¿Elecciones en 2024 sin elecciones para la seguridad ciudadana?
Por Ernesto López Portillo, Coordinador del Programa de Seguridad Ciudadana de la IBERO
Es un círculo vicioso bien aceitado. Muchas personas que logran las candidaturas a cargos de elección popular no creen que las elecciones son momento para hacer propuestas sólidas de políticas públicas y la inmensa mayoría de quienes votan tampoco las exigen o lo hace de manera efímera y sin presión. Resultado, las elecciones no suelen ser aduanas que dejen avanzar las buenas y detienen las malas ideas, entre otros temas, en seguridad ciudadana.
De hecho, en estos tiempos de disputa de narrativas políticas animadas por la velocidad y la simplificación, donde se compite antes que otra cosa por la atención través de palancas emotivas, las campañas o los momentos estelares de las campañas tienen poco o nada que ver con contenidos argumentativos. Una brillante periodista me hablaba apenas sobre un posible candidato cuyo motor principal sería su atractivo físico.
Y súmenle: la crisis prolongada de violencias, delincuencia e impunidad alinea el discurso político y la desesperación social hacia el populismo punitivo (la popularidad del control penal), creándose espejismos que convencen precisamente porque se hacen cargo de construir imágenes tan atractivas como vacías y destructivas. Es un alineamiento que está completamente a la mano y no requiere pensar casi nada; solo se necesita repetir lo que enciende los resortes emocionales para persuadir, como sucede, por ejemplo, con el incremento de las penas de prisión.
Alguien diría que hablar ahora de contenidos para las campañas es demasiado pronto. Lo es si esos contenidos no requieren saberes sólidos, en efecto, pero sucede todo lo contrario si se mira al revés. Una persona que hoy tiene altas posibilidades de ser candidata y jamás ha estudiado nada respecto a cómo construir seguridad ciudadana, ¿tiene tiempo suficiente para aprenderlo?
Esto nos lleva a una discusión que no tiene respuestas fáciles ni absolutas: qué tanto debe especializarse una persona que gobierna o desea gobernar. ¿Debe o puede saber respecto a todos los temas sobre los que tomará decisiones si llega al cargo? Ni debe ni puede, si se habla en estricto sentido de especialización. Es quizá entonces un asunto de grados: ¿qué tanto debe saber de tal o cual tema, para mantener digamos la racionalidad en las decisiones -y no hacer más daño-?
En seguridad ciudadana, al menos en buena parte de América Latina, las personas en cargos de elección popular suelen repetir las malas decisiones y eso desde luego tiene varias causas, pero estoy cierto que una entre ellas es que no invierten en conectarse al conocimiento sistematizado producto de las llamadas buenas prácticas, a su vez asociadas a saberes disciplinares y no disciplinares. No ha sido diferente cuando he visitado varios países de la región: la gran mayoría compite en elecciones sin saber y sin querer saber; lo contrario es excepcional.
La diferencia entre este tema y otros es que la inseguridad está asociada a los peores temores, riesgos y daños, en ocasiones incluyendo la “normalización” del homicidio violento, convertido, por ejemplo en México, en la principal causa de muerte entre jóvenes.
Las elecciones del 2024 pueden incluir en muchas partes escasas o nulas alternativas deseables que aguanten la prueba argumentativa al estar conectadas al conocimiento pertinente. O peor, lo más probable, pueden incluir espejismos que, apalancados en la desesperación y el miedo masivos, caminen hacia políticas cuyo eje sea desplegar aún más violencia desde el Estado, prolongando así el desgarramiento civilizatorio en el que nos hemos instalado.
Estamos analizando, escuchando y dialogando sobre posibles maneras de construir puentes que al menos intenten acercar contenidos mínimos abiertos que sí puedan ser recogidos, a pesar de los incentivos que mueven las elecciones en la práctica o más bien sabiéndolos aprovechar.
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