OPINIÓN / Rafael Cauduro, el señor de los sueños

Mar, 6 Dic 2022
El Dr. Alberto Cortés asegura que Cauduro fue uno de los responsables de que decidiera dedicarse más al estudio del arte
  • Foto tomada de @PalacioOficial
Por: 
Dr. Alberto Soto Cortés*

“[…] los pintores divinos no dejan de ajustar el poder de su mente con el modelo de una virtud intelectual supraesencial, perfumante.”

Pseudo Dionisio Areopagita, siglo VI d.C.

 

Hace varios años Rafael Cauduro me autorizó a usar una de sus obras para la portada de un libro que editó la Universidad Nacional Autónoma de México; su gesto fue de gratuidad y apoyo absoluto a una publicación que trataba sobre la muerte en la Nueva España, y donde se argumentaba que el morir es un acontecimiento trágico, que pronto es difuminado por la lamentación y, para la mayoría de las personas, deviene el olvido, que equivale a descansar en paz.

Cruzamos escasos correos, gracias a la intermediación de una generosa persona que nos puso en comunicación. Recuerdo que le comenté que mi relación con él era añeja, no porque él me conociera, como ya expliqué, sino en tanto le consideraba un artista genial, desapegado del canon mexicano y suficientemente libre para imaginar una dimensión perenne que estaba ahí, inmóvil, pero siempre cercana.

Él fue una de las personas responsables de que decidiera dedicarme más al estudio del arte. Siendo niño y como viajero urbano, su obra en la estación del Metro Insurgentes me llevaba a pedirle a mi madre que nos colocáramos en los vagones centrales. Me ocasionaba una alegría sentirme parte de una realidad que gracias a él era alcanzable, una especie de fantasmagórica ubicación de mí persona como ciudadano del mundo.

Desde mi perspectiva, Rafael Cauduro es uno de los mejores artistas de América. No me refiero a su dibujo y a su técnica impecables, a su expresión clásica, erudita y claramente identificable, sino a que tiene el poder de confundirnos y ponernos en la disyuntiva: ¿de qué lado del muro o del lienzo se encuentra la realidad?

 

Desafortunadamente, la crítica y mercadotecnia del arte tiende a cegarnos, bajo valoraciones políticas y económicas, a veces naïf y hasta torpes, sobre la transcendencia de muchos artistas. En el caso de Cauduro su lenguaje directo ha sido menos favorito por muchos actores de poder porque no se puede negar lo que es crudo y directo; muchas personas prefieren los espacios simbólicos de otro tipo de manifestaciones porque pueden acomodar sus opiniones y valores a su antojo y conveniencia.

Desde mi perspectiva, Rafael Cauduro es uno de los mejores artistas de América. No me refiero a su dibujo y a su técnica impecables, a su expresión clásica, erudita y claramente identificable, sino a que tiene el poder de confundirnos y ponernos en la disyuntiva: ¿de qué lado del muro o del lienzo se encuentra la realidad? ¿seremos fantasmas que contemplamos ventanas de vida? Muchas veces la obra de Cauduro me ha sometido a esas y a otras preguntas y, generalmente, no puedo responder ya que mis ojos y mi mente me comunican que es posible que todo aquello que él pintó sea más real y vívido que lo que aparentemente se mueve y tiene ánima.

Si se pudiera juntar en un solo espacio, digamos, la quinta parte de la obra de Cauduro podríamos entrar en una dimensión de cuerpos, rostros y situaciones que parecen sueños, algunos de ellos atávicos, pero todos vinculados con nuestras alegrías y también temores, con nuestro actuar y omisiones. Ese sería un mundo casi completo, en él nos podríamos recrear y vivir, atrapados en formas traslúcidas, en presencias algunas de ellas felices y otras no tanto.

Cualquier homenaje que pueda hacérsele, como siempre, no será suficiente, no importa que se erija, como es costumbre, el Palacio de Bellas en un catafalco donde desfilarán dolientes y políticos. Su obra debería integrarse al patrimonio de la nación desde una intención pública, reconocerse que, en afán de proteger a ciertas figuras posrevolucionarias relacionadas con la retórica oficialista, se dejó a Cauduro solo, como a muchas otras personas talentosas.

Hoy, vale la pena recordar a Rafael Cauduro a través de cada trabajo disponible, analizar su mirada, abrir el corazón para sentir de manera profunda las razones de una crítica presente en muchas de ellas. Sin lugar a dudas, ello nos llevaría momentáneamente a un desconsuelo, pero seguramente tomaríamos decisiones y nos convertiríamos en la acción querida por el señor de los sueños, Rafael Cauduro.

El Dr. Alberto Soto Cortés es director del Departamento de Arte de la Universidad Iberoamericana

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