Opinión | Adolescencia: las Jóvenes Generaciones Encerradas, pero no Aisladas
Hace algunos años, el antropólogo catalán Carles Feixa escribió un artículo titulado “La habitación de los adolescentes”. En ese texto describía una de las principales transformaciones de las jóvenes generaciones, para quienes estar encerrado no significa más estar aislado.
La habitación conforma un espacio identitario muy importante para la juventud actual, pero no sólo eso. Es también el lugar desde el cual se accede a múltiples formas de interacción a través de plataformas, redes y chats. La pandemia exacerbó esta tendencia. La Generación Z ha visto marcada su adolescencia y juventud por este acontecimiento que profundizó y, en cierto sentido, reconfiguró su identidad. Tuvieron que vivir un par de años, de esos años tan importantes en términos de conformación identitaria, encerrados en sus habitaciones teniendo que hacer ahí de todo. Sustituyendo la experiencia vital por excelencia de ser joven que implica salir de casa y construir afectos y relaciones con sus pares.
Hijos e hijas cierran la puerta de sus habitaciones, pero no se quedan encerrados ni solos, en realidad salen a explorar el mundo con las terribles consecuencias que eso tiene en la realidad “real”.
La pandemia eliminó de golpe esa experiencia vital a una generación completa en esos años fundamentales de su existencia. Sabemos que ocurrieron muchas cosas que docentes, madres y padres de familia, vamos identificando en nuestro estudiantado, hijos e hijas. Hay distracción, nuevas formas de aprender, poca capacidad de concentración, y en el peor de los casos, ansiedad y muchas formas de socialización trastocadas.
Hemos de lidiar con estos temas en los próximos años. Pero hay algo más. Una profunda transformación en la cultura juvenil que coloca a esta generación en terrenos que nos toca descubrir a los adultos. Ésta se está construyendo a partir de la interacción que tienen las y los jóvenes con las tecnologías digitales.
El ecosistema digital les ofrece todo tipo de información, diversión e interacción a su alcance. Se configuran nuevos códigos que, a simple vista, pasan desapercibidos para quien no está ahí. Es decir, para los adultos que parecemos desconocer casi todo de lo que ocurre en esos espacios. Y no es que no estemos también ahí, conectados, accediendo y trabajando en y a través de redes y plataformas. No, lo que ocurre es que, en este vasto territorio digital, transitamos otros espacios, somos migrantes, nos hemos adaptado a estos terrenos.
Pero estas generaciones ya nacieron ahí, no en balde hay autores, como Tapscott, que los llaman nativos digitales. Dice Feixa en el artículo que refiero al inicio de este texto, que se amortigua el conflicto generacional, pero aparecen nuevas brechas (cada vez más sutiles) que separan a padres e hijos. Nunca antes habían vivido tanto tiempo bajo un mismo techo y nunca antes habían vivido en mundos aparentemente tan distintos. Es lo que en la serie Adolescencia se plantean los padres de Jamie: “estábamos tan tranquilos de tenerlo en casa, estaba en su recámara, qué pudo estar mal”.
Es imperante conocer y acompañar a hijos e hijas en los espacios digitales, generar conversaciones sobre lo que les preocupa, por más que cierren la puerta de sus habitaciones y hablen poco.
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Grandes preguntas tenemos enfrente, la realidad se expande y se nos esconde frente a nuestros ojos. Hijos e hijas cierran la puerta de sus habitaciones, pero no se quedan encerrados ni solos, en realidad salen a explorar el mundo con las terribles consecuencias que eso tiene en la realidad “real”. Más nos vale salir a explorar con ellos y ellas para no quedarnos como el policía de la serie a quien su hijo tiene que explicarle lo más elemental: palabras (incel), colores (corazones negros, verdes, rojos), figuras (frijoles). Le dice tiernamente: “te voy a explicar papá, me da pena verte tan perdido”. Más nos vale entender para poder actuar en consecuencia, pues no es un asunto superficial lo que ocurre en esos terrenos digitales, en tanto que ahí es donde se están configurando nuevas culturas políticas de estas jóvenes generaciones.
A quienes tenemos hijos varones, nos resultará imperante mirar con atención la respuesta misógina que se gesta y bulle en la manósfera. Quien tiene hijas, ya lleva bastantes años con la preocupación que las múltiples violencias se ciernen sobre ellas. Pero el viraje al fascismo al que estamos asistiendo como sociedad en todo el mundo, nos afecta en múltiples formas y se está gestando, en gran medida, en el fondo de estos sitios virtuales. Toca estar en todos lados y aprender rápido.
Es imperante conocer y acompañar a hijos e hijas en los espacios digitales, generar conversaciones sobre lo que les preocupa, por más que cierren la puerta de sus habitaciones y hablen poco. Es dentro de casa -en los contenidos que circulan en los distintos dispositivos móviles, en las interacciones que ahí tienen lugar- donde se gestan los peores demonios si no les enseñamos a domarlos y a discernir para generar agentes de cambio, sujetos resilientes y no individuos anomizados y politizados al peor postor.
Por: Dra. Maricela Portillo Sánchez, académica del Departamento de Comunicación de la IBERO
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