Tras pandemia de COVID, evaluación docente debe cambiar: académica

Jue, 11 Nov 2021
Profesora de la Universidad de Los Andes señala ‘Aspectos éticos de la evaluación del desempeño docente en el contexto de la pandemia’
  • Dra. Juny Montoya Vargas, directora del Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Los Andes (Colombia).

Si la pandemia de COVID-19 alteró la vida académica, la evaluación del trabajo docente también debería cambiar, consideró la Dra. Juny Montoya Vargas, directora del Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Los Andes (Colombia), al hablar de los Aspectos éticos de la evaluación del desempeño docente en el contexto de la pandemia.

En esta conferencia que impartió en el VIII Coloquio RIIED IBERO CDMX. La evaluación docente: desafíos actuales, aproximaciones, experiencias y modelos, señaló que durante año y medio los profesores/as han estado conectados por Zoom -o sus equivalentes-, pasando de una actividad a otra sin solución de continuidad, “y estamos agotados”.

“Y ahora que la pandemia empieza a ceder terreno frente a la vacunación, los directivos nos dicen que nos preparemos para volver a la normalidad”. Pero ¿cómo va a ser evaluada la docencia que se hizo en estado de emergencia?, ¿cómo será evaluada la productividad docente en la nueva normalidad?

En el estudio La academia en los tiempos del COVID-19. Hacia una ética del cuidado, los investigadores Corbera, Anguelovski, Honey y Ruiz describen algunos de esos cambios, refirió Juny Montoya.

Para los académicos, las políticas de confinamiento promulgadas por la mayoría de los países han implicado un cambio repentino al trabajo remoto, una transición a la enseñanza y tutoría en línea, y un ajuste de las actividades de investigación.

El trabajo remoto hizo más eficientes a los docentes, por ejemplo, al reducir muchas juntas de dos horas a 45 minutos; pero al mismo tiempo les obligó a estar disponibles todo el día, todos los días. De hecho, muchos académicos reportan que sus jefes esperan que estén disponibles fuera de los horarios y días de oficina.

Con relación a la docencia, hay quienes “aprendieron a encender la pantalla para seguir haciendo lo de siempre; dejaron de hablar a un auditorio al que ya antes de la pandemia se le consideraba una caja negra, para pasar a hablar a una auténtica caja negra llena de cuadritos o circulitos”.

Otros recibieron capacitación y aprendieron a hacer uso de múltiples recursos que les ayudaron a transformar sus aulas virtuales en espacios incluso más propicios para el aprendizaje de lo que eran sus aulas presenciales, con más material audiovisual, más interacción, más retroalimentación.

El paso a la virtualidad multiplicó por tres o cuatro el tiempo dedicado a las clases, y muchos estudiantes, sobre todo los más vulnerables, apreciaron que sus profesores les dedicaran tiempo individualizado en momentos de incertidumbre y aislamiento generalizados; pero los profesores terminaron cada periodo académico cada vez más exhaustos.

En la investigación, se hizo necesario detener el trabajo de campo en muchos casos, por lo que cabe preguntarse ¿qué se espera que pase al retomarlo?; ¿doblar la velocidad para recuperar el tiempo perdido? o ¿retomar los proyectos como si no hubiera pasado nada? Y es que algunos docentes van atrasados en sus investigaciones y otros no han podido hacer ningún avance durante la pandemia.

Al discutir cómo la pandemia afectó y afectará la profesión docente en el futuro, los investigadores citados argumentan que esta situación puede orientar a la academia a fomentar una cultura del cuidado, a ayudar a reenfocarse en lo más importante y a redefinir la excelencia en la enseñanza y en la investigación. Tal reorientación puede hacer que la práctica académica sea más respetuosa y sostenible, por lo que invitan a reevaluar las implicaciones sociológicas, psicológicas, políticas y ambientales de las actividades académicas.

Sobre las prácticas más respetuosas y sostenibles, a juicio de los investigadores, si se consideran las implicaciones ambientales de los viajes académicos, la huella de carbono que dejan, reducir su número (y, por ejemplo, en favor de más encuentros virtuales, como el VIII Coloquio RIIED IBERO CDMX) debería ser una de las consecuencias deseables de la pandemia.

En cuanto a la cultura del cuidado, fomentarla implica verla desde las relaciones interpersonales. “La ética del cuidado genera responsabilidades con otras personas inmersas en situaciones particulares, lo que permite responder a las necesidades de cada uno de nuestros estudiantes, al reconocerlos como agentes individuales enmarcados en un contexto social específico y en una red de relaciones”.

Los investigadores citados también abogan por priorizar los objetivos colectivos, en lugar de los individuales, sin dejar de ser responsables ante sus universidades, ni dejar de ser científicamente receptivos. Esto significa prestar mayor atención a la enseñanza, asesoría y apoyo a los estudiantes; rediseñar los proyectos de investigación de manera más significativa socialmente, ambientalmente sostenible y menos estresante para los involucrados; y contribuir con iniciativas institucionales orientadas a fomentar la colegialidad y el apoyo colectivo.

Esto debería incluir priorizar tareas en las que realmente se pueda hacer una diferencia, por ejemplo, “escribir menos pero mejor, evitar tanto como sea posible una carrera frenética por nuevos proyectos y artículos, y comprometerse más seriamente con la transferencia de conocimiento a la sociedad civil y con las acciones orientadas al cambio de las políticas”.

Las consecuencias para la evaluación docente

Al abordar cuáles serían las consecuencias de la pandemia para la evaluación docente, la profesora colombiana cuestionó si ¿se puede esperar que la gente haga las cosas como de costumbre después de una pandemia global y que se mantenga el mismo ritmo de productividad y compromiso con las tareas laborales? Los investigadores mencionados creen que esto puede ser difícil, si no imposible, en el contexto de una crisis de grandes dimensiones y ramificaciones, e incluso puede ser contraproducente mantener esas expectativas.

Algunas de las recomendaciones que hacen son, sobre las prioridades y tareas: priorizar el bienestar personal y colectivo sobre la productividad; reconocer las diversas necesidades, experiencias y vulnerabilidades vividas durante la crisis;  y cuestionar las prácticas que promueven el sálvese quien pueda.

Dado que la pandemia amplió las inequidades de género, étnicas y de clase, es necesario reconocerlas de manera abierta y colectiva, y actuar contra ellas institucionalmente mediante reconocimiento, financiación y apoyo tecnológico adicional para los grupos vulnerables en todos los niveles académicos.

Las universidades deberían extender los tiempos para otorgar titularidad, para las evaluaciones de desempeño y para el ascenso del personal docente; los financiadores deberían ampliar los plazos de las convocatorias de investigación abiertas; las revistas académicas deberían dejar de procesar y de revisar envíos de nuevos artículos mientras dura la pandemia, y ralentizar sus actividades para reducir la carga laboral de los miembros de sus consejos editoriales.

Los investigadores principales deben evitar infligir daño psicológico y estrés a sí mismos y a sus equipos de investigación, para ponerse al día con el trabajo pendiente una vez finalizado el encierro; y deberían establecer nuevas prácticas para recolectar y compartir datos, así como prácticas generales de colaboración para la investigación y la escritura.

Evaluadores y financiadores deberían evitar un énfasis excesivo en medidas cuantitativas para evaluar la calidad -número de publicaciones, factores de impacto, índices de citas y desempeño en convocatorias de financiación hipercompetitivas- y considerar como indicadores: aportes a la superación de la crisis, transferencia de conocimiento, trabajo con las comunidades, apoyo directo a los estudiantes y colegas durante y después de la crisis, y formulación de políticas relacionadas con problemas sociales, económicos, ambientales y políticos derivados de la crisis.

En esta misma línea, Montoya indicó que un estudio en escuelas públicas en Estados Unidos mostró que la pandemia y el giro hacia la enseñanza remota de emergencia resultó en una caída repentina en la percepción de éxito, llamada a veces autoeficacia de los profesores, es decir, la creencia de ser eficaces con sus alumnos, la cual se ha demostrado que está correlacionada con los resultados de los estudiantes.

También mostró que las condiciones en las escuelas tuvieron un papel fundamental para ayudar a los maestros a mantener su sentido de autoeficacia. Se encontró que los maestros experimentaron una menor disminución en su autopercepción de éxito cuando trabajaron en escuelas que tuvieron una comunicación eficaz con ellos, que les proporcionaron desarrollo profesional específico de acuerdo con sus necesidades, que reconocieron sus esfuerzos, que facilitaron la colaboración y que mantuvieron expectativas justas durante la pandemia.

“Puede decirse que, si tenemos en cuenta la gran capacidad de arrastre que la evaluación tiene sobre los esfuerzos que realizan los evaluados, revisar los criterios que la evaluación docente prioriza es un imperativo ético de especial relevancia en el momento actual”.

Y ya que la tensión entre docencia e investigación siempre ha existido, porque las dos actividades compiten por el tiempo finito del profesor y los recursos escasos de las instituciones, la doctora se pregunta si, ¿debería seguir siendo la prioridad el número, el cuartil, las citaciones obtenidas por las publicaciones, frente a los esfuerzos de acompañar a los estudiantes a superar las crisis de adaptación, convivencia y hasta navegación de las plataformas, para lograr el éxito académico?

¿Trabajar con las comunidades locales, atendiendo a unas necesidades que se hacen más críticas después de la pandemia, va a seguir siendo una actividad que le quita tiempo a la investigación publicable en revistas internacionales?, ¿y qué papel juega la empatía en todo esto, es algo que le podemos pedir a los profesores con respecto a sus estudiantes y a los sujetos de investigación, o es algo que también podemos y debemos tener con los profesores?

Como proponen Robert Stake y Merel Visse en su libro ‘A Paradigm of Care’ -presentado en el VIII Coloquio RIIED IBERO CDMX-, un paradigma del cuidado es un acuerdo por el cual todas las personas, cercanas y lejanas, deben ser atendidas, protegidas, tratadas con dignidad y respeto, alimentadas en cuerpo y alma, y consoladas.

“Desde una visión coherente con este paradigma, no estamos proponiendo abandonar los principios y las reglas sobre evaluación de la docencia que hemos elaborado con tanto esfuerzo a lo largo de los años, aunque algunas de sus prácticas bien valdría la pena abandonarlas. Lo que propongo es aprovechar la crisis para recuperar el equilibrio entre una ética de la justicia, reglas justas para todos y una ética del cuidado. O, mejor dicho, para poner sobre la mesa una ética del cuidado, que no siempre ha estado presente en la práctica de la evaluación docente”, dijo Montoya.

En síntesis, todo cambió, la vida académica ya no volverá a ser como era antes, y si todo cambio, no funciona que todo vuelva a ser como siempre en el momento en que se vuelva a la normalidad. “Deberíamos tener como referente para la evaluación de la docencia una ética del cuidado, más apoyo a la labor del profesor, y probablemente menos cienciometría y más empatía”.

Sin embargo, a la académica de la Universidad de Los Andes le preocupa que se vaya a repetir lo que dice el personaje principal de El gatopardo en el cierre de este libro: todo tiene que cambiar para que nada cambie. “¿Es posible que estemos en ese panorama, que estemos en esa perspectiva?... mi invitación sería a que no ocurriera lo mismo”.

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