Rutilio Grande, piedra angular de un legado y precursor de la liberación de las injusticias

Vie, 9 Ago 2019
Académico de la IBERO habla del Padre Rutilio Grande, en el ciclo ‘Arte, Historia y Pensamiento Jesuita’
  • Mural en homenaje a Rutilio Grande en El Salvador (Imagen: religiondigital.org).
  • Lic. Carlos Mario Castro, académico del Departamento de Letras de la IBERO.
  • Castro impartió la ponencia ‘Rutilio Grande, S.J’, en el ciclo ‘Arte, Historia y Pensamiento Jesuita’.
  • Castro Aparicio es exjesuita y salvadoreño.

El Padre Rutilio Grande García, jesuita asesinado en 1977, fue la piedra angular sobre la que se levantó un legado de la Iglesia católica en su país, El Salvador, consideró el licenciado Carlos Mario Castro Aparicio, académico del Departamento de Letras de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.

Así lo dijo en su conferencia ‘Rutilio Grande, S. J.’, que impartió en el ciclo ‘Arte, Historia y Pensamiento Jesuita’, organizado por la Vicerrectoría Académica de esta Universidad, y coordinado por el maestro Emilio Quesada Aldana.

Para situar el contexto histórico de El Salvador de la mitad de 1970 y durante la década de 1980, cuando se edificó el legado del ‘Padre Tilo’, Castro retomó el pensamiento de su colega docente de la IBERO, Dr. Enrique Téllez Fabiani, quien esboza tres lugares que en Centroamérica definieron el proyecto religioso y de transformación social y política de los jesuitas y de Monseñor Óscar Arnulfo Romero.

Enrique Téllez, dijo Castro, considera que esos laboratorios que hicieron emerger formas nuevas de vivir lo humano, lo político y lo religioso en esa región, y en El Salvador, fueron: primero, la parroquia rural, por la reinvención que de ella hizo Rutilio Grande y su equipo misionero en el pueblo de Aguilares.

En segundo lugar, la Catedral, en la ciudad de San Salvador, porque ahí asentó su cátedra la voz profética de Monseñor Romero, quien reinventó la retórica de la prédica -inspirada en los documentos del Concilio Vaticano II y en la Conferencia de Medellín-, al incluir una estructura de ver la realidad, observar lo que pasaba y juzgar esa realidad, para constatar si ésta se acercaba o alejaba de la voluntad de Dios; que Romero reformuló, al decir que esa voluntad tenía que ver, en aquel contexto, con que el pobre tuviera vida y justicia.

“O sea, que frente a esta realidad uno no podía quedarse de manos cruzadas; sino que había que intentar actuar y acercar lo más posible esa realidad a la voluntad de Dios”, explicó Castro. Y continuó, “entonces, Monseñor Romero reinventa la homilía tradicional que hacían los obispos y la convierte en una forma de acercarse, y de acercar a quienes lo escuchaban, a la realidad de lo que pasaba en El Salvador, en Centroamérica, en el mundo”.

En tercer lugar, la universidad (como la jesuita Universidad Centroamericana José Simeón Cañas -UCA-, de El Salvador), donde cabe incluir a algunos colegios jesuitas que procuraron en ese contexto acercar a los estudiantes a las experiencias de carácter social, es decir, que los colegios o la universidad no se quedaran en su burbuja, sino que el conocimiento pudiera salir para ayudar y acompañar a quienes más lo necesitaban en esas sociedades.

Al ejemplificar en específico el primero de esos laboratorios, la parroquia rural, el profesor Carlos Mario dijo que ésta tuvo un personaje fundante y primordial en Rutilio Grande (1928-1977), quien desde su experiencia en la parroquia de Aguilares se convirtió en el “giro apostólico, político y social de la Iglesia católica” en su país.

“Rutilio Grande fue uno de los artífices que puso a la Iglesia en el entonces novedoso horizonte del Vaticano II y de los documentos de Medellín, cuya pretensión consistió en refundar la misión de la Iglesia de acuerdo con los aires frescos emanados de aquel esperanzador Concilio. La idea de este intento era poner a la vida religiosa en un diálogo de tú a tú con todos los problemas de la modernidad”.

Y fue esa forma del Padre Rutilio de dar su homilía, sobre todo la última pública, en donde llamó a construir una mesa común de fraternidad en la que todos y todas, en especial los más vulnerables, tuvieran su asiento y un pan para comer, la que “en cierta manera fijó su sentencia de muerte frente a los poderes de aquel tiempo”.

Se desangra El Salvador

La tarde noche del sábado 12 de marzo de 1977, Rutilio Grande, junto con Don Manuel Solórzano y el niño Nelson Rutilio Lemus, fueron masacrados por un escuadrón de la muerte mientras regresaban de una misa, la última eucaristía de pueblo del jesuita, “pronunciada, según dicen, con un tono de despedida, y que celebró en un poblado pequeño de la parroquia de Aguilares”.

Ese día, el Padre Rutilio y sus acompañantes fueron emboscados por un torrente de balas de grueso calibre mientras circulaban en auto por una carretera de terracería con cañaverales a los lados. Así, Grande se convirtió en el primero de 17 sacerdotes que fueron asesinados en El Salvador, “bajo esa consigna de terror que el Estado transformó en una moda macabra a partir de entonces: haga patria, sea patriota, mate un cura”.

Con los homicidios de los tres, Castro dijo (parafraseando al escritor mexicano Alfonso Reyes), que empezó a desangrarse por muchos años El Salvador. Y al asesinato del ‘Padre Tilo’ se sumaron los de otros 16 sacerdotes, entre quienes “curiosamente” se encontraban muchos religiosos diocesanos que habían sido sus alumnos en el Seminario Mayor de San Salvador.

En los años siguientes también serían asesinados Monseñor Romero, cuatro religiosas norteamericanas, incontables catequistas y delegados de la palabra; y en 1989, seis profesores jesuitas de la UCA, entre ellos el Padre Ignacio Ellacuría. Con sus asesinatos, en El Salvador “se trató de destruir durante todos estos años a la parroquia, a la catedral y a la universidad, y a la buena y novedosa noticia que cada una construyó en ese país”.

El gran precursor

Carlos Mario Castro, exjesuita y salvadoreño, compartió con quienes escucharon su ponencia que su primer contacto consciente con la memoria de Rutilio Grande ocurrió un año después de su asesinato, en 1978, cuando su abuela paterna, “esa gran formadora de mi fe y de mi educación política”, lo llevó un domingo por la mañana a una misa que Monseñor Romero celebró por el primer aniversario del martirio del ‘Padre Tilo’ y sus acompañantes.

“Era tanta la gente congregada aquella mañana de sol tropical, que Monseñor Romero ofició el misterio del pan y del vino en las afueras de la catedral, aquella plaza, aquel pequeño zócalo, transfigurado en ofertorio del cuerpo y la sangre inmolados, para redimir la historia”.

En esa plaza que rebosaba sobre todo de campesinos llegados desde todos los rincones de El Salvador, el ahora profesor de la IBERO, cuando niño, fue testigo desde su asiento en lo alto de la rama de un árbol “de aquella celebración del pueblo con su pastor”.

Con su vida y martirio Rutilio Grande se convirtió en el “gran precursor” de esa liberación de las injusticias y defensa de la vida de los empobrecidos de El Salvador, que posteriormente también realizaron Monseñor Romero y los jesuitas de la UCA, concluyó Castro Aparicio.

Texto y fotos: PEDRO RENDÓN/ICM

 

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