Cualquiera ofrece parar la corrupción, pero quién en verdad sabe cómo

Mié, 3 Abr 2024
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Por Ernesto López Portillo, coordinador del Programa de Seguridad Ciudadana de la IBERO

¿Qué es la corrupción en México? Los discursos político y jurídico la definen como un problema y la censuran de múltiples formas. Pero creo que están muy lejos de comprender qué es la corrupción mirada desde nuestro tejido relacional. Probablemente lo que aquí discutiré ha sido estudiado a fondo desde múltiples disciplinas, pero es muy difícil ver a la llamada clase política y buena parte de la enorme red de agentes involucrados en la construcción de normas, acudir hacia aproximaciones profundas del fenómeno.

Una mirada a mi entender profunda y sólida no prejuzga si la corrupción es buena o mala; ese maniqueísmo le puede funcionar a la política y al derecho para auto reproducirse, pero no necesariamente funciona para entender qué es, cómo opera, qué incentivos tiene asociados y, sobre todo, en la práctica, qué tanto se le censura y qué tanto se le usa para beneficios múltiples.

A principios de siglo visité asiduamente Bogotá, Colombia, buscando entender el proyecto de cultura ciudadana del entonces alcalde Antanas Mockus. Él basó la pedagogía de su propuesta a favor de la cultura ciudadana en una sólida interpretación sobre cómo es la convivencia. Recogiendo fundamentos teóricos diversos, Mockus elaboró una tesis que desnuda las contradicciones que suele haber entre tres sistemas normativos: ley, moral y cultura.

Por un cuarto de siglo he confrontado esta tesis con mi análisis regular en relación a cómo convivimos en México. Me propongo construir una maduración teórica propia y en el camino observo de manera obsesiva cómo interactuamos, en particular preguntándome qué idea tenemos de las reglas formales e informales. Comienzo por asumir que vivimos en una tensión masiva y altamente conflictiva entre las primeras y las segundas.

Eso de que las leyes no están disponibles para ser manipuladas, como principio supuestamente inmutable, es en realidad un descomunal mito y son los sistemas normativos informales, la moral (interno) y la cultura (externo), los que se encargan de modelar cuándo sí y cuándo no respetar esas leyes.

Mockus desarrollaba una extraordinaria pedagogía política y social para enseñar las contradicciones con ejemplos que permitían vernos como parte de estas; dos de sus típicos ejemplos eran el cinturón de seguridad en los automóviles y el casco en las motocicletas. Las leyes pueden formalmente obligar su uso, pero si las reglas informales no lo hacen, entonces por todas partes se incumplirá ese mandato formal.

En mis clases siempre digo que es mucho más productivo investigar cómo son las relaciones que cómo deberían ser. La corrupción no debería ser, pero es. Y si queremos saber cómo es, entonces los abordajes deben ser otros. Obvio, en campañas electorales nadie hablará en positivo de la corrupción, pero esas personas candidatas lo saben tanto como acá lo sabemos: eso que llamamos corrupción en realidad está en todos lados. Y justo aquí está el foco de análisis: si la censuramos, entonces por qué la usamos.

Mirando un poco más a fondo, estoy trabajando dos hipótesis complementarias: la insoportable igualdad y el trauma por despojo. No los aburro, pero debo mencionar hacia dónde van mis indagaciones: creo que la construcción histórica de nuestra sociedad tiene, entre otros, dos grandes fenómenos que atraviesan eso que llamamos la conciencia colectiva; me refiero a la desigualdad y la pérdida por despojo. Aquí el núcleo de la hipótesis: creo que la corrupción es una oportunidad disponible para “reparar” de alguna manera la desigualdad y el despojo. La corrupción sería la clave relacional para acceder a ventajas, habida cuenta de las desventajas históricas.

La corrupción, vista así, se desdobla en dos planos: la censura formal y la aprobación informal. Creo que habría que hacer una suerte de anatomía de la trampa para demostrar esto: ante el mito de la igualdad ante la ley, se construye la trampa como el subterfugio que permite el acceso a las ventajas que no tengo, precisamente porque sé que en realidad las leyes no nos igualan.

Ojo, esto no quiere decir que la corrupción sea herramienta solo de uno u otro sector social; más bien al revés, está socializada entre todos los segmentos porque desde todos lados se le caracteriza como una ventaja, ya sea que no se tengan recursos económicos o aún con fortunas disponibles.

Tenemos, eso sí, evidencia empírica que en muchos estudios de opinión ha confirmado la percepción mayoritaria negativa respecto a las leyes y muchas veces también respecto a las instituciones, las cuales son percibidas como herramientas disponibles para quienes se imponen, es decir, las élites.

Pregunto a las candidatas y al candidato presidencial: más allá de la retórica y la demagogia útiles en el tema, cómo se harían cargo de desmontar la corrupción, si la misma es un recurso masivamente disponible y útil en las relaciones públicas y privadas.

Prometer acabar con la corrupción está fácil, lograrlo, ni de lejos.

 

 

 

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