“La mitad de los niños y niñas podrían vivir una experiencia de violencia sexual en su infancia. ¿Qué tanto nos estamos formando para detectarla, sanar y, sobre todo, prevenirla?”, cuestionó la psicóloga Paula Aguilar, especialista en atención a niñas, niños y adolescentes sobrevivientes de violencia sexual, ante una sala desbordada de estudiantes en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.

Durante la conferencia “Prevención de la violencia sexual infantil: la responsabilidad social desde la formación profesional” —organizada por el Centro de Estudios de Género e Inequidades (Cecrige) y el programa Conciencia—, la conferencista subrayó que la violencia sexual contra la infancia no es un problema aislado ni poco común, sino una realidad que afecta al tejido social completo.

El peso del silencio y la urgencia de formación

Aguilar compartió casos clínicos y estadísticas que muestran el impacto devastador del abuso infantil: desde el trastorno de estrés postraumático hasta la disociación y la autolesión. Señaló que, en México, de cada mil casos de violencia sexual, solo uno llega a una sentencia condenatoria, lo que refleja niveles alarmantes de impunidad.

La psicoterapeuta también enfatizó que el silencio social y familiar es el mejor aliado del agresor: “El trauma de un abuso ocurre en una relación y por eso también se sana en una relación. Cuando callamos o ignoramos, nos volvemos cómplices”.

En su exposición detalló técnicas de acompañamiento y autorregulación para profesionales, como ejercicios de respiración, movimientos corporales y el “abrazo de mariposa”, recordando que “el primer paso para cuidar a las infancias es que los adultos aprendamos a cuidarnos a nosotros mismos”.

Programas de prevención, capacitación y cultura de denuncia

Además de presentar su libro Inaccesibles. Herramientas para distanciar a nuestros hijos de la violencia sexual, Aguilar dio a conocer los programas que coordina, entre ellos “Mi semáforo”, talleres conjuntos para madres, padres e hijos; el Código A en escuelas, que establece rutas claras de detección y denuncia; y la capacitación de líderes de protección infantil.

La especialista insistió en que la prevención no se reduce a “una plática sobre genitales”, sino que implica una cultura cotidiana de respeto, confianza y escucha hacia niñas y niños. “Detectar a tiempo, intervenir adecuadamente y no minimizar señales puede significar la diferencia entre perpetuar el daño o abrir la posibilidad de sanar”, concluyó.

Texto y fotos: Mariana Domínguez Batis

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