ANÁLISIS: Con Felipe Calderón, la Presidencia tocó fondo

Lun, 8 Mayo 2017
La mayoría de los expresidentes se alejaban de los reflectores, pero el panista se ha mantenido en la palestra, y no de buena forma: experta
  • Felipe Calderón, expresidente de México (Foto: Polemón).
Por: 
Dra. Ivonne Acuña Murillo*

Gradualmente, desde la posadministración de José López Portillo, la Presidencia como institución ha perdido su lustre. La expresión “señor Presidente” ya no impone el respeto que la acompañó durante sexenios.

Poco a poco, las reglas no escritas del sistema en torno al mandatario en turno se han ido dejando de lado. Se podría decir que han sido vencidas por lo que Daniel Cosío Villegas denominó, “el estilo personal de gobernar”. A este último, habría que agregar, parafraseando al mismo Cosío, “el estilo personal de desgobernar y de posgobernar”.

Dichas reglas pueden resumirse de la siguiente manera:

1. El presidente saliente ‘cargaba’ con las pocas o muchas culpas de una mala gestión, para que el candidato recién ungido pudiera presentarse como el salvador, como aquel que corregiría los errores de su antecesor.

2. Una vez terminada su administración, el presidente saliente se convertía poco menos que en mudo, no respondía las acusaciones ni hacia aclaraciones sobre su gestión ni intervenía en la vida pública-política nacional, al menos no abiertamente. A cambio, su sucesor lo protegía de toda acusación que pudiera llevarlo a enfrentar un juicio político o penal.

3. El presidente saliente protegía su imagen y no se prestaba a situaciones donde alguien pudiera denostarlo cara a cara.

José López Portillo, tal vez porque no fue un presidente que hubiera hecho una gran carrera política ni surgido de la estructura priista, comenzó con el desorden. Primero, cuando en su último informe de gobierno rompió a llorar pidiendo perdón a los pobres por no haber podido cambiar su situación, por acusar a empresarios y banqueros de haber saqueado a la nación y después nacionalizar (estatizar) la Banca, sin contar con la opinión de su sucesor.

No conforme, escribió un libro, Mis tiempos, donde trató de explicar y justificar lo que hizo y lo que no durante su gestión como presidente de la República. Después de él, Miguel de la Madrid Hurtado y Carlos Salinas de Gortari hicieron lo propio. El primero, rebelando los entretelones del poder presidencial, incluso eventos que lo mostraron débil ante otros actores del sistema, como Joaquín Hernández Galicia, “la Quina”, el poderoso líder de Pemex. Por su parte, Salinas buscó y sigue buscando mostrarse como el gran maestro, dando lecciones de cómo hizo y se deben seguir haciendo las cosas, de cómo debe usarse el poder de la Presidencia.

Salinas, ciertamente, llegó a la silla presidencial con crisis de legitimidad por la famosa ‘caída del sistema’, pero supo fortalecer su Presidencia y legitimarse a partir de su desempeño, hasta antes de la crisis financiera del 94, que él mismo bautizó como ‘error de diciembre’, tratando de adjudicar dicha crisis a un yerro de su sucesor, Ernesto Zedillo Ponce de León, pero que, se sabe, se debió a que él no tomó, en su momento, decisiones impopulares, como la devaluación del peso, heredando el problema a Zedillo.

Después de Salinas, ningún presidente ha sido capaz de fortalecer la institución presidencial, manejando todos los hilos del sistema. Ciertamente, la presidencia de Zedillo, a pesar de las críticas hechas al personaje, no dejó, como las anteriores una crisis política y otra económica, por el contrario, al final se distinguió por una alternancia pacífica y por el blindaje de la macroeconomía. Zedillo, por su parte, dejó el país para dedicarse a la academia y a la asesoría de empresas estadounidenses, sin pretender, al menos explícitamente, interferir en la política nacional.

Pero después de él, el diluvio. Llegó Vicente Fox Quesada con un enorme bono democrático, con una gran credibilidad y el apoyo tanto de sus connacionales como de gente fuera del país por haber sacado, sin “soltar un tiro”, al PRI de Los Pinos. Muy pronto dilapidó su capital político, muy pronto se convirtió en el hazmerreír de cartonistas, columnistas y de la población. De él se supo que era impotente, que tomaba prozac, que tenía ratos de lucidez y ratos de ausencia, que ‘Martita’, su esposa, lo manipulaba después de haberle dado toloache, para que se enamorara y se casara con ella. El escritor Armando Ramírez incluso escribió, en 2007, el libro El presidente entoloachado.

De Fox se dijo, también, que Marta Sahagún no permitía le dieran “malas noticias” sobre México porque se deprimía, él siendo presidente. De ahí la duda de si Fox no estaba gobernando, ¿quién lo hacía? Más allá de especulaciones, sus propias palabras delataban su desconocimiento del sistema político mexicano y de sus atribuciones como presidente. Cuando TV Azteca se apoderó de las instalaciones de Canal 40, se le preguntó qué haría al respecto; él respondió con la célebre frase: “¿Y yo por qué?”, afirmando que la toma del canal era un asunto entre particulares, ignorando que ambas televisoras hacían uso de un bien de la nación, el espectro radioeléctrico, a través de una concesión otorgada por el Estado.

Poco a poco, fue dando muestras de su ignorancia, al citar al afamado escritor José Luis Borgues; de sus excesos discursivos, cuando definió a las mujeres como “lavadoras de dos patas”; del desgobierno, cuando a medio sexenio respondió a los periodistas “pregúntenle a Obrador” y desató la sucesión adelantada. Todas y cada una de sus ocurrentes frases al final acabaron haciendo abundante el trabajo de los cartonistas —uno de ellos afirmó que lo extrañaría al terminar el sexenio—, y dieron trabajo a su vocero, Rubén Aguilar, quien acuñó la frase: “Lo que el presidente Fox quiso decir fue…”. Difícil trabajo el suyo cuando trataba de darle otro sentido a las ‘tonterías’, ‘imprecisiones’, ‘cosas fuera de lugar’, dichas por su presidente.

No bastó a Fox la manera en que, durante su sexenio, minó no sólo su credibilidad e imagen, sino el respeto mínimo que debe tenerse al primer mandatario de la nación. Ahora, como expresidente, no pierde ocasión de estar en los medios, ya para insultar a Trump, ya para afirmar que su último fin en la vida es no dejar llegar a la Presidencia a Andrés Manuel López Obrador, ya para dar salida a cualquiera de sus ocurrencias habituales.

Cuando Felipe Calderón Hinojosa asumió la Presidencia trató de dar una impresión diferente a la dejada por el también panista Fox, comenzado por sacar de la circulación al ‘águila mocha’ que Fox mandó imprimir en todos los documentos oficiales. Aunque su actuación fue más discreta, no dejó de irse de la boca al afirmar que había ganado las elecciones “haiga sido como haiga sido”.

A pesar de que una y otra vez se le abucheaba, ‘mentaba la madre’ y acusaba de espurio, en eventos públicos, ante la sospecha en torno a un gran fraude electoral en 2006, del que el mismo Fox dio testimonio al sostener que había ganado “dos veces” la Presidencia, logró mantener cierta imagen respetable para una parte de la población, al menos.

Lo peor en su sexenio no fueron entonces dislates discursivos que dejaran ver su ignorancia o desconocimiento político, a pesar de que se distinguía por usar dichos populares en sus viajes a los diferentes estados, sino el sacar al Ejército a las calles para enfrentarlo a una lucha fraticida que no tiene fin.

Su relativa respetabilidad se ha ido diluyendo conforme aparecen día con día cifras sobre personas desaparecidas, asesinadas, secuestradas, mutiladas, disueltas en ácido, tanto en su sexenio como en éste, producto de la guerra que decidió declararle al narco y a las bandas del crimen organizado sin una estrategia clara y bien definida, pero sí con la intención de lograr legitimidad por desempeño, y de hacer sentir a mexicanos y mexicanas el miedo que permite a un gobernante hacerse ‘indispensable’, sin importar la forma en que hubiere llegado al poder.

Pero no le bastó lo que como legado ha dejado, ahora pretende volver al poder a través de su esposa, Margarita Zavala. Se ha fortalecido el rumor de su dependencia al alcohol, lo que en todo caso hablaría de una personalidad adictiva, y a fin de cuentas el ejercicio del poder también puede crear adicción. Eso, que ya de por sí es grave, se complica más cuando abiertamente trata de apoderarse de su partido, el PAN, para imponer como candidata del mismo a su cónyuge, cuando se enfrasca en discusiones con sus correligionarios y miembros de otros partidos y se expone a ser insultado, denigrado, olvidando por completo la investidura que por seis años ostentó.

Como Donald Trump, le ha dado por tuitear, a veces en un intento fallido por apoyar a Josefina Vázquez Mota, candidata del PAN a gobernadora por el Estado de México, agrediendo a la candidata de Morena, Delfina Gómez, al preguntar: “¿Delfina es nombre propio? ¿O así le dicen por cómo la trata quien la nombró y es su jefe?”, desatando una andanada de ataques en su contra, al ser tachado de sexista, clasista, etcétera.

Calderón se ha hecho de palabras, vía Twitter, con el hasta hace poco priista Humberto Moreira, quien en un video que circula en redes sociales lo llama usurpador y lo acusa de haberse robado como “poco hombre” la Presidencia. En el mismo video, le pide que no tuitee cuando esté tomado, que razone al escribir.

No le basta a Calderón comenzar discusiones con gente fuera del PAN, lo hace también con sus correligionarios a quienes pretende imponer su voluntad bajo amenaza de abandonar su partido. Es el caso de la sesión del Consejo Nacional del PAN, del 29 de abril, en la que Calderón y Juan José Rodríguez Prats se enfrentaron en una acalorada discusión, haciéndose acusaciones mutuas. Prats dijo a Calderón: “Te voy a pegar, porque el periodo más gris fue cuando tú entraste a la Presidencia de la República. Ahí se acabaron los debates, nos impusiste a Germán, nos impusiste a César Nava. Nos quisiste imponer a Roberto Gil, nos quisiste imponer a Ernesto Cordero e hiciste declinar de la forma más puerca, ruin, a los otros candidatos”. El panista continuó y le exigió a Calderón: “¡Ya basta de que sigas abusando, que sigas atropellándonos y que ahora nos quieras imponer a tu mujer!”.

Calderón respondió afirmando que él no le pegaría a Prats, aunque sí lo hizo al afirmar que estaba lleno de odio y de rencor, que eso lo tenía enfermo y lo hacía ser “insolente, tan majadero y tan irresponsable”; a lo que Prats respondió, provocando las risas de los presentes: “¿No que no me ibas a pegar?” La discusión subió de tono cuando Calderón dijo a Prats, en forma de reproche, que él lo había invitado al PAN, haciendo referencia a una reunión en específico, a lo que Prats le reviró: “No es cierto, no es cierto (…). Estabas tomado”.

No es la primera vez que se acusa al ex presidente por un supuesto alcoholismo. En 2011, Gerardo Fernández Noroña, desplegó una manta en la Cámara de Diputados, con la imagen de Calderón y una pregunta: “¿Tú dejarías conducir a un borracho tu auto? ¿No, verdad? ¿Y por qué lo dejas conducir el país?”. La acusación llevó a la periodista Carmen Aristegui a pedir a la Presidencia que se pronunciara en torno a ella, para aceptar o negar. Por supuesto, esto no ocurrió, pero si propició la salida temporal de la conductora de MVS Radio.

Se puede afirmar que, en su ambición por continuar ejerciendo el poder, Calderón no sólo se ha convertido en el peor promotor de Margarita, sino en un expresidente expuesto a la burla y el insulto, lo cual no tendría más trascendencia, si no dañara a la institución presidencial que alguna vez representó.

Llegados a este punto, la pérdida de valor de la Presidencia de la República como una institución, antes respetable, se acelera durante el presente sexenio, en el cual Enrique Peña Nieto ha perdido credibilidad y legitimidad por las promesas no cumplidas, los engaños, la inocultable corrupción, las políticas erráticas en una serie de temas, y la ceguera de quienes presiden las principales instituciones y su negativa a ver como el país se acerca, paso a paso, a un futuro no deseable.

*La Dra. Ivone Acuña Murillo es académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.

 

Las opiniones y puntos de vista vertidos en este comunicado son de exclusiva responsabilidad de quienes los emiten
y no representan necesariamente el pensamiento ni la línea editorial de la Universidad Iberoamericana.

Para mayor información sobre este comunicado llamar a los teléfonos: (55) 59 50 40 00, Ext. 7594, 7759
Comunicación Institucional de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México
Prol. Paseo de la Reforma 880, edificio F, 1er piso, Col. Lomas de Santa Fe, C.P. 01219