Al final del porfiriato y a inicios de la convulsa primera década del siglo XX, el modernismo llenó todos los espacios de la cultura nacional. Entre otras manifestaciones, la arquitectura de la Ciudad de México sufrió modificaciones que la equipararon con la Europa de la Revolución Industrial.

Como parte de las actividades de inicio del Programa Historia Viva, se llevará a cabo el próximo 17 de febrero un recorrido para mirar los vestigios de art nouveau que en su tiempo convivieron eclécticamente con la realidad social de la capital, en las colonias Roma, Juárez y Cuauhtémoc.

De acuerdo con el Mtro. Pedro Luna, académico de Prepa IBERO y anfitrión de este trayecto histórico, hacia 1910, el modernismo, apoderado del imaginario colectivo y visible en las paredes de quienes imponían el orden, así como en publicaciones oficiales y semanarios ilustrados o revistas elaboradas exclusivamente para la incipiente clase media y la élite del periodo, permeó las avenidas, los edificios públicos y los monumentos que decoraban a las urbes más frecuentadas. 

En sentido estricto, las ediciones que reflejaban el estilo de vida de los acomodados, adquirieron relativa popularidad y comenzaron a funcionar como guía para establecer metas, en un entorno que poco favorecía la movilidad social.

Así, para 1902, el urbanismo de la Ciudad de México se enfrentó a la apertura de dos colonias que modificaron por completo el entorno en que los porfirianos se relacionaban: la Condesa y la Roma, esta última surgida de los intereses por acompañar a las ya existentes Juárez y Cuauhtémoc, en el afán por promover una zona habitacional en la que los intelectuales intercambiaran opiniones y gustos y que, con el pasar de los años, serviría como refugio para esa clase media que aún no sucumbía ante la polarización del sistema.

De tal manera, la Roma, construida en los límites del antiguo pueblo de ‘la Romita’ —presente desde el siglo XVI—, albergó espacios de convivencia pública como cafés, parques, iglesias y plazas que, junto con  los principales servicios urbanos, dieron luz y ritmo al mundo que salía del centro de la urbe.

La combinación de tales espacios con el espectáculo modernizador del porfiriato, hizo que en la Roma se hospedara la Belle Epoque (periodo artístico-cultural en el que la élite dominó el cientificismo mediante el pensamiento positivista y lo llevó a la práctica en las ejecuciones plásticas de principios del siglo XX), lo que provocó que las clases bajas, tal y como lo señala Édgar Tavares López (1995:21), ocuparan los edificios virreinales, mientras la élite construía otros basándose en el gusto por el arte de metal, aquel que parecía engalanar al régimen, y lo fortalecía en el ámbito material. 

En algunos lugares del mundo, el nouveau logró convertirse en una forma de ser que impactó incluso el mobiliario, los utensilios y la vestimenta. Sin embargo, las características del medio que le recibió en México, lograron presentarle con notorias diferencias: la mexicanización y el servicio al sistema político, fueron evidentes en las zonas públicas en donde se presentó.

De tal manera, las casas levantadas hacia finales del periodo presidencial del general Porfirio Díaz Mori, evidenciaron la filiación de sus inquilinos con el régimen. Quienes las edificaron, financiaron o habitaron conocían el gusto modernista de la época.

Quienes estén interesados en este recorrido, que forma parte del Programa Historia Viva del Departamento de Historia de la IBERO y es apoyado por Fomento Cultural Banamex, pueden pedir información sobre costos e itinerario al teléfono 5950-4000, extensión 4044, o al correo historiaviva.uia@gmail.com.

Redacción IBERO