El 14 de marzo de 1979, a las 5:07 horas, un sismo de 7.6 grados en la escala de Richter provocó que la mayoría de los edificios administrativos y escolares de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, entonces ubicada en la Campestre Churubusco, en Coyoacán, se derrumbaran o quedaran con daños irreparables.

Gracias a que la hora del movimiento fue antes del inicio de actividades, no se reportaron pérdidas humanas o lesionados, pero sí dejó a estudiantes, docentes y personal sin campus. De acuerdo con una nota del diario El Informador, el 90% de la universidad fue dañada.

De inmediato, las autoridades, encabezadas por el Rector Enrique Portilla Osio, decidieron parar labores por una semana para enfrentar la crisis y examinar los ofrecimientos que diferentes instituciones hicieron a la IBERO para continuar con sus actividades.

Para el 22 de marzo de ese año, iniciaron las clases de licenciatura en las instalaciones de la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica (ESIME) Culhuacán, perteneciente al Instituto Politécnico Nacional (IPN). Algunos cursos se impartieron en el Colegio de Ingenieros Civiles de México y de posgrado en el Instituto Cultural.

Aunque algunas actividades tuvieron que trasladarse a otros espacios, el propio Rector y directores de departamentos optaron por aprovechar los espacios dentro de la IBERO que no habían sido afectados por el sismo.

Esto dio paso a los famosos gallineros, instalaciones prefabricadas que fueron habilitadas a partir del 31 de mayo de 1979, que junto a instalaciones que no habían sufrido afectaciones, como la Biblioteca Francisco Xavier Clavigero (BFXC), albergaron a la Universidad hasta 1988.

Dos placas, en recuerdo

El 31 de mayo de 1979, dos meses y 17 días después del sismo, el Rector de la IBERO, Dr. Enrique Portilla Osio, develó dos placas de agradecimiento: la primera, en las instalaciones de la Universidad, y la segunda, en la ESIME del IPN, por prestar sus instalaciones para que el estudiantado siguiera con sus clases.

A decir de la Mtra. Teresa Matabuena, directora de la BFXC, tras el sismo se definieron tres prioridades: responder a sus casi 7 mil estudiantes; evitar que perdieran el menor número de clases; y volver lo antes posible al campus de Cerro de las Torres.

“El retorno al campus fue fruto de un gran esfuerzo en el que participaron autoridades, trabajadores, arquitectos e ingenieros para levantar en tan breve periodo estas instalaciones provisionales.

“Al mismo tiempo, los edificios que no habían sufrido afectaciones se adaptaron para albergar oficinas, laboratorios y talleres. Por ejemplo, el edificio de la Biblioteca —inaugurado apenas dos años antes— alojó a la Rectoría y a muchas de las oficinas de las direcciones generales, entre otras entidades”, detalla la Mtra. Matabuena.

Fue en 1988 cuando la nueva sede de la IBERO, en Santa Fe, abrió sus puertas, gracias al apoyo del Patronato Fomento de Investigación y Cultura Superior A.C. (FICSAC), que desde 1956 ayudó a consolidar la presencia de la IBERO y por cuya vía se adquirieron los terrenos para edificar el complejo universitario donde hoy se asienta la Universidad Iberoamericana.

Iván Cabrera (con información de la Mtra. Teresa Matabuena, directora de la BFXC).