#OPINIÓN COVID-19: La cultura prevalece, la política muere

Vie, 24 Abr 2020
Académico reflexiona sobre el impacto de la pandemia entre los integrantes de la comunidad artística
  • La pandemia por COVID-19 ha dejado a los integrantes de la comunidad artística como víctimas (Pixabay).
Por: 
Dr. Alberto Soto, director del Departamento de Arte de la IBERO

La pandemia de COVID-19 tiene entre una de sus víctimas al sector cultura, en todos aquellos países donde se han interrumpido las actividades remuneradas a artistas y operarios. No es expresión y retórica: los artistas y trabajadores de la cultura son víctimas. El número de personas que componen este ámbito se equipara a la población total de un país, y no de los pequeños.

Las medidas de confinamiento y distancia suponen la cancelación de eventos, y con esto se cierran las posibilidades de subsistencia de millones de familias a nivel mundial, como también de quienes tienen empleos asociados a las presentaciones, exposiciones, ferias, temporadas, muestras, etcétera.

Arte y cultura vista como entretenimiento

¿A quién me refiero con el término de artista? A toda persona que libremente crea a través de distintos lenguajes y ejerce su actividad dentro de comunidades que dialogan y se nutren de conceptos, reflexiones, denuncias, provocaciones. Artista no se define por género, no es desbancado por filosofías ni cancelado por la crítica. Lo artístico es una acción y/o resultado material o sensorial que prevalece de distintas maneras en una colectividad, en una sociedad… Asociados al arte hay millones de trabajadores, mujeres y hombres, que prestan servicios, que planifican, promueven, forman y generan condiciones de desarrollo. En contraste, la política es un ejercicio momentáneo, aunque eufemísticamente se quiera mostrar como ‘un arte’, tiene un periodo corto. Generalmente, tarde que temprano, ‘la historia’ condena la acción política porque no es capaz de ‘ordenar el caos’ o de renunciar a la tentación autocrática.

Revisando diferentes acciones de países latinoamericanos, se advierte una confusión constante en torno a la función del arte y es tratada como una simple industria que provee de entretenimiento. Los diferentes llamamientos de la comunidad artística a través de los medios de comunicación, son minimizados, infantilizados o evidenciados. A veces se juzga a ciertos integrantes como parte del mundo de privilegios; se generaliza y se parte de miradas incompletas. Se le pide al artista que se quede en su casa, que privilegie su salud, que deje de angustiarse por el futuro. Al trabajador de la cultura se le recorta su plaza, se le deja de pagar o se le dice que el show debe de continuar.

Frente a la crisis, en ciertos ámbitos políticos se piensa que las personas pueden ser felices y plenas si cuentan con internet para disfrutar de un servicio de videos por demanda; o realizar un recorrido virtual por un museo que hoy en día no se puede visitar. Distintos ministerios, secretarías y oficinas de cultura de países y estados latinoamericanos, frente a la crisis del COVID-19, han propuesto actividades ‘culturales’, que no implican sino permanecer pasivos frente a una crisis de derechos humanos.  Por supuesto, desde la política se espera que artistas y trabajadores de cultura donen su trabajo, entretengan, usen todos sus recursos. Muchos espectadores y público, no sabemos o no tenemos plena conciencia de lo que hay detrás de cada clase gratuita, cada interpretación, cada poema. En muchos sitios marginados, rurales y urbanos, las actividades culturales eran un poco de aire fresco dentro de su asfixiante realidad, y desafortunadamente no se podrán conectar a internet, pues no cuentan con éste, con luz, menos con un equipo de cómputo.

¿Estado de excepción?: vacuna contra la cultura y el arte

En gran medida, la crisis sanitaria que se desató demuestra no sólo las especificidades biológicas de un virus, sino la pauperización del Estado moderno. La carencia de infraestructura, insumos y capacitación fueron algunas de las razones que explican el colapso en los hospitales (en sitios donde sí hay servicios de salud). Las noticias han repetido incansablemente que los trabajadores sanitarios se encuentran en la primera trinchera (haciendo constantemente una asociación con respecto a la guerra) y vemos a los impávidos enfermeros y enfermeras, y doctoras y doctores caer heridos o muertos en el ‘campo de batalla’.

Ante el panorama anterior, endulzado con retórica belicista (‘vamos a ganar’, ‘triunfaremos’, etcétera), los gobernantes latinoamericanos han propuesto tomar medidas, las más de las veces de efecto inmediatista, con beneficio político: hacer entrega de despensas, bajar cantidad ínfimas de recursos a los pobres organizados en clientelas, dotar de placebos (kits de limpieza y tapabocas no estériles) y mantener un discurso constante donde equiparan con un estado de excepción.

Como si nuestros países estuvieran en una guerra más (crímenes de estado, paramilitarismo, narcoterrorismo, violencia de género, despojo y desplazamiento forzado, etcétera), algunos gobernantes piensan en tomar medidas extremas para salvar a su población (o su reelección). Usando a conveniencia la narrativa de la historia, en ocasiones en versión infantil, expresan a través de sus decisiones la supresión de garantías constitucionales o la parcialización del ejercicio de ciertos derechos humanos. Limitar el derecho al trabajo y el derecho a la cultura, se explica como daños colaterales, que no deben de preocupar a la población debido a que somos un pueblo especial, elegido, donde hay programas sociales y con una gran cultura prehispánica (non fecit taliter omni nationi).

Dentro de la población más pobre: también hay artistas y trabajadores de la cultura

La mayor parte de la población del mundo es pobre, y así lo son la mayoría de quienes se dedican al arte y la cultura. Con su corazón estrujado, los artistas levantan la voz y quieren dar a entender a ciertos participantes de la clase política que existen, que también son ciudadanos, que han decidido ejercer sus derechos y ser facilitadores para que otras personas también los ejerzan. Pero es complicado que desde el privilegio de la política se vean los beneficios comunitarios de un grupo de jóvenes haciendo títeres, de mujeres pintando murales, de hombres de la tercera edad tomando clases de baile, de niños estudiando en escuelas dignas de formación artística, de personas escribiendo novelas… El artista no siempre presiente que en el palacio donde se toman las decisiones, se apagan las luces de noche y la más profunda oscuridad se apodera de quienes ahí gobiernan.

Ya desde antes de la pandemia se veía al sector cultura como un conglomerado que podría ser útil y vestir al poder de cierto refinamiento, pero también se le menospreció por su falta de lealtad a los proyectos políticos latinoamericanos. Desde la lógica más básica, algunos políticos locales han reñido con las prácticas artísticas pues consideran que los recursos públicos no pueden destinarse a quienes se manejan con otras lógicas. En cierto momento, por esta razón al poder le gustan los artistas ultranacionalistas, ‘populares’, que hablan de herencias milenarias, que usan colores, formas y abstracciones que remiten a los paisajes y escenas bucólicas. En ocasiones, el poder político actúa a semejanza de un grupo paramilitar que contrata a un trío de música popular y le obliga a ofrecerle sólo las canciones (corridos) que  quiere escuchar.

El artista latinoamericano ha sido parte de la población sacrificable, y se le ha pedido innumerables veces trabajar gratuitamente, a participar en tequio o en mita de manera indefinida. ¿De qué comen?, ¿cómo forman a sus hijos?, ¿dónde está su seguridad social y derecho a una vejez digna?

El problema es estructural. Se han aplicado muchos programas y sistemas importados, primordialmente de Europa, para administrar las artes y fomentarlas. Se han establecido instituciones que tienen la función de bajar fondos, siempre insuficientes, y la operación, en ámbitos de extrema desigualdad, invita a ensanchar las brechas entre los artistas, generando con esto una espiral de marginación que sí genera daños colaterales a todo un país.

La tarea de un observatorio en el contexto actual

El Observatorio de Arte y Cultura, fundado originalmente por alumnos de posgrado de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, por cuarto año consecutivo, trabaja en la revisión del estado de la comunidad artística y del sistema cultural, primordialmente de México. El 16 de abril de 2020 se llevó a cabo un conversatorio denominado ‘La situación actual de artistas y trabajadores de la cultura en México’. Las personas que participaron fueron algunos ponentes de los primeros tres foros de Políticas Públicas Culturales, celebrados en 2017 al 2019.

La intención de estas reuniones está en generar revisiones específicas, incluyentes, democráticas, no personalistas, con mirada local y perspectiva de género, y a través de ejes transversales: derechos humanos, transparencia, presupuesto e infraestructura. En los años anteriores se ha observado una política sistemática que ha afectado a los artistas y trabajadores de la cultura, violaciones a los derechos culturales, afectaciones al patrimonio y un desgaste de las políticas de educación artística. El Observatorio de Arte y Cultura no es una entidad política, pero sí intenta brindar información que alimente las políticas públicas y amplíe el criterio social respecto al arte y la cultura.

El 4 de junio de 2020 tendrá lugar una siguiente sesión del Observatorio de Arte y Cultura, donde se discutirá sobre la educación artística en el tránsito de lo ocurrido recientemente, pero también en el futuro frente a un panorama adverso. Se invitará a los actores responsables de la educación artística a escuchar las discusiones que ahí se tengan, con el objetivo de que se dejen impactar por otras formas de pensamiento y otras maneras de contribuir al ejercicio público. 

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