#OPINIÓN Combatir el cambio climático es proteger nuestra salud
Este año, países como Etiopía, Kenia y Somalia no sólo han tenido que enfrentarse al COVID-19, si no también a un fenómeno que parece sacado de una película apocalíptica: una enorme plaga de langostas voladoras come cosechas. Para darnos una idea, un enjambre de 1 km2puede contener hasta 80 millones de langostas y ¡pueden consumir la misma cantidad de comida al día que 35 mil personas!, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (la FAO).
Esto tiene implicaciones gravísimas en la salud humana, ya que la seguridad alimentaria de mucha gente de la región depende de las cosechas. De hecho, datos de la FAO muestran que en los seis países del este de África más afectados por la plaga (Etiopía, Kenia, Somalia, Sudán del Sur, Uganda y Tanzania) hoy en día hay al menos 20 millones de personas que sufren de insuficiencia alimentaria.
Si bien sucesos como éste han ocurrido antes, hace años no se veían plagas de tal magnitud y se espera que éstas sean peores y más recurrentes. Hay una gran probabilidad de que el cambio climático sea la causa y es que, explica la FAO, los cada vez más frecuentes eventos meteorológicos extremos facilitan los brotes de la llamada langosta del desierto. Éste es un claro ejemplo de las drásticas consecuencias que el cambio climático puede tener en la salud pública y del por qué la acción climática es urgente.
Generalmente, cuando se habla de cambio climático nos imaginamos un oso polar rodeado de hielo derritiéndose. Si bien los efectos en muchas especies de fauna y flora son terriblemente preocupantes (¡los osos polares efectivamente se encuentran muy amenazados!), no debemos olvidar que este fenómeno también tiene agobiantes efectos negativos en la salud humana, tales como:
1.- Enfermedades infecciosas
Según el Banco Mundial, el cambio climático afecta considerablemente el riesgo de enfermedades infecciosas. Por ejemplo, al alterar los patrones meteorológicos, el cambio climático puede modificar los patrones de reproducción de los insectos que transmiten las llamadas enfermedades transmitidas por vectores (e.g. la malaria, el dengue, el zika, la fiebre amarilla y el chikungunya). Tomemos como ejemplo la malaria. La intensificación de la temporada de lluvias en regiones que sufren de dicha enfermedad ha permitido que el mosquito transmisor se reproduzca con más facilidad. Esto, debido a que esos mosquitos necesitan aguas estancadas, como charcos o agua en cubetas, para reproducirse.
Por otro lado, debido a los cambios de temperatura, enfermedades que antes estaban asociadas a lugares tropicales y subtropicales están expandiéndose a otras regiones del mundo (ya que los insectos que las transmiten ahora tienen condiciones para vivir ahí). Tal es el caso del dengue. Según la Organización Mundial de la Salud (la OMS), antes de 1970, sólo nueve países presentaban brotes severos de la enfermedad; ahora, hay brotes significativos de dengue en más de 100 países (incluido México). Es muy probable que el cambio climático esté favoreciendo el alarmante incremento de propagación del dengue en el mundo.
2.- Salud respiratoria y alergias
El cambio climático tiene un impacto importante en nuestra salud respiratoria. En la Ciudad de México son -tristemente- comunes las contingencias por la mala calidad del aire. Si bien la generación de electricidad con combustibles fósiles y el sector transporte son los más obvios culpables, el cambio climático también juega un rol importante, ya que el aumento de temperatura favorece sequías que pueden propiciar incendios. En mayo de 2019, las autoridades categorizaron de 'inusuales' a las circunstancias que provocaron una contingencia, pues en ese periodo hubo muchos incendios en la ciudad y sus alrededores. La realidad es que con el cambio climático esas 'inusuales' condiciones pueden volverse cada vez más comunes y esto es preocupante.
Además, está comprobado que las temperaturas altas propician un aumento en los niveles de ozono, el cual es un poderoso contaminante del aire y muy dañino para nuestros pulmones. Es decir, conforme la Ciudad de México siga calentándose, las contingencias por altos niveles de ozono pueden volverse cada vez más frecuentes.
Por otro lado, el cambio climático también tiene repercusiones negativas sobre las alergias. Según la OMS, esto es porque los niveles de polen y algunos alergenos son mayores en caso de calor extremo y en altas concentraciones de CO2.
3.- Seguridad alimentaria
La plaga de langostas en el este de África ha acabado con toneladas de cosechas, ilustrando perfectamente el dramático impacto que el cambio climático puede tener en la seguridad alimentaria. Pero además afecta los sistemas alimenticios de muchas otras maneras. Por ejemplo, en ciertas regiones del mundo el cambio climático ha afectado los patrones de precipitación (causando sequías o mucha lluvia) dañando a las cosechas.
Por otro lado, los resultados de un estudio del 2018, llevado a cabo por la T.H. Chan School of Public Health de Harvard, muestran que ciertos alimentos (como el arroz y el trigo) pierden propiedades nutricionales (e.g. zinc y proteína) cuando son cosechados a altas concentraciones de CO2. Según la investigación, el aumento en los niveles de CO2 puede causar que para el 2050, 175 millones de personas adicionales sufran deficiencia de zinc, y 122 millones de personas adicionales sufran de deficiencia de proteína. ¡Esto es alarmante! Especialmente, considerando que más de 2 mil millones de personas en el mundo ya sufren de algún tipo de deficiencia nutricional.
Otro punto importante concierne a los recursos pesqueros. El cambio climático ha propiciado la acidificación de los océanos a un ritmo alarmante. Recordemos que los océanos absorben una gran parte del CO2 que se emite. Cuando el CO2 es absorbido, éste se disuelve y vuelve el océano más acídico. El problema, explica la ONG Oceana, es que muchas especies marinas están siendo severamente afectadas por la acidificación de los océanos y muchas no pueden sobrevivir en esas condiciones. Los corales, los crustáceos y los moluscos, por ejemplo, son especialmente vulnerables a este fenómeno. Según la FAO, en 2017 el pescado representó alrededor del 17% de la proteína animal consumida por la población mundial. La acidificación, al afectar la cadena alimenticia, pone en riesgo esa importante fuente de nutrición.
Reflexiones finales
El COVID-19 ha dejado claro que las amenazas a la salud pública global deben tomarse en serio. Igualmente, que la salud humana depende en gran parte de la salud del planeta. Por eso, hoy más que nunca, debemos reconocer al cambio climático como una gran amenaza para la salud humana e intensificar esfuerzos para combatirlo.
Según la Agencia Internacional de Energía, el sector energético es responsable de dos terceras partes de los gases de efecto invernadero totales. Por ello, para combatir el cambio climático es esencial que el sector energético se descarbonice. En México, nuestras empresas estatales energéticas Pemex y CFE son enormes emisoras de gases de efecto invernadero. De hecho, según un estudio reciente del Climate Accountability Institute, ¡Pemex es la empresa número nueve que más ha emitido gases de efecto invernadero (CO2 y metano) a nivel mundial! Ante este escenario, es urgente que tanto el gobierno como los ciudadanos trabajemos en reducir las emisiones de nuestro sector energético y es imprescindible que se incentiven las energías renovables.
Que las dolorosas lecciones de la actual pandemia no se olviden. La salud no se debe politizar. La salud debe ser prioridad. La ciencia debe ser escuchada. Unámonos todos y exijamos que México se comprometa a combatir el cambio climático. Exijamos que Pemex y CFE se transformen en empresas verdaderamente comprometidas con el medio ambiente. Exijamos un modelo energético que priorice a las energías renovables. Hagámoslo por el planeta, por los osos polares, pero también, POR NUESTRA SALUD.
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*La Mtra. Alejandra Guraieb es abogada egresada de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, de la cual se graduó con el reconocimiento de Excelencia Académica. Se ha enfocado en la práctica del derecho ambiental y de las energías renovables. Cuenta con una Maestría en Políticas Públicas Ambientales con especialidad en energía y diplomacia por el Instituto de Estudios Políticos de París- Sciences Po. Durante sus estudios de maestría realizó prácticas profesionales en el Secretariado de las Naciones Unidas para el Cambio Climático en Bonn, Alemania.
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