OPINIÓN | Poder e imagen, el asentamiento racista y clasista en México

Lun, 29 Abr 2024
Las elecciones deben servir para restablecer el respeto a la dignidad humana y recuperar la institucionalidad democrática con base en sus virtudes de convivencia social y no en apariencias que en México siempre han engañado
  • Completada su educación privada, hoy los vástagos no ingresarán a las filas de los próximos gobiernos, sino que se beneficiarán de contratos y prebendas en su calidad de empresarios de nuevo cuño educados en universidades de paga con becas oficiales. (Ilustración elaborada con Firefly).

Erubiel Tirado, académico de asignatura del Departamento de Historia y coordinador del Diplomado Seguridad Nacional en México. Los desafíos del siglo XXI, de la Universidad Iberoamericana

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Estampas y advertencias sin oídos. En 2007, el periodista Miguel Ángel Granados Chapa escribió que una de las peores condenas en México es ser mujer, pobre e indígena. Lo señaló ante la violación y asesinato de Ernestina Ascencio Rosario, 73 años, de la sierra de Zongolica, Veracruz, perpetrada por un miembro del ejército a quien en principio se le protegió por los mandos de la Sedena negando, incluso, que el hecho hubiese ocurrido. Años atrás, la Universidad Autónoma de Chapingo publicó un libro elocuente “El poder de la imagen y la imagen del poder” (1985), que recopilaba fotografías emblemáticas desde los archivos históricos de Casasola hasta las de aquellos jóvenes fotorreporteros que figuraban en la prensa de izquierda de entonces pasando por el trabajo de la prensa que mostraba la insurgencia ciudadana y las respectivas represiones de los gobiernos en turno, atravesando el medio siglo, la matanza del 68… y lo que vino después. El predominio apabullante y aplastante de la imagen del poder.

Clasismo sin alterar. Los cambios en los últimos años han prohijado la pobre subcultura política de la imagen pública: México ha tenido desde aquellas personas de la política vestidas de alta costura con prendas y accesorios de “alta gama” (eufemismo de “muy costoso” y que solo está al alcance de pocos), gobernando o representando las comunidades más empobrecidas del país (Oaxaca, Tabasco, Chiapas…), o conglomerados urbanos contrastados brutalmente por la pobreza. La transición ha sido pareja en este sentido, representantes de todos los partidos y organizaciones alrededor del “sistema”, incluyendo al Ejecutivo actual, no han escapado de mostrar ostentación y mejora en posiciones económicas acaudaladas como se hacía en el viejo régimen priista. La imagen de la clase política siempre se acompaña de estilos, justificaciones (ridículas e irracionales las más de las veces) que dejan en la sociedad la rara mezcla de asombro, admiración, aspiración y, a veces, de indignación pero nunca de indiferencia. El cinismo social también es político: la nueva ostentación como ejemplo y objeto de envidia (ser como ellos diría Eduardo Galeano). A la diferenciación clasista con que viene el cambio de élite, hay que añadir tintes racistas que se hacen presentes en los comportamientos institucionales como los que se observan en el ejército desde hace varias décadas, en los representantes populares en las cámaras y los gobiernos.

Imagen vs poder. Ahora que se inunda el país hasta el hartazgo de retratos y composiciones de los contendientes políticos, en gran medida gracias a los “Consultores de Imagen”, que reducen la esencia de los políticos en mercancía que se vende, se compra (y se desecha) según se muestren en su empaque y la narrativa de “venta”. Esto se limita a aquellos que pueden pagarles ingentes cantidades de dinero, en efectivo si es posible para evitar la trazabilidad de la corrupción y los financiamientos ilegales. No todos los políticos porque aquí siempre ha habido también diferencias como lo destacó Carlos Hank González con aquello del “político pobre…”. A esto hay que añadir las campañas negativas y negras donde el físico, la indumentaria, los orígenes sociales y aun étnicos, son objeto de ataque y humillaciones impulsados desde y por el poder político. El comportamiento, hay que decirlo, es de racismo, esa conducta excluyente de la que se dice exenta la clase política actual y que, sin embargo, se transpira en la imagen que proyectan como grupo y como individuos que ya se saben ricos, empoderados e impunes.

Esta compleja circunstancia que atraviesa en forma transversal a la elite civil y militar que gobierna, tal vez sea lo que motivó el extraño llamado de la candidata presidencial de oposición, apelando que los ciudadanos se fijen en sus propuestas, la calidad de su persona, incluso de sus sentimientos apuntando sobre su interés de gobernar más que en su figura, vestimenta o modo de hablar (15 de abril). La excitativa de campaña, singular por claridosa y directa, de la que no hay precedente en la historia política reciente, tiene sentido como reacción defensiva, tal vez desesperada por la inequidad de la contienda electoral. Desde la izquierda en el poder (así se dicen) se destila clasismo y racismo contra una candidata, mujer de orígenes y trayectorias que, en el pasado no tan remoto, era su paradigma en la cultura del esfuerzo, de liderazgo ideal y que, simplemente, ahora son deformaciones de clase. Esto es obvio cuando se mira el contexto de las alusiones, caricaturas de los llamados moneros orgánicos (o lo que eso quiera decir) y difamaciones (bajo la cubierta de la “posverdad” que se utiliza desde Palacio Nacional). Quizá no debiera sorprender la respuesta oficial si se toman en cuenta las historias y proyecciones de imagen que se tienen tanto de quien gobierna como de sus adláteres cercanos, habilitados como funcionarios, beneficiarios de contratos e “ideólogos” orgánicos de cabecera. El Ejecutivo, quien se avergonzaría de tener un yate, no tiene pena en vestir y calzar prendas que el “pueblo bueno”, al que se dirige cada mañana, difícilmente podría comprar con un mes de salario. Ello no empaña su imagen y popularidad en un sexenio donde ha aumentado la pobreza en la población: el llamado al conformismo de la vestimenta y la condena al “aspiracionismo” es simplemente proverbial.

Los acompañantes cercanos en la función de gobierno, contando a la vieja izquierda dogmática o la emergente de la transición, y que encabezan los ataques contra críticos y opositores políticos, cazan su imagen de éxito con fórmulas alejadas al dogma que predican. Difícilmente son hijos de la escuela pública que, por cierto, defendían hace unos años. Es más, sus descendientes no se educarían en el sistema escolar que han forjado en el sexenio: es preferible siempre (para eso son élite y se nota), la preparación de sus hijos en otros idiomas y estilos americanos o europeos y, si es fuera del país, mejor. Aquí, la nueva clase se diferencia menos de los tecnócratas que arribaron al poder político, “neoliberales y conservadores”, en los años ochenta. Los matices diferenciadores ahora son dos, cuando menos: becas con recursos públicos para la educación privada de los descendientes de los funcionarios del gobierno (práctica que viene desde el calderonismo que incluyó a los hijos de altos y medianos oficiales del ejército y la marina). El segundo es que, completada su educación privada, los vástagos no ingresarán a las filas de los próximos gobiernos, sino que se beneficiarán de contratos y prebendas en su calidad de empresarios de nuevo cuño educados en universidades de paga con becas oficiales. Los ejemplos ya están a la vista desde el sexenio pasado.

Imagen e identidad ciudadana. En los ideales democráticos de países con Estado de Derecho, las desviaciones de poder manchadas por la corrupción e ineficiencia en los cargos de gobierno, la percepción de honradez se empata con la función pública y sus resultados, sin divorcio alguno. Eso permite mayor confianza ciudadana en las instituciones y en sus gobernantes. En México, predomina la venta de la imagen de un poder que proyecta personalidades al margen de su desempeño como clase política. La distancia es monumental cuando se miran, caso por caso, la pulcra e impostada figura con cabellera teñida, las cirugías estéticas, las fotos que apelan a infantilismos (manos protectoras) o fantasías de cómic (insultantes pero efectivos según los “imagenólogos”), incluyendo títulos académicos legales (pero producto del tráfico de influencias) para ajustarse a los perfiles del poder que ya detentan, etc. Todo ello difiere de su papel como gobernantes y personas: el político de izquierda con servidumbre en casa, cual aristócrata “popular”; el parlamentario que condicionaba su asistencia a la Junta de Coordinación Política si no se hacía en el Four Seasons (las cámaras no tienen nivel); el funcionario e hijo del intelectual que llega a sus citas con el auto de alta gama; los deportistas que insultan en estado de ebriedad a los policías que intentan ayudarles y protegerles, recibiendo epítetos de “muertos de hambre, no saben quién soy” y los que niegan sus relaciones peligrosas con el crimen organizado; o el desplante hecho viral de “… a mí se me respeta donde llego, cabrón”. Estamos en presencia de un cambio generacional con las y los funcionarios “que no funcionan” (como dijera la posadolescente ceuísta de la camada que ahora gobierna), dejando un país con más pobreza, hambre y muerte pero con “gente feliz” a la que hay que mostrar la imagen de nuevo cuño y de lejana aspiración para las nuevas generaciones.

La pregunta que se cierne sobre la población en vísperas de optar por sus gobernantes es con qué imagen que reciben de esas opciones es con la que se identifican y cómo quiere ser tratada. Por hoy priva el paternalismo autoritario y condescendiente, a veces hasta humillante. Las elecciones deben servir para restablecer el respeto a la dignidad humana y recuperar la institucionalidad democrática con base en sus virtudes de convivencia social y no en las apariencias que en México siempre han engañado y ninguneado a los ciudadanos.

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Las siguientes son Propuestas de Políticas Públicas elaboradas desde la Universidad Iberoamericana para México y contenidas en el documento Construyendo en conjunto. Con esta iniciativa aspiramos a contribuir al enriquecimiento de las plataformas de campaña de las personas que contenderán por puestos de elección popular en los comicios de este año.

Interculturalidad y asuntos indígenas

Género e inclusión

Migración e inmigración

 

 

 

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