Para celebrar a la vida y al amor, la IBERO conmemora a los Fieles Difuntos
Los jesuitas Daniel Stevens, Fernando de la Fuente y Héctor Estrella concelebraron, en el Jardín de los Lobos de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, una Misa en honor a las y los fieles difuntos de nuestra comunidad.
En la homilía, el Padre Stevens dijo que es inútil colocarse de espaldas a realidades que se tienen enfrente y, por tanto, se deben afrontar. Una de esas realidades ineludibles es la muerte, que al ser un “capítulo fundamental de la vida”, dota de importancia el escoger una buena clave de lectura en la misa, y el no perder de vista la tradición cristiana de enfrentar y de vivir la muerte.
La muerte es susceptible de muchas lecturas, puede sufrirse; puede ser protagonizada, celebrada y cantada; puede vivirse y verse como desarraigo o como un abrazo fraterno; puede verse como aniquilación o como descanso; como exilio al frío mundo del no ser o como retorno a la casa del Padre; como confinamiento al más absoluto de los vacíos o como caída en los brazos de Dios; como ciega voraz o como siembra esperanzada; como ocaso o como aurora.
Las y los creyentes, al no ser inmunes a este problema, son invitados a abordarlo con esperanza, para que desde ahí morir y vivir adquieran horizontes más amplios y profundos que sólo hechos biológicos, pues son sucesos sacramentales, simbólicos, insertos en el misterio de la vida y la muerte de Cristo, pues como dijo San Pablo en Romanos: Si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor. En la vida y en la muerte, somos del Señor.
Es así que los elocuentes textos bíblicos escogidos para la misa “iluminan la celebración de la Eucaristía”. El Libro de la Sabiduría, escuchado en la primera lectura, “ilumina la suerte última de los justos, porque la muerte es su éxodo, su camino definitivo del mundo y su caída en las manos de Dios; es el retorno a la casa del Padre”.
En la segunda lectura se mencionó que cuando alguien ama, está dispuesto a entregar la vida por ese alguien que ama, como lo hizo Jesús por todos. “Siguiendo ese ejemplo de amor, nosotros también deberíamos entregar nuestras vidas por nuestros hermanos, porque debemos amar no sólo de palabra ni de labios para afuera, debemos amar con hechos y debemos amar de verdad”.
Tras mencionar a las y los congregados a la misa que, “celebramos a los Fieles Difuntos, hoy, como una comunidad de fe”, el P. Daniel señaló que el autor del Libro de la Sabiduría dijo: las almas de los justos están en manos de Dios y no los alcanzará ningún tormento. Es así que, aunque la muerte es un misterio, “confiamos que Dios está con nosotros, con nosotros en nuestra vida aquí en la Tierra y en nuestra manera terrenal de ser. Y en este misterio confiamos en el misterio infinito de Dios”.
Continuó. Todas las personas, desde que nacen, experimentan la muerte en su proceso de crecimiento y de amor. “Morimos a ser niños para convertirnos en adolescentes; y lo mismo sucede con nuestra juventud, cuando tomamos compromisos en nuestras vidas y nos convertimos en adultos; o cuando un matrimonio renuncia a sus comodidades para procrear y acompañar a un hijo. Este proceso natural de crecimiento nos va enseñando a morir, para pasar a una vida más plena”.
Cuando alguien se atreve a compartir su amor experimenta la muerte, pero también experimenta la vida, pues cuando ama está más viva que nunca. “¿Cuántas personas en tu vida y en la vida de tus ancestros murieron para que hoy fueras tú una persona viva y amada?; muchísimas. Somos frutos del amor de tantas personas, porque ellas aceptaron morir para darnos la vida y el amor que necesitábamos”.
Por eso, “conmemorar a los Fieles Difuntos es celebrar el amor y la vida”. Es así que el Padre pidió agradecer la vida de todos cuyos 280 nombres se pusieron en una Estela conmemorativa (dispuesta en la misa a un lado del altar), “de todos los que están en nuestro corazón, de todos los que están en nuestro recuerdo, de todos aquellos que amando nos han conseguido la vida. Aprendamos de ellos y atrevámonos a vivir muriendo, a vivir amando con confianza y con generosidad, con la alegría de creer que al vivir amando estamos experimentando ya lo que será la vida eterna”.
“No hay amor más grande que dar la vida y compartir con quien nos necesita, no hay amor más grande que la vida que nos dieron quienes nos acompañan hoy desde el cielo y desde nuestro corazón. Pidamos al Señor que nos regale el aprendizaje de vivir, para morir viviendo”.
Ofrenda dedicada al Padre Saúl Cuautle
Al término de la misa, los tres jesuitas oficiantes y las personas asistentes recorrieron un “camino de luz” desde el Jardín de los Lobos hasta las puertas de la Galería Andrea Pozzo, donde se montó una ofrenda dedicada al Padre Saúl Cuautle Quechol, S. J., quien fuera Rector de la IBERO y que falleció este año.
Desde ahí, Daniel Stevens comentó que hablar de Saúl Cuautle es hablar del educador, del sacerdote, del amigo y del jesuita interesado en vivir en fidelidad a su llamado y su vocación: siempre buscar y encontrar a Dios en todas las cosas. Con su espíritu y vigorosa personalidad inspiró y promovió el quehacer académico y se interesó en que la Universidad tuviera una incidencia social que contribuyera a transformar la realidad mexicana.
“Hoy nuestra mirada es el camino para buscar en esa voluntad amorosa de Dios la paz que hemos perdido al experimentar una ausencia inesperada que nos trae la muerte y nos recuerda la vulnerabilidad humana, la fragilidad de la vida. Así fue la partida del Rector de la Universidad Iberoamericana, y hoy esta afectiva ausencia nos invita a buscar ver con esperanza, a ver nuevas todas las cosas, nos invita a aprender a mirar desde la ausencia”.
“Mirar y convertir la mirada de la muerte es caer en la cuenta, con gratitud y confianza, del sentido de la verdadera conversión, fundamento de esperanza afianzada en la vida que no muere”. Vita mutatur non tollitur -la vida no es arrebatada, sino transformada-. A la memoria de Saúl Cuautle Quechol, S. J., “en compañía del que vive y nos hace vivir”.
Texto y fotos: PEDRO RENDÓN/ICM
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