#CULTURA Reaprender a escribir en la universidad, un imposible posible

Lun, 24 Feb 2020
“Si me viera forzado ahora a contestar la eterna pregunta de por qué se escribe, respondería simplemente que uno lo hace por necesidad interior”. Sergio Pitol (en ‘Sobre la escritura’, El tercer personaje).
  • Aprender a leer y a escribir es quizás en su sencillez la experiencia evolutiva más decisiva que nos ha ocurrido.
Por: 
Lic. Carlos Mario Castro, académico del Departamento de Letras de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, y profesor de la asignatura taller ‘Comunicación oral y escrita’.

Había una vez un niño que regresaba de la escuela. Caminaba inquieto y con prisa hacia su casa por una llanura campestre. Quería llegar a tiempo para ver a Los tres chiflados en la televisión, lo hacían reír y los imitaba cuando jugaba con sus compañeros. En un vericueto del camino, el niño fue sorprendido por sus hermanas que lo abrazaron para luego dejar en sus manos un pequeño libro de juguete: "Este regalo lo envía tu mamá", le dijeron, pues el pequeño vivía con su abuela. Fue un detalle final para decir adiós.

Tiempo después, aquella mamá, que no sabía leer ni escribir, desapareció de su vida. Desde entonces cuando la extrañaba, el niño la buscaba en las letras de colores de aquel librito. Creía que sus páginas le descubrirían la ruta para encontrar los abrazos perdidos de su madre.

El niño creció, y más por dolor que por virtud, se aficionó a la lectura y a la escritura (escribía diarios, le gustaban los ensayos, y anhelaba escribir un día como los grandes escritores que admiraba, cuyos mejores fragmentos releía una y otra vez en las madrugadas). Leía y escribía porque imaginaba ingenuamente que de esa manera recuperaría a su madre o, al menos, el modo para seguir su huella, una estela de lo perdido en la infancia, que a él le parecía recobrar cuando se adentraba en la soledad sonora de sus lecturas y de su escritura.

En cierto modo leemos y a veces escribimos para recuperar y dar significado a las ausencias que han marcado nuestras vidas. En su humildad el acto de leer y de escribir es como una escafandra que nos ayuda a explorar el misterio, muchas veces insondable, de quiénes somos y cuál es nuestro propósito en la vida.

Aprender a leer y a escribir es quizás en su sencillez la experiencia evolutiva más decisiva que nos ha ocurrido. Es un invento que tiene un gran potencial como ejercicio para modelar el espíritu, para discernir y reflexionar las fuerzas interiores que pugnan por hacerse con el timón de nuestra vida. En pocas palabras, escribir sobre nuestra vida nos puede servir para conocernos mejor a nosotros mismos, y comprender y dirimir la γιγαντo-μαχια (gigantomaquia) que entrañan algunos de los problemas más supinos del mundo en que vivimos.

Pero tuvo que transcurrir mucho tiempo para que la comunicación, la más importante operación de la sociedad, que al principio sólo atañía a lo oral, incluyera como uno de sus más importantes fundamentos evolutivos a la escritura, a la imprenta y, más recientemente, a la comunicación mediada oral y escrita (Luhmann).

No obstante, parece que la formación académica fracasa día con día en formar los hábitos de la buena lectura y escritura; aquellas que garanticen a profesores y estudiantes el saber pensar al desempeñar sus profesiones, y el interactuar fecundo con los otros en un mundo conectado como pocas veces por diversos lenguajes e incontables estilos de registrar la escritura.

Paula Carlino (2005), académica que escudriña desde la psicología la razón de esta involución de la lectura y escritura en la sociedad del mundo, acuña el concepto programático de alfabetización académica. Una categoría concebida como método de enseñanza, más radicalmente como un programa de trabajo, en donde los estudiantes a través de actividades que el profesor sugiere y acompaña se convierten en los protagonistas que se hacen cargo de su propio aprendizaje. Se trata en esta innovadora y no fácil propuesta de que el profesor contagie a sus estudiantes el modo como se enamoró de la lectura y la escritura.

La dificultad de este modelo radica en que el profesor, antes que los estudiantes, debe ser el primer seducido de la lectura y escritura. Y esto no es muy obvio en las universidades –muchas ahora invertidas en burocracias culturales–. No tienen desperdicio, a propósito, los argumentos del antiquísimo Gabriel Zaid, quien con números ilustra que en general los docentes no leemos, menos quizás escribimos (a no ser artículos para la hoja de vida del Sistema Nacional de Investigadores y correos administrativos).

Este menoscabo por la lectura y la escritura como modos de vivir, no sólo como instrumentos funcionales para conquistar y mantener una posición académica, se reproduce en los estudiantes: “Multiplicar el gasto en escuelas y universidades sirvió para multiplicar a los graduados que no leen” y no escriben (La lectura como fracaso del sistema educativo, p. 89).

Una sentencia propulsada a todo vapor en redes sociales, que se atribuye a Borges, tal vez apócrifa o una errata del arte del mal recordar lo leído que es el 'amiotismo', sugiere que la lectura [y la escritura], como el amor, es una forma de la felicidad, a nadie se puede obligar a ser feliz. Ese estado se busca o se contagia.

También Daniel Cassany esgrime que la escritura es un proceso de composición que se construye a partir de explorar intereses personales, y de observar con atención las estrategias utilizadas por los más experimentados lectores y escritores para superar los escollos de bloqueos y del pánico a la página en blanco.

De hecho, este autor establece a la escritura personal como la base indispensable para, con el tiempo, hacer posible la emergencia de otros tipos más complejos y formales de escritura. De ahí su recomendación de que los profesores y estudiantes se habitúen al ejercicio más o menos frecuente de escribir diarios como iniciación y preparación para otras escrituras más funcionales, como entrenamiento para aprender a exponer, argumentar y formatear el pensamiento.

El reto de estos autores es que cualquier asignatura, sin importar su lenguaje específico, se transforme en un taller de lectura y escritura, en una ventana donde se indague con sentido a las distintas conversaciones que tienen lugar dentro de una disciplina, pero también a los debates extramuros de ella. En la Universidad Iberoamericana leer y escribir se encuadra en el contexto del ideario formativo de la Compañía de Jesús. Un modo de proceder que pretende ser, no mejor, pero sí diferente al de otras universidades.

PRL/ICM

 

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