Ejemplo de San Ignacio invita a tomar acción ante la injusticia y abusos contra mujeres
Por: Álvaro Zúñiga Barba, S.J., integrante de la Compañía de Jesús
Ignacio desembarcó en Gaeta, Italia, después de un viaje desde Barcelona, e inmediatamente se puso en camino a Roma. Se le unieron otros tres que venían en el barco y que también estaban mendigando, una mamá con su hija que venía vestida como muchacho; probablemente por motivos de seguridad para el camino, y también venía con ellos un mozo. Al caer la noche, en un caserío, encontraron a unos soldados reunidos alrededor de un fuego que les dieron de comer y les dieron mucho vino. Al momento de dormir, a la mamá y la hija les dieron una habitación en un piso superior, por su parte, a Ignacio y al mozo los enviaron a un establo.
Entrada la media noche se escucharon gritos, por lo que Ignacio salió a ver lo que sucedía y encontró en el patio a la mamá y a su hija llorando. Entre sollozos se lamentaban que los hombres las habían querido forzar. A Ignacio le vino una energía y una decisión tan honda que se puso a gritar fuerte diciendo: “¿esto se ha de sufrir?”, y algunas otras cosas, que fueron tan eficaces que todos los que estaban en esa casa se espantaron y nadie se atrevió a hacerles mal. Para ese momento el mozo ya había huido, por lo que Ignacio, la mamá y la hija tuvieron que salir y caminar de noche.
Este suceso lo narró un Ignacio de Loyola de más de sesenta años a Luís Gonçalves da Câmara para que redactara su Autobiografía. Por consiguiente, lo narrado había pasado por lo menos unos treinta años antes, pero a Ignacio le marcó a tal grado que aún lo guardaba en la memoria. Pareciera que no ha cambiado mucho la situación para las viajeras desde entonces, por ejemplo, aún hoy las mujeres se visten de hombres para subirse a “La Bestia”, el tren en el que pretenden llegar a los Estados Unidos. Aún hoy, la inseguridad, la trata de personas, la violencia de género y los feminicidios son situaciones a las que están expuestas tantas mujeres.
Sin embargo, la participación de Ignacio fue decisiva. Si hubiera decidido, ante esos gritos, darse la vuelta y seguir durmiendo, hubiera permanecido un simple espectador (bystander), un testigo más de las atrocidades que se cometen día con día contra las mujeres. Pero él decidió hacer y decir algo para ayudar, quiso ser un defensor (upstander), aunque esto significara un gran riesgo. Las palabras en la Autobiografía consignan que le vino “un ímpetu tan grande”, algo aparentemente tonto y arriesgado por la desproporción de fuerzas ante un grupo de soldados, pero su acción de gritar y ponerse del lado de esas mujeres resultó hacer la diferencia.
Desearía que este episodio de la vida de Ignacio nos haga reflexionar sobre nuestra actitud frente a la injusticia, los abusos y atropellos cometidos a mujeres y a otros de los que somos testigos. Desearía que nos dejemos contagiar por ese “ímpetu tan grande” que nos haga compasivos y valientes ante el dolor de los demás. Y desearía, por último, que nos atrevamos a salir de nuestro propio querer e interés, para que no seamos como el mozo de la historia que salió corriendo para ponerse a salvo, y que, por el contrario, seamos como Ignacio, quien preocupado por el bien de los demás decidió hacer algo aparentemente “tonto y arriesgado” para intervenir.
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