Opinión | Una mujer en la Presidencia de la República, ¿qué tanto cambiarán las cosas?
Red de Politólogas #NoSinMujeres
Todo parece indicar que la próxima titular del ejecutivo será una mujer. A diferencia de ocasiones anteriores, cuando Rosario Ibarra de Piedra (en 1982 y 1988), Marcela Lombardo (1994), Cecilia Soto (1994), Patricia Mercado (PSD), Josefina Vázquez Mota (2012) y Margarita Zavala (2018) contendieron por la presidencia de la república, en esta ocasión las dos principales fuerzas políticas, que son las que tienen posibilidades reales de ganar las elecciones en julio de 2024, van a postular a una mujer: Claudia Sheinbaum por Morena y Xóchitl Gálvez por el Frente Amplio, que agrupa al PAN, PRI y PRD.
Salvo quizá en 2012, cuando Josefina Vázquez Mota obtuvo el 25.39% de los votos, en el resto de las contiendas nunca se vislumbró cercana la posibilidad de que una mujer llegara a la presidencia de la república. Por el contrario, para el 2024, algo extraordinario tendría que pasar para que esto no sucediera: quizá pueda existir la duda de si Xóchitl Gálvez logré reducir la ventaja que ahora se observa en los estudios de opinión, pero parece bastante indiscutible que un cargo que había estado exclusivamente --como si eso fuera lo natural--, en manos de hombres, a partir del año que entra será ocupado por una mujer.
"Tradicionalmente a las mujeres se nos había constreñido al espacio privado, dejando que fueran los hombres quienes ocuparan el espacio público" |
Este hecho es sin duda un paso importante y tiene un valor simbólico nada desdeñable: tradicionalmente a las mujeres se nos había constreñido al espacio privado, dejando que fueran los hombres quienes ocuparan el espacio público. La política era cosa de hombres. Poco a poco, a través de una lucha constante por los derechos políticos y sociales, fuimos ganando terreno, aunque al principio nuestra participación se veía limitada en gran medida a roles secundarios o a labores de apoyo. Sin embargo, en las últimas décadas, hemos sido testigos de cambios que han comenzado a superar obstáculos y tirar muros, hasta lograr perfilarnos por fin con verdaderas posibilidades de ocupar el cargo de la máxima autoridad política del país.
Sin embargo, no hay que caer en la ingenuidad de pensar que con esto ya se ha logrado la total igualdad y se han derribado los cimientos que sostienen un sistema basado en la dominación masculina, a través de una estructura social en la que los hombres tienen un poder y control desproporcionados sobre los recursos y las decisiones, mientras que las mujeres y otras identidades de género son sistemáticamente subordinadas y marginadas. No, no esperemos un cambio radical en el sistema político ni en la forma de ejercer la política. Para que las transformaciones sean de fondo, tenemos que ir más allá de preocuparnos por quién ocupa el poder, nos tenemos que centrar en cómo se ejerce dicho poder. En ese sentido, comparto algunas reflexiones que reflejan mis bajas expectativas con respecto al impacto real que tenga la llegada de una mujer a la presidencia.
El hecho de que vaya a ser mujer la próxima titular del ejecutivo no garantiza automáticamente un progreso en las condiciones de vida de las mujeres, porque para eso se necesita una agenda de género progresista, que reconozca las situaciones de desigualdad que todavía perviven en nuestra estructura social y que busque romper, no sólo con los famosos techos de cristal, sino también con los pisos pegajosos. La historia política mundial está repleta de ejemplos de líderes mujeres que no promovieron de manera efectiva los derechos de las mujeres.
La mala noticia, desde mi punto de vista, es que, a estas alturas, no percibo que ni Claudia Sheinbaum ni Xóchitl Gálvez vayan a proponer una verdadera agenda feminista; no me cabe duda de que sabrán sacarle partido discursivamente a ese valor simbólico que antes mencioné de que una mujer llegue a Palacio Nacional; pero más allá de eso, no creo que en sus programas electorales y, mucho menos, cuando una de ellas ocupe la presidencia, sean prioritarios temas como la violencia de género, la brecha salarial, el acceso a la educación y la garantía de los derechos sexuales y reproductivos. Estos problemas no pueden resolverse simplemente con un cambio en la cabeza del gobierno, sino que requieren de políticas específicas y un compromiso real con la agenda de género.
No nos hagamos ilusiones, no creo que sean muchos los cambios. Y algo que nos hace pensar en ello es cómo reaccionamos como sociedad ante la posibilidad de que vayamos a tener una mujer presidenta, y entonces no falta la clásica pregunta de “Oye, ¿pero tú crees que México está preparado para que lo gobierne una mujer?” ¿De verdad nos tenemos que hacer esta pregunta? ¿México se preparó alguna vez para que lo gobernara un hombre? ¿Cómo se prepara un país para que lo gobierne una mujer? Esta percepción de que se necesita algo especial para poder “soportar” la idea de que una mujer sea la máxima autoridad en el país hace pensar lo lejos que aún estamos de un mundo en donde la presencia de las mujeres no tenga que ser vista como una intromisión, una anomalía.
Una sociedad que se pregunta si está preparada para que la gobierne una mujer es una sociedad en se asume que el “orden natural” es el aquel en el que el hombre es el único con derecho a ocupar el espacio público y la mujer que lo logra es casi una intrusa que será puesta a prueba. Poco se puede hablar de igualdad en estas circunstancias, aunque la mujer sea la presidenta.
Por eso, lo que está en juego no es la mera presencia de las mujeres, sino las ideas que sostienen su ausencia. Como señala Mary Beard “si no percibimos que las mujeres están totalmente dentro de las estructuras de poder, entonces lo que tenemos que redefinir es al poder, no a las mujeres”. Ese sería el verdadero cambio.
La autora del artículo es la Dra. Helena Varela Guinot, coordinadora del Doctorado en Estudios Críticos de Género en la Universidad Iberoamericana
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