Hacer de la realidad un lugar mejor, deseo de la educación jesuita

Jue, 8 Jun 2023
El Mtro. David Fernández imparte el webinar ‘Educación transformadora en la tradición jesuita’, organizado por la Red de Homólogos de Educación AUSJAL
  • Estatua de San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, ubicada en el campus de la IBERO Ciudad de México.
  • Mtro. David Fernández Dávalos, S.J.

Una institución educativa jesuita trata de orientar el conocimiento al servicio de los y las demás, preferencialmente los pobres y excluidos, a través de su propia pedagogía, la ignaciana, animada por un espíritu de transformación para “hacer de la realidad un lugar mejor”, dijo el Mtro. David Fernández Dávalos, S.J., al disertar sobre la ‘Educación transformadora en la tradición jesuita’.

En este webinar organizado por la Red de Homólogos de Educación AUSJAL (Asociación de Universidades Confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina), el maestro comentó que en la tradición intelectual jesuita la educación es humanista, renovadora y transformadora, y fomenta, fortalece y profundiza cinco “deseos” en su alumnado --que deben ser parte de su oferta educativa:

1.- Tener un conocimiento integrado. No disperso, no fragmentado, no contradictorio.

2.- Tener una brújula ética. Qué hacer en la vida, por qué hacerlo, qué vale la pena y qué no, qué cosas están bien y cuáles no tanto, ¿tengo alguna responsabilidad frente a la sociedad o viendo mi propio interés vendrá por añadidura el bien de la sociedad?

3.- Participación cívica. Ofrecer canales de participación ciudadana en las instituciones educativas jesuitas, desde básica hasta superior, para que las y los jóvenes no se desentiendan de las situaciones de violencia, inequidad, marginación y racismo que acontecen en el mundo.

4.- Un paradigma global. Donde haya comercio justo, se sepa a dónde se va, qué se quiere y se tenga una idea del tipo de sociedad deseada -democrática, participativa, incluyente-.

5.- Una espiritualidad adulta. Que responda a la evolución del conocimiento humano, a las necesidades del mundo de hoy y a las necesidades intelectuales, afectivas y sociales de una persona adulta.

Entonces, qué tipo de educación se necesita:

1.- Una que potencie y transforme las capacidades y habilidades de cada estudiante. Se logra al expandir sus horizontes de interés y al hacerlos profundizar en los conocimientos.

2.- Autoapropiación. Que las muchachas y muchachos lleguen a conocerse a sí mismos a profundidad y “puedan estar sobre sí mismos para gobernarse a sí mismos”, es decir, que se autoapropien de sus vidas, de sus intereses y de sus proyectos de largo plazo.

3.- Diálogo. En un mundo donde se presencian la confrontación, la descalificación, el insulto fácil, la exclusión y la discriminación, hay que generar disposición y actitud de diálogo, escuchar a los demás, ponderar puntos de vista distintos, elaborar respuestas adecuadas, maduras y serenas.

4.- Responsabilidad ética. Ayudar a las y los jóvenes a descubrir qué responsabilidad tienen frente a sí mismos, sus familias, los demás, los sectores excluidos, las otras especies y el medio ambiente.

5.- Cuidar el planeta. “Cuidar al planeta es cuidarnos, es cuidar a las demás especies, ser responsables con los que nos ha sido dado”.

6.- El servicio de la fe y la promoción de la justicia. Se hará creíble en la medida en que se luche por aliviar lacras como la destrucción del planeta, la división de los seres humanos, la exclusión de las cuatro quintas partes de la humanidad de la riqueza y el desarrollo. Al mismo tiempo, no se puede ir a la raíz de estos problemas sin el impulso de “una esperanza en el triunfo que está garantizado en nuestra fe creyente”.

Para alcanzar lo mencionado se tiene una metodología propia, los cinco momentos del aprendizaje según el paradigma pedagógico ignaciano:

1.- El contexto. De las y los jóvenes, desde su horizonte de interés, desde el contexto nacional y local.

2.- La experiencia. El conocimiento que pasa por la experiencia se queda.

3.- La reflexión. Reflexionar la experiencia.

4.- La acción transformadora. Desde los primeros años se pueden tener acciones de participación ciudadana y cívica.

5.- La evaluación. No como el requisito para calificar al estudiante, sino como la revisión crítica del proceso de aprendizaje a lo largo del mismo.

Como lo más importante es que el alumnado encuentre en cada uno de los componentes de la comunidad educativa una cultura de la responsabilidad, un espíritu de transformación, un compromiso con la realidad y un pensamiento crítico, las mediaciones son múltiples:

1.- Currículo. Si es pertinente y es eficaz debe dar como resultado que las y los estudiantes se transformen en el modo en que se ven a sí mismos, y en el el modo en que ordinariamente perciben, piensan y actúan en el mundo.

Las asignaturas de un curso deben estar ensambladas de tal modo que constituyan un currículo integrado, que lleve a profundizar la reflexión y genere nuevos hábitos en el corazón, mente y voluntad de los estudiantes. “Tendrían el currículo, las asignaturas, los programas, que permitirles integrar sus convicciones personales con la vida intelectual y cultural de la que participen. Si no, va a ser una embarrada de erudición que no va a tener ningún sentido”.

2.- Experiencias de aprendizaje vital. La preocupación por el aprendizaje transformador se entreteje con todas las disciplinas, pero también tiene que ofrecer una variedad de experiencias de aprendizaje situado, de medios, asignaturas de síntesis y evaluación, espacios de servicio social integral, espacios de acción cívica colectiva.

3.- Funcionamiento institucional. Todos los procedimientos deben dar una lección sobre los valores y opciones educativas institucionales: inclusión, verdad, justicia, no discriminación, eficiencia y solidaridad; que tienen que estar presentes en la marcha cotidiana de la institución.

Una declaración de propósitos que se debe tener clara es: enseñar para que el estudiantado se transforme y se haga responsable; iluminar y ofrecer alternativas a los problemas del mundo con la docencia y producción académica; y servir a la ciudad, al mundo, al país y a la región, en vinculación con otros actores sociales, movimientos populares, gobiernos y empresarios, para construir una sociedad pacífica, justa, incluyente y solidaria.

Otras tareas por hacer son: estimular que la academia amplíe sus horizontes, profundice sus conocimientos, sostenga un diálogo de saberes -entre el académico, el popular y el tradicional-; estimular la indagación, la actualización constante y la vinculación con la realidad; articular el diálogo entre fe y ciencia.

Asimismo, tener un profesorado contextualizado, que conozca la cultura juvenil, las redes sociales, las nuevas tecnologías y se informe del acontecer en las noticias;  que propicie experiencias de aprendizaje, porque el mejor profesor en una institución jesuita no es el que sabe más, sino “el que sabe hacer trabajar a los estudiantes de la manera más productiva para que aprendan”.

Y que detonen o se vinculen con acciones transformadoras, para llevar a los alumnos allí donde hay protagonismo social de distintos actores: mujeres que luchan por sus derechos, campesinos que buscan recuperar sus tierras, grupos sociales en favor de la democracia; y que evalúen los procesos, sistematicen su propia práctica educativa y puedan encontrar qué funcionó, qué no, y cómo pueden  mejorar con un proceso de evaluación incorporado cotidianamente y no al final del periodo lectivo de su propia práctica educativa.

Texto y fotos: PEDRO RENDÓN

 

 

 

 

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