Análisis académico / La visita del Papa Francisco: presiones y expectativas

Mar, 1 Mar 2016
Análisis de la doctora Ivonne Acuña Murillo, académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas
  • Foto: http://www.elpais.cr/

A unos días de la partida del Papa Francisco, la doctora Ivonne Acuña Murillo, académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas, analiza las reacciones a su visita y ofrece un balance de las actividades realizadas por el Pontífice en suelo mexicano:

Sumadas al momento actual que vive el país, las múltiples presiones y expectativas en torno a la visita del Papa Francisco hicieron de éste un acontecimiento complejo y diferente a las de los Papas anteriores. 

El México que Francisco encontró se caracteriza por las crisis de credibilidad y confianza que enfrentan las instituciones más importantes como son la Presidencia de la República, los partidos políticos, el Poder Judicial, las policías y la Iglesia misma. Esto último generó un clima que llevó al pueblo católico de México a poner sus esperanzas en la figura del Papa Francisco, quien ha logrado construir una imagen con un alto valor moral, de cierta forma separada de los escándalos protagonizados por una parte de su Iglesia, en torno a la pederastia clerical y los fraudes financieros ligados al Banco Ambrosiano.

Llegó asimismo a un país con altos índices de violencia, inseguridad, impunidad y corrupción, caracterizado por una enorme desigualdad y una muy inequitativa distribución de la riqueza económica y natural. Encontró un México que contiene muchos Méxicos: el de los indígenas, el de los mestizos, el de los ricos, el de los pobres, el de los hombres, el de las mujeres, el de los jóvenes, el de los viejos.

Halló, igualmente, una Iglesia volcada hacia los pobres, los migrantes, los necesitados, y otra acostumbrada al lujo y la buena vida, ligada a las élites políticas, económicas y de medios. Fue a esta última a la que recriminó en su discurso de la Catedral Metropolitana.

Se topó también con un pueblo profundamente religioso, sufrido, ávido de esperanza y buenas nuevas. Y fue a ese México al que el Papa le habló de manera especial.

Por su parte, se esperaba que Francisco hablara de los principales problemas que aquejan a la población y que por su intermediación las autoridades obligadas a resolverlos cumplan de una buena vez con lo que les toca. Esto es, se generó una enorme expectativa en torno a lo que el Papa podría decir poniendo en evidencia la falta de resultados de las autoridades mexicanas en sus diversos niveles.

Las desapariciones forzadas, los miles de muertos, las mujeres desaparecidas o asesinadas, los 43 estudiantes desaparecidos de la Normal de Ayotzinapa, los migrantes de Centroamérica y México, las víctimas de la pederastia clerical, los jóvenes, los reclusos, los derechos de los pueblos indígenas, temas todos que el Pontífice debía tocar de acuerdo con la necesidad de los diversos grupos sociales.

Al mismo tiempo, el Papa enfrentó la presión que sectores del gobierno mexicano ejercieron para que no hablara de ciertos temas, como lo de Ayotzinapa y no se reuniera, en especial, con ciertos grupos de inconformes, como los mismos padres y madres de los 43, por el enorme peso que un personaje de su envergadura les hubiera dado, tanto a nivel nacional como internacional. 

Entre estos dos factores, expectativas y presiones, el Papa trazó su propio proyecto en torno a la visita. Por un lado, se manifestó en la mayoría de los actos en que participó como cabeza de la Iglesia católica, enfatizando su labor pastoral y conminando, sobre todo a la alta jerarquía católica, para la cual tuvo duros reclamos sin referirse, desafortunadamente, a los abusos que muchos de sus sacerdotes han cometido contra menores, a salir de sus palacios episcopales y acercarse a la gente, mirar su rostro y leer en él sus necesidades y sufrimientos para acompañarlos y apoyarlos a cambiar sus vidas. Los invitó a “oler a ovejas”.

En otros momentos, cuando se le dio trato de jefe de Estado, asumió su posición y no confundió su liderazgo religioso con el político, aunque no todos los políticos que estuvieron cerca lo entendieron así.

Haciendo un balance final, hubo expectativas que se cumplieron sobradamente, como la de quienes sólo querían verle y ser bendecidos por él; sin embargo, hubo decepción en quienes esperaban hablara de la pederastia clerical y se reuniera con las víctimas de estos abusos, igualmente quienes esperaron hasta el último momento que mencionara a los 43 estudiantes desaparecidos.

Esto no demerita la visita ni todos los otros temas que sí fueron tocados como la violencia, el narcotráfico y el peligro que significa para la gente joven, las tentaciones que suponen la riqueza, la vanidad y el orgullo, la corrupción, las mujeres asesinadas, el adormecimiento de la jerarquía católica que ha olvidado a quien se debe, el trato a los indígenas y su derecho a ejercer la religión católica desde su propio contexto cultural, la responsabilidad empresarial, la ecología y el cuidado de la casa común, el trato a los migrantes y otros más.

De manera muy destacada se puede afirmar que uno de los discursos centrales del Papa en esta visita fue el de la responsabilidad que todos y todas tienen para cambiar la realidad vivida, para no resignarse a ser pobres, explotados, encarcelados, perseguidos, humillados, olvidados. Para buscar el bienestar en esta vida y no esperar que éste llegue con la vida eterna.

Enorme tarea dejó el Papa Francisco, quien no vino a sujetarse a las presiones ni las expectativas ajenas, no vino tampoco a dar soluciones, no vino a hacer la tarea que corresponde al gobierno y la sociedad mexicanos, por lo que los frutos que su visita pueda dar no dependen ya de él sino de quienes lo escucharon.

Ante la imposibilidad de dar gusto a todos, si se analiza la visita del Papa Francisco, desde las presiones políticas y las enormes expectativas derivadas de un contexto donde las carencias, la violencia, la crueldad y la inseguridad son el pan de cada día, siempre habrá algo que echar en falta. Las necesidades acumuladas son muchas y la respuesta del Papa no puede ser más que la de una esperanza activa, de acuerdo con la cual cada quien debe hacer lo que le toca para mejorar su vida, la de los demás y la del planeta visto como la “casa común”.

JTGI/ ah

 

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