Jesuitas y Humanismo: El Legado de San Ignacio en la IBERO

Vie, 16 Ago 2024
Este 16 de agosto la IBERO celebra con su comunidad el día de San Ignacio de Loyola, que se conmemoró el 31 de julio

Por: Dr. José Sols Lucia, Profesor del Departamento de Ciencias Religiosas de la Universidad Iberoamericana

La fiesta de San Ignacio de Loyola es el 31 de julio, pero ese día la comunidad IBERO, es decir, todos los docentes, empleados y estudiantes (hombres y mujeres) de la universidad jesuita de Ciudad de México está de vacaciones, por lo que la celebración se pospone unos días. Íñigo López de Loyola, que pasaría a la historia como San Ignacio de Loyola, es una figura muy conocida, incluso fuera del mundo cristiano.

Su influencia ha sido enorme en la historia de la Iglesia, también de la humanidad, sobre todo en Occidente, pero de hecho en los cinco continentes. Él personalmente es uno de los grandes personajes de la transición de la Edad Media a la Modernidad, aquella centrada en el objeto, esta en el sujeto.

Los hombres y mujeres de la espiritualidad, la teología, la filosofía y el arte medievales trataban de percibir y expresar la armonía de lo que tenían ante sus ojos: la Creación. La Modernidad, en cambio, “giró la cámara y comenzó a grabar” en dirección al sujeto: lo que interesaba ya no era primordialmente el objeto que el sujeto tenía ante sus ojos, sino el sujeto mismo. Se suele poner a Descartes (s. XVII) como artífice de este giro; sin embargo, el giro se había dado ya mucho antes que él: en primer lugar, en Guillermo de Ockham (s. XIV), y se había consumado en figuras inmensas del siglo XVI, como Erasmo de Rotterdam, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz o San Ignacio de Loyola, sin olvidar a los grandes artistas del Renacimiento italiano.

Íñigo era un caballero de la tardía Edad Media que fue herido por una bala de cañón en Pamplona, cuando luchaba contra los franceses al servicio del virrey de Navarra. Su pierna quedó en mal estado. Se lo llevaron a Loyola, su castillo familiar, que todavía hoy se puede visitar, donde se recuperó como buenamente pudo. Como se aburría, le dieron algo que leer, pero en lugar de los entretenidos libros de caballerías que encandilarían al Quijote de Cervantes, le pusieron en la mesa dos obras algo más aburridas: una vida de santos (Flos Sanctorum) y un famoso libro de espiritualidad (Vita Iesu Christi, de Ludolfo de Sajonia).

Esas dos obras cambiarían a Íñigo para siempre, y a través de él, transformarían realidades humanas (personales, sociales y culturales) hasta en los más recónditos confines de la Tierra a través de los jesuitas. Ignacio tuvo dos conversiones: la de Loyola, en la que decidió seguir a Jesús en pobreza con un estilo caballeresco y algo engreído; y la de Manresa, en Cataluña, en la que desarrolló el discernimiento espiritual, una de las joyas del inicio de la Modernidad, una pequeña obra (los Ejercicios Espirituales) que se sigue estudiando con lupa siglos después, incluso por filósofos de la altura de Gaston Fessard, con su famosa obra La dialectique des Exercices Spirituels de Saint Ignace de Loyola (1956).

Como es sabido, en lo institucional, San Ignacio fundó la orden de los jesuitas, que todavía hoy sigue siendo la más grande e influyente de la Iglesia Católica. Nuestra IBERO pertenece a la Compañía de Jesús, y en ella cada día tratamos de seguir aprendiendo de la tradición humanista jesuita que se inició en el siglo XVI.

Recordar hoy a San Ignacio es una invitación a repensar nuestra vida, a entender que nada es imposible: un caballero ególatra se puede convertir en el más entregado de los santos; un mundo injusto puede convertirse en el Reino de Dios en la Tierra. Hoy estamos invitados en la Ibero y allí donde haya jesuitas, cristianos y personas de buena voluntad a emprender de nuevo este camino de humanidad.

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