#REFLEXIÓNIBERO 10 de mayo: sobre nuestras madres y nosotras mismas

Vie, 12 Mayo 2017
Académica de la Universidad afirma que la tradición y la cultura han colocado una losa sobre las madres
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Por: 
Dra. Ivonne Acuña Murillo*

Hace pocos días fue 10 de mayo y entonces, como por arte de magia, todos y todas comenzamos a pensar en nuestras madres, a idear la mejor manera de agasajarlas, a buscar algo que regalarles o a pensar en la mejor frase para decirles o escribirles. Pensamos también, aquellas que tuvimos hijas e hijos, en cuál debía ser su reacción hacia nosotras.

Por mi parte, confieso que este día me causa una serie de emociones encontradas: por un lado, me choca la enorme cursilería que se derrama ese día en forma de cadenas, pensamientos, poemas, canciones, en la que se ensalza la figura de “la madre” abnegada, desprendida, cariñosa, llorosa, desvelada, sufrida, enviada por Dios al mundo para cuidar de las y los demás.

Me fastidian todas aquellas visiones que la imaginan peinando canas, “las cabecitas blancas”, al estilo de Sara García, Silvia Derbez y otras actrices del cine mexicano de los años 40 y 50, en plena era de los tintes para el cabello, en los que las canas se dejan para evitar la lata de retocarlas cada dos o tres semanas, pero que van acompañadas de un corte a la moda con “los pelos cortos y parados”.

Me revuelve el estómago la canción de Denise de Kalafe, Señora, señora, que agradece a su madre por llevar en su vientre “dolor y cansancio”, misma que no sé si todavía cantan en los festivales del 10 de mayo en la primaria y la secundaria, y que yo me tuve que “soplar” en varias ocasiones, mientras alguna a mi lado no era capaz de contener las lágrimas.

Por supuesto, esta canción sustituyó a una peor: Cariño verdad, en la que un hombre se arrepiente de haber dejado a su madre y la compara con su pareja, a la que dice “ella me lleva en el alma y tú en la imaginación. Tú me miras con los ojos, ella con el corazón”, que hicieran popular los Churumbeles de España. En eso coincido con la madre de mi compañero de vida. A ella, antes que a mí, también se le indigestaba, coincidencias de la vida. Mi conclusión al final de esa canción siempre es una pregunta: ¿Por qué el autor de la misma no se casó con su madre y dejó de hacerle la vida amarga a otra mujer?

Y no se crea que no quiero a mi madre, y no se piense que no adoro a mi hijo y a mi hija, y no se saque en conclusión que no quiero que ambos me abracen ese día o me regalen un enorme pastel de chocolate, que no una lavadora, una plancha o cualquier otro enser doméstico que me recuerde que además del “ser más querido sobre la tierra”, soy también la “chacha”.

El punto aquí es que se ha construido una imagen enorme alrededor de las mujeres que, por decisión, azar, inercia o alguna otra fatalidad del destino han sido, son o serán madres. Socialmente, la función adjudicada a las mujeres cumple un enorme papel, la reproducción de la especie. Ciertamente, tener crías es algo natural y absolutamente necesario para todos los seres que pueblan la tierra, pero en el caso de los llamados humanos, esta consecuencia natural del apareamiento ha sido recubierta con valores, normas, tradiciones y todo lo dicho arriba.

Nada malo puede derivarse de eso, diríamos sin reflexionar, primero, y sin observar, después, que esta construcción, que podríamos denominar el “deber ser de la maternidad”, esto es, todo aquello que se espera de una madre, según el lugar y la época, nos impide apreciar a nuestras propias madres y a nosotras misma como tales.

En enorme losa se convierte todo lo que la tradición, la cultura, los medios de comunicación masiva, las redes, los videos, las cadenas, dicen de lo que se espera de una buena madre. Esa enorme losa ha pesado sobre las espaldas de nuestras madres y sobre las nuestras. Es el tamiz por el que hacemos pasar las acciones de ellas y las nuestras, es el cedazo que nos da derecho a juzgarlas y juzgarnos, a decidir, como lo haría un juez, si han sido buenas o no, si han cumplido con su deber o no, si son dignas de ser amadas o no. Lo mismo aplica para nosotras.

Por un tiempo, cometí el error de ver a mi madre con los ojos del cine mexicano, de la canción de Los Churumbeles y de toda aquella cursilería, como dije arriba, que rodea a la maternidad, por supuesto, que me quedaba a deber. Pero los años, la experiencia y otros aprendizajes me permitieron verla y verme a mí desde otro lado. Comprendí, entonces, que el “deber ser” es un velo que nos impide ver a nuestras madres como son: mujeres, personas concretas con una historia, con una experiencia de vida que puede parecerse a la de otras o no, que pueden acercarse a lo que se piensa es una “buena madre” o no.

Entendí, entonces, que mi madre había dado lo mejor que tenía, lo que pudo en función de su formación, información y conocimientos, de su experiencia de vida, incluso, de su química cerebral y que pedirle lo que no podía dar era exigir demasiado, era violentarla, era hacerla víctima de los estándares establecidos para convencer a todas las mujeres de ser madres y de no pretender ir más allá.

¿Quién de ustedes ha preguntado a su madre qué quería ser cuando era niña? Si soñó con ser profesionista, médica, ingeniera, astronauta, antropóloga, historiadora, socióloga, o simplemente seguir estudiando, recorrer el mundo, viajar al Polo Norte, conocer la Torre de Pisa, observar a un majestuoso león en la sabana africana.

¿Quién de ustedes le ha preguntado si realmente quería tener hijos e hijas, si tuvo opciones, si después de tenerlos, criarlos, crecerlos no deseo hacer su propia vida?

¿Se han preguntado alguna vez por qué las madres se deprimen cuando se quedan solas en casa, cuando sus hijas e hijos se casan o se van a vivir a otro lugar, a otro país?

¿Se han cuestionado qué pasa por la vida de una mujer a la que, una vez al año, se pinta como el ser más maravilloso, para tratarla como a cualquier persona el resto del tiempo?

¿Se han preguntado…?

El asunto no es quitarles el gusto por la celebración del 10 de mayo, es invitarlas e invitarlos a ver a sus madres como personas con defectos, con virtudes, con amores, con odios, con sueños, con deseos, con arranques, con grandezas, con pequeñeces. Más aún, es una invitación a mirarlas como son, a correr el velo del “deber ser” y reconocerlas por ellas mismas, por lo que son, por lo que pueden dar y por lo que no. A dejar de pensar que tuvimos mucha suerte al tener el modelito ideal de madre en casa, o a dejar de sufrir porque el modelo que nos tocó dista mucho de parecerse al ideal.

Liberemos a nuestras madres y a nosotras mismas de la pesada carga que nos impide verlas y vernos como personas comunes, un poco o un mucho locas, cariñosas o bruscas, olvidadizas, distraídas, gruñonas, alegres, inteligentes, medio tontas, despistadas, acertadas, amigueras, hablantinas, calladas, ensimismadas, grandiosas, románticas, prácticas, medio brujas, medio sublimes y todo aquello que puede caracterizar a un ser humano común y corriente. Espero no haber derramado cursilería y pecado de lo que me choca.

*Dra. Ivonne Acuña Murillo es académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana

 

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