10 rasgos de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola
Por: Genaro Ávila-Valencia, S.J.
Con ocasión del “Año Ignaciano”, que comenzó el 20 de mayo de 2021 y finalizó con la festividad de San Ignacio el 31 de julio de 2022 (con lo que se recordaron los 500 años de la herida en Pamplona de San Ignacio de Loyola que sería el punto de partida de su itinerario de conversión), la CPAL organizó el Congreso Internacional de Ejercicios Espirituales, entre los expositores se encontraba el jesuita mexicano, Francisco López Rivera, S.J., quien compartió los 10 rasgos ignacianos y jesuíticos que más le han marcado en su vida en su afán de encontrar a Dios en todas las cosas y a todas las cosas en Él por medio del ejercicio de “en todo amar y servir”:
Humildad amorosa
Ignacio de Loyola entiende la humildad como “acatamiento por amor”, un amor que es acción y que se traduce en obras de servicio en favor de los demás. De ahí la fuerza de aquella consigna ignaciana de la Contemplación para alcanzar amor de los Ejercicios Espirituales “El amor se debe poner más en las obras que en las palabras” [EE,230]. Los jesuitas somos hombres de mucha acción, sí, pero también de mucha contemplación por amor y para servir.
Mística a fondo
La espiritualidad ignaciana es una mística para el mundo que busca echar raíces en nuestra más cotidiana realidad para ser personas contemplativas en la acción. Se trata de una mística de fondo y nada superficial (no hay místicas superficiales) que pretende un “no estar sino en Dios”. Ignacio sólo solo es el fundador de una Orden religiosa, sino un apasionado peregrino y un sabio maestro de oración.
Mortificación
Aunque parezca una palabra pasada de moda y casi en desuso, la verdad es que no lo es tanto. Más bien es una palabra poco comprendida en nuestros tiempos. Desde la propuesta ignaciana, la mortificación se entiende como tener la audacia de vivir centrados en nuestro “Principio y Fundamento” [EE,23] y no moverse al ton y son de nuestros caprichos y “afecciones desordenadas”, es un vencernos a nosotros mismos, a nuestro ego inflado, para ordenar nuestra vida en función de un amor más grande.
Gratitud
Decía San Ignacio que la gratitud es la fuente de todos los bienes, de ahí que esta actitud sea fundamental para una persona que bebe de la espiritualidad ignaciana. De ahí que, un buen examen de conciencia y cualquier auténtica oración, siempre inician y terminan con un “¡Gracias!”. Asimismo, toda nuestra jornada está llamada a iniciar y terminar también agradeciendo por todo y en todo, en especial, lo que más nos cuesta y nos duele.
Vivir desde el corazón
El corazón es la fuente de los afectos, es donde percibimos la voz del Señor y donde sentimos la consolación o desolación. Es la sede del discernimiento de espíritus al modo ignaciano. Un corazón unido intrínsecamente a la razón, sin división, para desde ahí “conocer, amar, seguir y servir”. “¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32).
Jesús y los pobres
San Ignacio nos recuerda con vitalidad que “la amistad con los pobres nos hace amigos del Rey Eterno”. En el itinerario de los Ejercicios, contemplamos siempre a un Jesús pobre y humilde, encarnado en nuestra humana fragilidad y compasivo ante nuestras necesidades. En la anotación 277 de los EE encontramos cómo Jesús “a los pobres mansamente dijo”. Ignacio añade este adverbio al texto evangélico. “En su exégesis subraya la delicadeza de Jesús con los pobres, esa misma delicadeza a la que estamos llamados todos los cristianos”.
“Hacer y padecer por Cristo” [EE,197]
Se trata de una honda disposición interior, anclada en la experiencia del amor y encuentro personal con Cristo, que nos invita, “no al vano dolorismo, sino a la generosidad y valentía ante el sufrimiento que inevitablemente trae consigo la vida humana”. Percibir la presencia de Dios no sólo en lo bueno y lo bello, sino en las circunstancias más dolorosas que padece el santo pueblo fiel de Dios.
“Salvar la proposición del prójimo”
Se trata de la famosa anotación 22 de los EE que San Ignacio pone como presupuesto fundamental, tanto para el que da como para el que recibe los Ejercicios. Es una invitación a la comprensión y nunca a la condenación de la experiencia de los otros; si acaso no la entiendo, estoy invitado a hacer hasta lo imposible por preguntarle al hermano cómo es que la entiende para evitar malinterpretarlo y, si no basta, corregirle con amor y buscar “todos los medios convenientes para salvarle”.
Dar los Ejercicios con autenticidad
Esta fue una de las invitaciones que con más insistencia nos compartió el Padre Pancho López, S.J. Tener el valor de defender “aguerridamente” nuestro carisma ignaciano que pone a Jesús y su Reino en el centro absoluto de todo. “No hacer de la experiencia de los Ejercicios un ciclo de piadosas conferencias, aunque sean sobre los mismos Ejercicios; mucho menos si son sobre temas ajenos: ciencias, artes, política, análisis sociológicos, etc. Seguir fielmente la recomendación de Ignacio de dar a los ejercitantes la materia suficiente para que, trabajando por su cuenta, lleguen a las luces y mociones. Y evitar el cansarlos con largas disertaciones, lo que podríamos llamar, ‘darles el alimento ya masticado’”.
Contemplación para alcanzar amor
Este es el cierre magistral de los Ejercicios Espirituales, una contemplación auténticamente ignaciana en la que se nos invita a mirar con anchura, altura y profundidad la gran generosidad de Dios, que nos lleva con sincera gratitud, a expresar devotamente el ofrecimiento escrito por el mismo San Ignacio de Loyola: “Toma, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponen a toda vuestra voluntad. Dadme tu amor y gracia que ésta me basta”.
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