Depresión navideña: frío y soledad, factores de riesgo
Es inminente: se acerca el fin de año y con él todo tipo de celebraciones navideñas. En general, se trata de una época de revisión, de hacer ajuste de cuentas, de remembranzas y de compartir las experiencias vividas. También es un tiempo de reflexión y de espiritualidad. Las personas se aproximan, están dispuestas al descanso, a la diversión, a confraternizar.
¿O no?
Hay que darse un momento para considerar el lado oscuro de la temporada. ¿Existe tal cosa como una depresión navideña? Las circunstancias y los datos duros parecen avalar el fenómeno. En principio, la depresión afecta alrededor de 350 millones de personas en el mundo. También se sabe que aparece con mayor frecuencia en las mujeres —con una prevalencia de 10.4%, sobre la masculina, que es de 5.4%—. (Berenzon, Lara, Robles y Medina-Mora, 2013).
Pero ¿qué tiene que ver la temporada decembrina con la depresión? Casi no existen cifras oficiales ni estudios serios que hayan buscado, analizado y medido la ‘depresión navideña’ como un fenómeno específico; sin embargo, diversos especialistas aseguran que los casos de depresión aumentan alrededor de un 30% durante el mes de diciembre. (De la Rosa, 2018).
Y no es demasiado difícil imaginarse posibles causas por las que aumentan la tristeza y la ansiedad, cuando el año llega a su fin; por ejemplo: se trata de un ciclo que termina, en previsión de uno que comienza de manera irrevocable. El nuevo y próximo año puede ser todavía incierto, pero el día de hoy ya es origen de inquietudes, así como fuente de todo tipo de incertidumbres ciertas y concretas.
En términos emocionales, aunque las sensaciones de inquietud e incertidumbre se refieran al futuro, se experimentan con angustia en el presente: ¿qué traerá consigo el 2019? ¿Parabienes o desventuras? ¿Se tendrá la fortaleza (mental, económica, física) para enfrentar los cambios que se avecinan?
Desde luego, no se está apuntando que la Navidad sea considerada como un agente viral ‘patógeno’. Tampoco se puede concluir que la depresión se contagie a través de ciertos tipos de contacto, a la manera de la influenza estacional (aunque ya en el Reino Unido se considera a la soledad, por ejemplo, como un problema de salud pública del mismo tipo que una epidemia). Con todo, existen ciertos elementos específicos de la temporada que son proclives de suscitar, o aún más, de exacerbar, diversos tipos de reacciones depresivas en un importante número de sujetos.
Se puede señalar como uno de estos elementos propios de la temporada, con potencial ‘depresivo’, al frío que generalmente se siente durante el invierno. Más allá de que por afinidades personales se pueda gustar o no del descenso en la temperatura, el entumecimiento del cuerpo resultante es menos soportable en soledad. De ahí que frío y soledad se convierten en factores de riesgo, especialmente cuando una persona posee con anterioridad rasgos y síntomas propios de la depresión.
En una investigación realizada en la IBERO (Martínez, 1989), se determinó que el fenómeno de la ‘depresión navideña’ existe, pero lo que no puede asegurarse es que sea un fenómeno generalizado. Afecta a algunos individuos más que a otros. Quienes son afectados, generalmente han tenido un historial de navidades problemáticas en su pasado (por muerte, ausencia, carencia, o sobreexposición de algún estímulo durante la temporada). Así, la Navidad se convierte en un recuerdo que resulta aversivo, debido a que revive malas experiencias.
Además, se tiene la sensación de que es casi un crimen social mostrar tristeza en estas épocas, cuando todos los demás parecen estar tan felices. El ‘espíritu navideño’ puede representar una condena, incluso se llega a experimentar como una tiranía impuesta, cuando todo conspira para que la felicidad se muestre como por decreto y obligación, según lo dicta la costumbre de las mayorías y de la temporada.
Hay que recordar que se vale estar triste, especialmente si existe una razón personal para ello, aunque no esté de moda durante el fin de año. En todo caso, conviene estar alerta para detectar los síntomas de la depresión, los cuales van más allá de una mera sensación de tristeza.
De acuerdo al DSM-5, existe un trastorno depresivo mayor cuando hay síntomas de un estado de ánimo depresivo la mayor parte del día (casi diario), por dos semanas o más tiempo, además, en ese periodo también se presenta insomnio (casi todos los días), sentimientos de culpa excesivos o inapropiados (casi todos los días), enlentecimiento de las actividades, disminución del interés la mayor parte del día por dos semanas continuas. Es decir, los criterios clínicos de la depresión la separan de la mera tristeza o del ligero desánimo.
Sin embargo, si dichos síntomas son detectados en uno mismo, o si son percibidos en las personas del entorno, se debe contactar a algún especialista para su óptimo tratamiento. Si eres trabajador o trabajadora de la IBERO, puedes acudir a la Clínica de Bienestar Universitario, donde se te atenderá con oportunidad, profesionalismo, confidencialidad y a precios accesibles.
Así que, para finalizar, hay que hacer énfasis en que todas las emociones humanas tienen derecho a su propio espacio de expresión. Por lo tanto, la tristeza, la nostalgia y el abatimiento también caben en las navidades. Sólo resta desear que la felicidad serena, la paz con armonía y la esperanza auténtica aniden en todos nosotros hoy y el próximo año.
Referencias:
Asociación Americana de Psiquiatría. (2013). Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (5 ª ed.). Arlington, VA:. American Psychiatric Publishing.
Berenson, S., Lara, M., Robles, R., Medina-Mora, M. (2013). Depresión: estado del conocimiento y la necesidad de políticas públicas y planes de acción en México. Salud Pública de México. Vol. 55, No. 1., Enero-Febrero 2013.
De la Rosa, D., en: “Temporada decembrina propicia para la depresión”. Reportaje aparecido en el periódico: El Siglo de Durango. Sin firma. Con fecha: 22 de Noviembre de 2018.
Martínez, J.C. (1989). La Depresión Navideña, ¿mito o realidad? Un estudio comparativo en dos carreras de la UIA. Tesis de Licenciatura en Psicología. Universidad Iberoamericana.
*Dr. Juan Carlos Hurtado, psicólogo de la Clínica de Bienestar Universitario de la IBERO
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