El intrincado baile de hormonas y neurotransmisores que llevan al amor
No es que muera de amor, muero de ti.
Muero de ti, amor, de amor de ti,
de urgencia mía de mi piel de ti,
de mi alma, de ti y de mi boca
y del insoportable que yo soy sin ti.
Jaime Sabines
Por: Dr. Carlos Omar López, académico investigador del Instituto de Investigación Aplicada y Tecnología (InIAT) IBERO
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El amor, esa fuerza inagotable que ha movido corazones y cambiado el curso de la historia, sigue siendo un enigma universal. Desde los apasionados versos de Romeo y Julieta, donde Shakespeare capturó la intensidad de un amor condenado, o amores desesperados que te erizan la piel como los que describe Jaime Sabines, hasta las románticas historias del cine como Titanic, que nos recuerdan el poder del sacrificio, el amor ha sido una constante fuente de inspiración y reflexión. ¿Qué es lo que hace que el amor sea tan poderoso, tan universal y, a la vez, tan profundamente personal?
En la historia real, ejemplos de amores legendarios también nos cautivan. Desde la inquebrantable unión de Frida Kahlo y Diego Rivera, marcada por la pasión, la controversia y la creatividad, hasta el amor imposible de Abelardo y Eloísa, que desafiaron las normas de su época expresando su amor con cartas calidas, apasionadas y personales; tambíen hay amores que te motivan y hacen crecer, fomentando la equidad y el respeto como los de Marie y Pierre Curie, cada historia revela una faceta distinta de este sentimiento que define lo humano. Además, historias de amor entre personas del mismo sexo, como la de Virginia Woolf y Vita Sackville-West, o la valiente relación de Bayard Rustin con Walter Naegle, nos muestran cómo el amor trasciende las barreras de la sociedad y desafía los prejuicios. ¿Es el amor una búsqueda constante de conexión? ¿Una expresión de nuestra fragilidad o, quizá, de nuestra mayor fortaleza?
Siendo el amor un tema tan complejo, discutido por grandes filosofos como Platón que consideraba que “el amor se encuentra entre lo divino y lo humano” o Aristoteles quien interpretaba el amor como “la voluntad de querer para alguien lo que se considera bueno”, y con miras puramente prácticas y reduccionanistas, en este espacio nos detendremos a reflexionar sobre los efectos neurobiológicos del amor: ¿Qué sucede en nuestro cerebro cuando amamos? ¿Cómo las hormonas y los neurotransmisores moldean nuestras emociones y comportamientos? ¿Es el amor simplemente una reacción química o hay algo más allá de lo tangible?
Acompáñanos en este viaje a través del tiempo y las emociones, donde el amor es el protagonista y cada historia es una puerta a nuevas formas de entenderlo.
El cerebro en el amor: la ciencia de las hormonas y los neurotransmisores
¡El amor está en el aire! Pero también está en tu cerebro, y allí ocurre una verdadera revolución química cuando te enamoras, deseas a alguien o construyes un vínculo profundo. Aunque el amor se sienta como pura magia, detrás de las emociones están las hormonas, las neuronas y los neurotransmisores trabajando a toda máquina. ¿Quieres saber qué pasa en cada fase de esta experiencia humana universal? Vamos a explorarlo con ejemplos del mundo natural, pero también con un lenguaje que puedas compartir con tus amigos en una charla casual.
Primera parada: El deseo — cuando todo comienza
El deseo sexual es como el punto de partida de una carrera neuroquímica. Este impulso primordial está dirigido por las hormonas sexuales: la testosterona y los estrógenos. Aunque se asocian más con hombres y mujeres respectivamente, ambos géneros las tienen, y estas sustancias aumentan la energía y el interés por el contacto físico.
A nivel cerebral, el hipotálamo juega un papel crucial en esta fase, ya que regula la liberación de las hormonas sexuales. También se activan regiones como la amígdala, relacionada con la evaluación emocional, y el córtex orbitofrontal, que interviene en la toma de decisiones impulsadas por el deseo.
Los órganos de los sentidos son esenciales en esta etapa inicial. La vista puede captar una sonrisa atractiva, el tacto puede intensificar el deseo a través de pequeños contactos físicos. Incluso el sonido de la voz de una persona puede activar reacciones en el cerebro que aumenten el interés. El efecto de las feromonas en el olfato, que influyen inconscientemente en nuestra percepción de compatibilidad, siguen en discusión, pero es indudable que una fragancia o un perfume pueden despertar una cascada química que intensifica el deseo.
Ejemplo natural: Mira a los pavos reales. Cuando el macho despliega su vistosa cola para atraer a la hembra, está respondiendo a un torrente de testosterona que lo empuja a lucirse y competir por la atención.
En el cerebro humano, las áreas activadas durante el deseo incluyen el hipotálamo, que regula las respuestas hormonales. También entra en juego la dopamina, el neurotransmisor del placer, que te motiva a buscar esa conexión tan especial.
Segunda parada: El amor romántico — la montaña rusa emocional
Si el deseo es el punto de partida, el amor romántico es como subirte a una montaña rusa. Esta fase está dominada por la dopamina, que crea esa sensación eufórica de estar flotando en las nubes. La norepinefrina también juega un papel clave, aumentando la energía y hace que tu corazón lata más rápido cuando ves a esa persona especial.
En esta etapa, también se reduce la serotonina, lo que podría explicar por qué te obsesionas con tu pareja. Literalmente no puedes sacarla de tu cabeza porque los niveles bajos de serotonina se asocian con pensamientos repetitivos.
Desde un punto de vista cerebral, se activan regiones como el córtex prefrontal, que está involucrado en la planificación y la anticipación de encuentros, y el área tegmental ventral (ATV), una región clave en el sistema de recompensa. La ATV libera dopamina, haciendo que te sientas energizado y motivado. Por otro lado, la amígdala y el córtex cingulado anterior ayudan a procesar las emociones intensas y a crear ese sentimiento de "urgencia" emocional.
Ejemplo natural: Los pingüinos emperador, que atraviesan frías extensiones de hielo para encontrar a su pareja, también experimentan este tipo de dedicación hormonal.
Tercera parada: El apego — construyendo un hogar
Cuando el amor inicial se asienta y se convierte en una relación estable, es el momento del apego. Aquí entran en escena la oxitocina y la vasopresina, conocidas como las hormonas del "abrazo" y la fidelidad, respectivamente. La oxitocina se libera en grandes cantidades durante el contacto físico, como abrazos y relaciones íntimas, y también durante el parto y la lactancia, fortaleciendo el vínculo madre-hijo.
La vasopresina, por su parte, está relacionada con la monogamia y la lealtad. Esto se ha estudiado en los ratones de campo, unos pequeños roedores que forman parejas de por vida. Los niveles altos de vasopresina en los machos los llevan a proteger y permanecer junto a sus parejas.
En el cerebro humano, el apego activa regiones como el cáudado y el putamen, partes del sistema de recompensa relacionadas con la confianza y la seguridad emocional. También se observa actividad en el córtex cingulado posterior, que está involucrado en el recuerdo de experiencias emocionales compartidas, y en el hipocampo, que ayuda a consolidar recuerdos relacionados con la pareja.
Ejemplo natural: En el reino animal, las cosas pueden ponerse creativas. Por ejemplo, los bonobos, conocidos por sus comportamientos sociales complejos, usan el contacto físico para resolver conflictos y fortalecer lazos grupales, mostrando cómo el deseo y el apego pueden entrelazarse.
Un equilibrio complicado
Aunque estas tres fases —deseo, amor romántico y apego— tienen bases biológicas claras, no siempre ocurren de manera lineal ni separada. Por ejemplo, puedes sentir deseo sin amor, o amor sin apego. Cada cerebro es un universo, y factores como la personalidad, la cultura y las experiencias previas también juegan un papel crucial.
En resumen
El amor puede parecer un misterio, pero la neurociencia nos muestra que es un intrincado baile de hormonas y neurotransmisores. Desde el deseo inicial, pasando por la pasión romántica, hasta el apego duradero, cada fase tiene su propia "banda sonora" química que influye en cómo nos sentimos y actuamos.
¿La próxima vez que sientas mariposas en el estómago? Dale las gracias a tu cerebro (y quizá un poco a la dopamina).
Referencias
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