Teólogo del Vaticano imparte en la IBERO ponencia sobre teología y neurociencias

Jue, 24 Nov 2022
El Dr. Christian Barone, docente de la Pontificia Universidad Gregoriana, dictó en la IBERO la conferencia ‘Teología y neurociencias. El ser humano en tiempos de naturalismo científico’.
  • Dr. Christian Barone, docente de la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma)
  • Barone dictó en la IBERO la conferencia ‘Teología y neurociencias. El ser humano en tiempos de naturalismo científico’.
  • Dr. Christian Barone, teólogo del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral del Vaticano; Dra. Mariana Méndez, directora del Departamento de Ciencias Religiosas de la IBERO; Mtro. Marco Quezada, S.J., Rector del Colegio Máximo de Cristo Rey de la Compañía de Jesús; y Dr. Óscar Galicia, docente de Psicología de la IBERO.

¿Es posible interpretar el fenómeno humano tomando y combinando distintos acercamientos?, ¿qué valor conservan las antropologías teológicas y filosóficas respecto a la narración acerca del hombre que plantean las llamadas ciencias exactas?, ¿es necesario reconocerles alguna forma de plausibilidad o tienen que inscribirse en las mitologías a las cuales no hay que otorgar ningún calificativo de cientificidad?

Esa comprensión del saber por compartimientos fue quebrada por las neurociencias, cuyo acercamiento es transversal, plural e interdisciplinario, porque deriva a menudo en el lenguaje de la filosofía y reduce éste al suyo propio, dijo el Dr. Christian Barone, docente de la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma), al dictar en la IBERO la conferencia ‘Teología y neurociencias. El ser humano en tiempos de naturalismo científico’.

Las neurociencias, explicó, se configuran cada vez más como neurofilosofías, y proclaman que van a producir sentido. En revistas de divulgación científica, artículos como ‘En qué consiste la experiencia del amor’, se menciona que fueron descubiertos el circuito de conexiones sinápticas que demuestran por qué motivo nos enamoramos y el punto del cerebro humano que causa sufrimiento moral; o cuestiona si ¿el acto religioso solamente es el producto de dinámicas neuronales?

El funcionamiento de la mente es el factor de estudio de las neurociencias, cuyo objetivo es explicar procesos mentales que sean susceptibles de reproducción, simulando así los procedimientos de las actividades humanas, o sea, inferir, llegar a una conclusión, deducir, argumentar, imaginar, desear y creer.

Las neurociencias encontrarían en el estudio de las neuronas y de las estructuras cerebrales un lenguaje físico, químico y biológico capaz de explicar todos los fenómenos conocidos y existentes en el Universo, desde el movimiento de los cuerpos celestes hasta las partículas cuánticas elementales.

Pero ¿cuál es la trampa que se oculta detrás del acercamiento totalizador a la realidad del fenómeno humano? El peligro es un naturalismo reduccionista, un materialismo con bases neuronales que tendría la pretensión de proveer un conocimiento certero sobre todo el funcionamiento del cerebro y del cuerpo humano, convencido incluso de que los estados de ánimo, las sensaciones mentales y las manifestaciones espirituales son exclusivamente un efecto de procesos bioquímicos.

Empero, las neurociencias no se plantean simplemente esclarecer cómo funciona el organismo humano, sino pretenden ofrecer una interpretación de la totalidad del hombre, con lo cual lanzan un desafío a la antropología, porque terminan quitándole espacio a la dimensión espiritual del hombre y a la perspectiva de un significado en su vida.

El desafío que se plantea a la teología de parte de esta nueva manifestación del naturalismo es radical, porque cuando la teología declara ser consciente de sus limitaciones se le califica como una forma de no saber que no se aleja mucho de la mitología. Y no se puede ignorar que hoy día el conocimiento científico es percibido como más confiable y creíble comparado con el conocimiento derivado de la fe.

Para algunos, la genética se convirtió “en una especie de integralismo religioso”, que podía hasta pretender decir todo acerca de la condición humana, “lo que yo llamo la fetichización del ADN”, que ideológicamente pretende ejemplificar la complejidad mundo y presentarla dentro de un modelo único que coloca en un mismo plano realidades diferentes, con lo cual liquida su estatus ontológico.

Mas afirmar que el conocimiento de los aspectos elementales del mundo físico y biológico sea el único principio capaz de explicar la realidad de un fenómeno, termina por limitar lo cognoscible a lo mensurable. Por lo tanto, “se llega a disolver la mente en el cerebro, y el cerebro en la neurona, y la neurona en el proceso electroquímico o en la expresión del llamado gen egoísta”.

Se establece así la urgencia de producir y madurar una perspectiva filosófica-teológica que plantee una antropología ético personalista que esté en condiciones de auto-confrontarse y de superar el monismo reduccionista que se inclina hacia una marginación de las cuestiones como el alma, el ser del hombre, su lugar en la naturaleza y en el mundo.

Aunque ninguna teología está obligada a pasar por el sendero de las neurociencias, ciertamente con éstas lo que se pretende es una reflexión acerca de la fe, que esté al pendiente de los movimientos del presente y que no puede sustraerse a la confrontación y encerrarse en sí misma, porque lo que está en cuestión es el sujeto, la narración del hombre mismo dentro de un horizonte más amplio, que es el de la antropología.

Y es que las neurociencias se caracterizan por su adherencia a las manifestaciones del individuo, lo cual permite esclarecer los mecanismos fisiológicos relacionados con percepciones, decisiones, sentimientos y acciones, invitando a integrarlos en la reflexión antropológica.

Como individuos, nosotros somos nuestra memoria; dicen las neurociencias. También si esta memoria consiste en una continua reelaboración, en un reordenamiento de lo que ocurre en el intercambio con el mundo. Si bien la filosofía, en su reflexión con respecto a la subjetividad, atribuyó demasiada importancia a esta dimensión de la continuidad en perjuicio de las transformaciones deseadas, acogidas o las que se sufren, que después se pueden plantear históricamente como medios de realización del ser.

“Entonces, la singularidad es resultado de un proceso de resignificar la cuestión experiencial, donde el sentido que le atribuimos a las cosas entra justamente en el proceso de la memoria. Y qué es la fe, sino una mirada retrospectiva donde el hacer memoria es el acto de dar significado nuevo a nosotros mismos a partir de lo que vivió Jesús”.

Las neurociencias pueden entonces ayudar a comprender lo inadecuado que resulta la antropología filosófica y teológica que pone el acento en la subjetividad, exclusivamente en términos de una continuidad a lo largo del tiempo. Una continuidad que es dada por los estados psicológicos o somáticos, para asumir en cambio, con mayor profundidad, la experiencia de la crisis que modifica y transforma el sentir y, por lo tanto, el mundo afectivo, como verdadero lugar de identidad del sujeto.

“En la última cena nosotros hacemos memoria de Cristo, y por excelencia es el momento de la crisis, una crisis que modifica y transforma el sentir de aquellos que participan en este profundo suceso emotivo, y también que participan en una transformación de sí, que es el lugar de liberación de la identidad”.

Entonces las neurociencias sí pueden ser aliadas del pensamiento filosófico, puesto que la nueva perspectiva respecto a la subjetividad a la que apuntan lleva a centrar la atención en la experiencia. Al mismo tiempo, la experiencia adquiere un lugar teológico en la revelación; sin embargo, para hacer esto hay que evitar todo tipo de paradigma epistemológico predefinido y meramente deductivo. La teología tiene que volverse más dinámica en este sentido.

Resulta pues lícito preguntarse: ¿basta con recurrir a un modelo único, evolutivo o creativo para explicar la complejidad de este animal simbólico que es el ser humano?, ¿basta con evocar un principio o criterio de tipo biológico o también divino para poder configurar el ámbito ético?, ¿es posible reconducir a algún principio unitario las manifestaciones plurales de fe, de cultura, de religión?

Un descubrimiento muy importante para la teología son las neuronas espejo, que permiten conocer de una manera pre-reflexiva la intención de otra persona. Conocer lo que hace el otro no requiere ya de un proceso cognitivo; basta una combinación entre acción observada y reacción reflejada en las neuronas espejo, que se activan pasivamente y captan la sensación de alguien más que hace estas acciones.

Es una comprensión que no sigue el camino del proceso cognitivo ni el de la intencionalidad. Es más bien un saber inmediato del otro, en una forma casi empática, “que nos lleva al reconocimiento de la presencia de alguien más. El otro resuena en mí mismo antes de que yo me dé cuenta de que estoy frente a otra persona”.

La experiencia que las neuronas espejo transmiten muestra que la primera persona no puede prescindir del tú, “que la experiencia que yo tengo de mí y de las cosas que me rodean, siempre tienen que ver con la experiencia del otro, y que la relación intersubjetiva siempre está ligada al cuerpo, ya sea fenomenológicamente que neurobiológicamente. Entonces no hay yo sin tú, no hay identidad sin relación”.

“Las neurociencias tienen algo que decir con respecto al hombre, sobre la constitución intrínseca del ser humano, y nosotros somos los que tenemos que traducir la gramática en palabras que tengan sentido para la fe, partiendo de una recomprensión de la naturaleza humana que no sea ingenua o que no produzca dualismos del pasado. Es una tarea ardua, pero no debemos sustraernos. Lo que deseamos, es que para el futuro la teología justamente pueda ganarse esta apertura de la sabiduría y un abordaje más holístico”.

La ponencia del doctor Barone, teólogo del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral del Vaticano, fue organizada por el Departamento de Ciencias Religiosas de la IBERO, en colaboración con el Colegio Máximo de Cristo Rey de la Compañía de Jesús, cuyo Rector, Mtro. Marco Hernán Quezada García, S.J., estuvo presente, al igual que la Dra. Brenda Mariana Méndez Gallardo, directora del Departamento, y el Dr. Óscar Galicia Castillo, docente de la Licenciatura en Psicología de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.

Texto y fotos. PEDRO RENDÓN

 

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