Meritocracia se ha usado para explicar y legitimar desigualdades: académico
La meritocracia ha servido para explicar y legitimar las desigualdades sociales, al no tomar debidamente en cuenta una previa igualdad de oportunidades, indispensable para su correcto funcionamiento, señaló el doctor Fabio Vélez Bertomeu, académico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Pero tan interiorizadas como están las reglas del juego neoliberal, sería una verdadera provocación suspender, siquiera por un momento, un valor tan consagrado como el de la meritocracia; concepto que tiene el firme y difícil propósito de armonizar la democracia y el capitalismo, aseveró Vélez, en su conferencia ‘Neoliberalismo y meritocracia’, que dictó en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.
Para poner en contexto, recordó que en 1958, en su libro La ascensión de la meritocracia, el sociólogo y activista político Michael Young alertó de los peligros y abusos que este término, de ser asumido e implementado, acarrearía consigo; pues para él era evidente que la fórmula diseñada para dar con tal éxito: Mérito=talento+esfuerzo, es el correlato de una élite dirigente amparada por rendimientos académicos, que desatiende aspectos estructurales importantes que ameritan un escrutinio pormenorizado.
El autor precavía que la fórmula abrigaba profundas debilidades y vacíos, al no permitir explicar por qué el ascenso social de los estratos más desfavorecidos fuera sistemáticamente marginal; mientras que el descenso de las clases más beneficiadas no pareciera tener lugar. Tampoco se hacía cargo del sistema educativo, que en vez de promover y facilitar la movilidad social, parece interesado en la reproducción de la desigualdad estructural existente.
Al abundar en esta idea, el docente de la UNAM citó a Young: ‘Ahora que las personas son clasificadas en virtud de su habilidad, la distancia entre las clases se ha incrementado inevitablemente. Las clases altas ya no vacilan ni se cuestionan su estatus, hoy los elegidos dan por sentado que su éxito es la justa retribución a su capacidad, a sus genuinos esfuerzos. Hoy la élite asume que los inferiores socialmente, son de hecho inferiores’.
Para el Dr. Vélez, esta cita pone de manifiesto “la parcialidad con la que se delimita al mérito, cuanto la complicidad del sistema educativo para reproducirlo y justificarlo”. Ello por tres motivos: porque la noción de talento que criticaba Young todavía opera en la mayoría de las escuelas; porque no está del todo claro qué parte de ese talento sea natural o cultivado; y porque al no contemplar las escuelas ni los Estados estos sesgos, facilitan una segregación que pone segundo plano el esfuerzo, que es la variable verdaderamente imparcial para el mérito.
La herencia invisible
En sintonía con esta denuncia, el profesor de la UNAM dijo que la sociología ha dedicado innumerables trabajos “al desmontaje de esta falsa igualdad formada en la educación”. En el libro Los herederos. Los estudiantes y la cultura, sus autores, Pierre Bourdieu y Jean Claude Passeron, explican el peso incorregible que la familia ejerce en la transmisión de los diferentes tipos de capital, no sólo el económico, sino, sobre todo, el social y el cultural.
Esta ‘herencia’, discreta e invisible socialmente, discrimina sin levantar sospechas y siempre en perjuicio de los más desafortunados. “Así se entiende por tanto que las desigualdades sociales terminaran traduciéndose en privilegios, y no sólo económicos, y que como por arte de magia acabaran legitimándose en forma de méritos”, resaltó Vélez.
Para sustentar estas ideas con cifras, el invitado de la IBERO mencionó que de acuerdo con el ‘Informe de Movilidad Social en México’, seis de cada 10 profesionistas tuvieron un padre o una madre que antes logró un título de licenciatura; si el progenitor sólo estudió preparatoria su hijo tendrá una posibilidad sobre tres de hacer una carrera; y si los padres sólo cursaron estudios de primaria su hijo contará únicamente con el 12% de probabilidad.
“Así pues, una meritocracia crítica y actualizada debería no sólo cuestionar la naturalidad del talento, sino tomar debidamente en cuenta el peso invisible y determinante que la herencia desempeña en el mismo. Y todavía resultaría insuficiente”.
Para completar el cuadro de la meritocracia sería menester visibilizar el papel difuso que juega la suerte en esta combinación de variables, como señaló el economista Robert H. Frank, en su libro Éxito y suerte. La buena fortuna y el mito de la meritocracia.
Dice Vélez: “Cómo explicar, si no, que ante herencias y esfuerzos similares, los resultados y méritos se distribuyen y desarrollan de manera dispar. O incluso, cómo encajar que ante herencias y esfuerzos superiores las recompensas sean antes y al contrario menores. La suerte que es estar o no en el lugar adecuado y en el momento oportuno podría explicar estas excepciones y dotar de una variable elasticidad a la fórmula meritocrática. Y aquí no habría que soslayar el peso del capital social muchas veces olvidado, o a veces incluso intencionalmente omitido”.
Insostenible el 'techo de cristal'
De continuar indagando sobre lo anterior, la fórmula de la meritocracia merece un retoque, una variable que ponga en relieve la dominación masculina; porque “ciegos estaríamos si no advirtiéramos que, a igualdad de condiciones y de competencias, las mujeres siempre ocupan una posición menos favorecida”.
No se puede negar la existencia de una brecha salarial entre hombres y mujeres, y en este sentido, dice un estudio reciente del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), que por hacer el mismo trabajo, en México ellos ganan de media 34% más que ellas.
A esa desigualdad entre las y los trabajadores hay que añadir cómo impacta más a ellas la precariedad laboral, ya que entre las mujeres abundan figuras contractuales como medios tiempos y contratos temporales. “Es más, en un gran número de casos es muy probable que la anterior discriminación esté directamente relacionada con ese otro trabajo, informal, invisible y no remunerado, también denominado el trabajo de los cuidados”.
“De seguir con el listado, sin duda habría que incluir el cada vez más insostenible techo de cristal en las empresas. Y digo insostenible porque podemos afirmar, con cifras en la mano, que en continentes como el europeo, y en América Latina, las mujeres ya superan a los hombres en la matrícula de estudios superiores”.
Y “como una sociedad justa, tal y como viene denunciando el feminismo, no puede tolerar que la diferencia sexual se traduzca en desigualdad social, política o económica, deberíamos estar dispuestos a admitir que una fórmula meritocrática habría de velar también para que este hecho cultural no pasara inadvertido y acabara naturalizándose”. Dicha fórmula que propone Vélez es: Mérito=herencia+esfuerzo+suerte+-género.
Finalmente, el docente de la UNAM confesó que el hecho de que la variable género no estuviera en sus formulaciones previas de la meritocracia, además de avergonzarle, devela un sesgo y una miopía propias de alguien como él: un varón, blanco, heterosexual, europeo y clase mediero.
Eso “pone al descubierto también el resentimiento de una clase social que sólo puede confiar en el esfuerzo y la meritocracia para ascender y prosperar social, laboral e intelectualmente, y que por tanto y en último término, sólo mira por sí misma; algo por cierto que escapa al horizonte de posibilidades de las clases más desfavorecidas y que resulta irrelevante para las más altas”.
La conferencia ‘Neoliberalismo y meritocracia’ fue la tercera sesión del ‘Seminario de ética aplicada: Neoliberalismo, género y subjetividad’, del posgrado en Filosofía y del Centro de Exploración y Pensamiento Crítico (CeX), de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.
Durante la ponencia del Dr. Fabio Vélez Bertomeu compartieron con él la mesa del presídium: la Dra. Gabriela Méndez Cota, coordinadora del seminario; la Dra. Heidi Smith, profesora del Departamento de Economía de la IBERO; y la Dra. Amneris Chaoarro, académica del Centro de Investigación y Estudios de Género de la UNAM.
Texto y fotos: PEDRO RENDÓN/ICM
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