#DEBATEIBERO: El poder suave de México y Trump, retos y oportunidades

Vie, 20 Ene 2017
La política exterior es vital para atender con seriedad la imagen del país: académico
  • El presidente de México, Enrique Peña Nieto, saluda a Donald Trump, mandatario de EU (Foto: El Sur)
Por: 
Dr. César Villanueva Rivas*

Hace algunos años, el embajador estadounidense Jeffrey Davidow nos dejó una joya analítica de las relaciones México Estados Unidos: el libro El Oso y el Puercoespín. El argumento central del texto es que la asimetría entre los dos países se puede entender a partir de una metáfora que relaciona a estos dos mamíferos, uno es un roedor pequeño equipado con un pelaje de púas, representado por México; el segundo es un animal de gran tamaño, con mandíbulas poderosas y garras temibles, representado por los Estados Unidos.

En su interacción, México es un país modesto y poco importante, pero que, en momentos de amenaza existencial, es capaz de responder con potentes argumentos defensivos, frecuentemente incendiarios. Es decir, el puercoespín-México puede levantar sus púas de manera amenazante, para protegerse, pero es incapaz de realmente alterar los equilibrios del bosque. Por otro lado, Estados Unidos es la gran potencia del periodo de la posguerra, con una riqueza material muy evidente y con un poder destructivo incuestionable. En consecuencia, el oso-EU, con su fuerza y temeridad es capaz de imponer su ley al puercoespín-México, en un bosque internacional caótico e impredecible.

Si nos preguntan a los mexicanos, estoy seguro que no nos vemos como puercoespines en la escena mundial; pero resulta curioso que uno de los embajadores estadounidenses más perspicaces que ha estado en México lo represente de esa forma. Si revisamos los estereotipos con los que asocian a México en el mundo, los resultados son apabullantes. En primer lugar, los clichés que aparecieron en el siglo XIX siguen allí: sombreros, cactus, pirámides, desiertos, indígenas, entre otros.

Aparece también la baraja cultural posrevolucionaria: machismo, autoritarismo, pobreza, Diego Rivera, el Chavo del Ocho y Frida Kahlo. Es muy revelador que el mundo no observe claramente ese poder suave mexicano que tanto presumimos internamente en nuestras políticas culturales. Me atrevo a sugerir apelando a la evidencia empírica, que tenemos dos posibilidades mutuamente excluyentes: o los ojos externos son incapaces de apreciar la grandeza cultural mexicana, o el poder suave mexicano no ha sido eficaz en transmitir las narrativas adecuadas para que perciban a México y sus mexicanos de maneras más generosas.

En el estudio que tuve el honor de dirigir La Imagen de México en el Mundo 2006-2015, encontré que si bien el poder suave de México es atractivo y tiene un carácter distintivo, a su vez, no cuenta con la presencia global que requiere, ni la estructuración adecuada, y mucho menos los recursos económicos para proyectarlo al mundo de manera eficiente. El poder suave mexicano es modesto en su concepción, reiterativo de símbolos de un pasado glorioso y demasiado solemne para jugar en las grandes ligas del consumo cultural actual.

Por ejemplo, Eduardo Cruz Vázquez nos recuerda que nuestro comercio cultural se centra básicamente con Estados Unidos, y tiene un claro déficit para nuestro país, puesto que recibimos más importaciones de bienes culturales de aquel país, que exportaciones nuestras en el marco del TLC (ver Sector Cultural: Claves de Acceso, 2016). En el caso del cine, en el 2015 México obtuvo ingresos superiores a los 25 millones de dólares para toda su filmografía, lo que equivale al salario para una película de Brad Pitt. Ciertamente, hubo decenas de premios y reconocimientos internacionales, pero el tamaño de la industria sigue siendo muy menor. Según datos gubernamentales, México ocupa actualmente el 7° en la lista de Patrimonio Mundial, Cultural y Natural de la UNESCO siendo el primero en el continente con 34 sitios inscritos en la Lista de Patrimonio Mundial.

De acuerdo al índice ELCANO de presencia global, en 2014 México ocupó lugar 21 en su “índice de presencia blanda”, que mide variables como turismo, deportes, cultura, tecnología, ciencia, educación, cooperación al desarrollo, información y migración. Leonardo Curzio nos recuerda en su magnífico libro Orgullo y Prejuicio, Reputación e Imagen de México de 2016 que México tiene un poder suave ambiguo y contradictorio, por un lado, aparece como un país reformista y como un alumno sobresaliente en la ortodoxia de las instituciones financieras internacionales, pero por el otro, los problemas de falta de libertades públicas, corrupción y fallas graves al estado de derecho, lo que impide construir una narrativa clara y atractiva para el resto del mundo.

¿Qué hacer con el poder suave y las políticas culturales de México para contener y revertir la pésima imagen que Donald Trump deja en ese país y en el resto del mundo? Se ha señalado en distintos medios que Donald Trump utilizó a México como piñata política para apuntalar parte de su campaña como candidato republicano a la presidencia. Estoy de acuerdo, pero iría un paso más adelante. Donald Trump utilizó un recurso discursivo para asociar simbólicamente a los mexicanos con tres terrores apocalípticos de la cultura popular estadounidense: zombis, seres extraterrestres y asesinos seriales.

El discurso ofensivo de Trump se basó en estereotipos caprichosos sobre México, que ya estaban instalados en la pobre percepción estadounidense sobre nuestro país, y los asoció con los temores paranoicos propios de su cultura: violadores, ilegales, asesinos, caracteres abusivos e irreflexivos; al fin de cuentas seres infectados, subhumanos y en todo sentido, desechables. La beligerancia discursiva de Trump en este último año, ha tenido un costo enorme para la reputación del país en el mundo.

Frente a este reto de la diplomacia pública, lo primero que México puede hacer es mostrar una verdadera voluntad de Estado: hacer que su política exterior tenga entre una de sus tres principales prioridades el atender con seriedad el tema del poder suave y la imagen de México en el mundo. Lo segundo es contar con una coordinación institucional impecable para hacerse de recursos y utilizarlos de la mejor forma posible. No es ocioso decir que en los últimos años el laberinto administrativo ha hecho que el tema naufrague tanto en la cancillería, como en ventanillas alternas que han mostrado una desarticulación pasmosa. No ha existido una coordinación interinstitucional del gobierno federal, pero además, no se ha incorporado a los estados de la república, a las ciudades, a sus universidades y de manera clara, el sector privado.

En tercer lugar, sería recomendable contar con una ruta de navegación que tenga claro tanto el diagnóstico como las estrategias para actuar, empezando con los contenidos pertinentes y sus alcances en tiempo y espacio. Es importante subrayar que los contenidos deben partir de un mayor énfasis en reforzar la imagen y reputación del Estado mexicano, en áreas donde verdaderamente podemos incidir: cooperación internacional, liderazgo y prestigio en los diferentes foros internacionales, asumir temas de preocupación global, como son la diversidad cultural, los asuntos medioambientales, desigualdad social y seguridad pública, ente otros.

No es ocioso insistir en que la imagen y reputación de México no va a cambiar de la noche a la mañana. Si la realidad del país no se transforma positivamente, no habrá recursos ni proyectos que alcancen. Mi aspiración sería que las metáforas sobre nuestro país no sean referidas a un puercoespín silvestre, con todo respeto a ese lindo animal, sino que los atributos mexicanos se vincularan con otros miembros de la fauna (que de momento dejo a la imaginación del lector), simplemente porque México puede aspirar a ser mucho más y tener un papel más protagónico en un bosque internacional urgido de liderazgos sensatos, dignos y creíbles.

*Dr. César Villanueva es profesor del Departamento de Estudios Internacionales de la Universidad Iberoamericana

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