulsar indocumentados y terminar con los tratados que “dañan” a su economía. La debilidad e interdependencia mexicana le vienen como anillo al dedo a la nueva Presidencia Imperial, que está dispuesta a pisar y humillar a su vecino como lo ha hecho tantas veces con sus adversarios, pero esto es jugar con fuego en una vereda minada, ya que somos su flanco sur. En este sentido, sólo una respuesta de proporciones históricas que rescaten lo mejor que tenemos en todos los frentes y a todos los niveles del poder nacional en México, es lo que podría redirigir el rumbo que se vislumbra empantanado y sin brújula, pero que es más apremiante que nunca.   

*El Dr. Aberlardo Rodríguez Sumano es profesor e investigador del Departamento de Estudios Internacionales (DEI) de la Universidad Iberoamericana

Citas

1P.105

2Jackson Turner Main, The Antifederalists; criticsof the constitution 1781-1788, Quadrangle books, Chicago, 1961

3Op. cit. Turner, p.23

4Huntington, Samuel, The Soldier and the State, Harvard University Press, 1957, p.234

5La Constitución de Estados Unidos, 28-35

6Op. cit. Tocqueville, La Democracia en America, FCE, México, 1987, p.34

7Robert A. Dahl, Prefacio a la Democracia Económica, Grupo Editor Latinoamericano, 1990, p.41

8Whitehead:1985

9Millet Allan y Maslowsi, Meter, For the Common Defense, A Military History of The United Status of the America, The Free Press, 1994, p. 284; GienappHeyrman Davidson, Nation of Nations, a narrative History of the American Republic, McGraw-Hill Publishing Company, New Cork, 1990, p. 817;Montojo-Pan, Juan ¿QuéhabríaocurridosiEspañahubieseevitadola Guerra con EstadosUnidos en 1898 en Townson Nigel, Historia Virtual de España (1870-2004), Taurus, 2004, p, 64.

10Jentleson Bruce W., American Foreign  Policy. The Dynamics of Choice in the 21st Century, W.W. Norton and Company, N.Y, United States, 2004, p.34

 

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