Se ha insistido hasta el cansancio que el período de contingencia debido al COVID-19 no corresponde a vacaciones. De hecho, la supervisión cibernética a las actividades que realizamos los docentes se ha facilitado para quienes administran lo educativo y con ello el alumnado se ha saturado de tareas para responder a la presión de obtener evidencias de que los temarios se completarán en tiempo y forma.

Afortunadamente, esta situación no se presenta de manera tan extrema en los niveles básicos de nuestro sistema educativo, y con ello se tiene la oportunidad de aprovechar la cuarentena para transformar algunos aspectos esenciales de la educación matemática de nuestra niñez.

El objetivo de las dinámicas debe ser erradicar de la mente de niños y niñas la idea de que las matemáticas se limitan a la ejecución de operaciones mecánicas que eventualmente se traducirán en calificaciones y filtros de carácter profesional.

Para ello es útil considerar situaciones reales, aparentemente simples, que al irse desarrollando implican el uso de conceptos abstractos propios de la disciplina. Si bien las actividades pueden variar en función del tiempo disponible, las edades y el tipo de relación existente en el entorno familiar, la curiosidad natural permite sugerir escenarios que pueden ser reproducidos en la práctica con un mínimo de material de papelería, el cual preferentemente debe incluir una calculadora simple (puede ser la del teléfono celular).

Para edades entre los 5 y 7 años es posible abordar temas de astronomía básica a partir de elaborar respuestas simples a preguntas imaginativas, del tipo: ¿qué tan grande es el Universo que podemos observar?, ¿cuánto tiempo dura un viaje a Marte? y ¿por qué las estrellas se ven de distintos colores? Responder a estas preguntas implica el uso de ciertas operaciones aritméticas y enfatiza la necesidad de aplicar conocimientos que deben ser reforzados con las leyes fundamentales de la física. 

Si la astronomía no reviste interés en la familia, se pueden plantear preguntas de mayor cercanía a la realidad inmediata: ¿qué tamaño tiene una bacteria?, ¿qué tan rápido se reproducen los virus?, ¿cómo funcionan las vacunas? Las respuestas deben ser enriquecidas con lecturas tipo cuento, que relaten las batallas que investigadores e investigadoras han debido librar durante siglos.

Para edades entre 7 y 10 años es factible aprovechar que ya se cuenta con cierto manejo de las operaciones aritméticas básicas, para introducir conceptos abstractos que muestren las diferencias entre crecimientos lineales, exponenciales y logísticos, para luego vincularlos con situaciones económicas y/o artísticas. Basta sumar a una cantidad inicial otra durante varias veces (como en el ahorro simple) para descubrir propiedades de las llamadas progresiones aritméticas.

Por otro lado, si a una cantidad inicial se le suma una fracción de la misma y al resultado se le suma la misma fracción durante varias veces se descubre el concepto de crecimiento exponencial, que aparece en situaciones aparentemente distantes como las deudas en tarjetas de crédito, el aumento de contagios en la fase crítica de una pandemia o la formación de una estrella.

La frase, “todo lleva matemáticas”, suele aplicarse de manera negativa para forzar al alumnado a acreditar, como sea, los cursos relacionados con esta disciplina. La cuarentena por la cual atravesamos permite orientar dicha frase de manera positiva haciendo posible, a un costo mínimo, una transformación conceptual que debe reflejarse en las próximas generaciones.

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PRL/ICM