Conflictos armados empiezan por problemas que se resuelven con política y diálogo: De Roux
“En más de medio siglo de barbarie en Colombia aprendimos que la guerra no soluciona nada, que los conflictos armados empiezan por problemas que pueden solucionarse por la política y el diálogo, y que una vez que empiezan no sabemos cuándo terminan”, dijo en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México el Padre Francisco de Roux, en el marco del Doctorado Honoris Causa que le entregó el Sistema Universitario Jesuita (SUJ).
En su disertación, ‘La construcción de la paz en sociedades violentas y polarizadas’, De Roux Rengifo --fundador del primer laboratorio de paz de Colombia-- afirmó que las guerras se degradan siempre en brutalidades y multiplicaciones de frentes violentos inimaginables, y siempre los más afectados son los ciudadanos que no quieren la guerra, que no estaban en ella y que se vieron metidos en lo que nunca quisieron.
El jesuita colombiano, quien habló sobre la construcción de la paz mundial a partir de las comunidades golpeadas por las guerras y las violencias, dividió su reflexión en tres partes: la primera, desde las víctimas, lo vivido y desde la Comisión de la Verdad en Colombia --que presidió--; la segunda, desde una visión internacional que deben plantearse las universidades e Iglesia ante una victimización y dolor que está por todas partes en el mundo; y en la tercera, hizo una invitación al discernimiento.
Después de enunciar que las víctimas se amontonan por miles de millones, que la naturaleza está devastada por choques climáticos y la globalización liberal se está desbarajustando porque el ser humano y todos los seres de la naturaleza han sido olvidados y agredidos, preguntó: “¿vamos a ser capaces de cambiar como personas, organizaciones, naciones, universidades, Iglesia?”
Mas el cuestionamiento -hecho desde lo acontecido en Colombia y que amarra con la situación de centenares de procesos análogos en el mundo- que inspiró su reflexión fue: ¿dónde está tu hermano, tu hermana?; que formuló desde la guerra política de Colombia, desde el impacto social y personal que sacudió a la Comisión de la Verdad y “al escuchar a cada persona como si fuera única en miles de testimonios durante más de dos mil días, y escuchar en selvas y ríos el dolor de la naturaleza”.
En Colombia, precisó, ha habido más de 50 mil secuestrados, casi todos por la guerrilla; más de cuatro mil masacres, perpetradas mayoritariamente por los paramilitares; más de 18 mil niños llevados a la guerra; más de 120 mil desaparecidos y más de ocho mil falsos positivos; empero, si realmente quiere tomarse esto en serio, no debe preguntarse por los números, sino por cada persona asesinada, desaparecida, herida, secuestrada y destruida emocionalmente, que tiene ilusiones, esperanzas, amores, sufrimientos, sueños.
También, “la pregunta es por nuestros compañeros del alma, jesuitas asesinados, porque compartían la incertidumbre de los pobres y salvaron a muchos de ellos; Rutilio Grande, Sergio Restrepo, y hoy, Javier Campos y Joaquín Mora (muertos en Cerocahui, Chihuahua, hoy exactamente hace un año). Y por las mujeres fusiladas, compañeras mías en el Magdalena Medio”.
De Roux cuestionó asimismo el tiempo en que la sociedad e instituciones colombianas se quedaron quietas, no respondieron como humanos, no detuvieron la tragedia y contemplaron todos los días, como si fuera una telenovela, masacres de 30 o 100 personas, los campos de secuestrados en la selva, las multitudes huyendo, los pueblos indígenas y las comunidades negras destruidas.
En Colombia se llegó a decir, continuó, que para evitar la tragedia no era posible hacer nada y que cambiar las cosas era imposible. “Pero la sociedad colombiana ha probado que es posible, hoy lo está probando”.
Mencionó que, además del temor a la verdad, hay un rechazo a dejarse conmover por el sufrimiento, “cuando la verdad no se puede callar, porque está allí y las víctimas te lo están diciendo”.
Sin embargo, no se permite que afloren las emociones correspondientes. La gente está demasiado ocupada en la academia o en debates políticos innecesarios, los empresarios están dedicados a producir y vender cosas en comercios, la Iglesia está metida en liturgias religiosas y la gente pobre y de clase media están tratando de sobrevivir “y no pueden dejarse afectar por la pregunta insoportable por el hermano”.
“Si no hay vulnerabilidad ante el sufrimiento de lo que está pasando realmente con nosotros como seres humanos, cómo vamos a poder construir una ética profunda, humana y una academia que se deje tomar por el trauma creciente”.
Invitó entonces a reflexionar sobre la misión de la universidad inspirada por el Evangelio hoy. “El propósito es, en la tradición ignaciana (a la que pertenecen las universidades del SUJ), de buscar y hallar la voluntad de Dios, preguntarnos en los signos de los tiempos hacia dónde el espíritu quiere llevar hoy a la humanidad”.
En esto tienen pleno sentido las encíclicas Laudato si y Fratelli tutti, y el movimiento sinodal, y las universidades jesuitas no pueden quedarse atrás de lo que el Papa Francisco está diciendo, quien “nos coloca como iguales, en una sola comunidad mundial de la vida y de la dignidad, de la que somos parte antes de tener otra pertenencia religiosa, étnica o nacional. Una fraternidad universal en la que dependemos unos de los otros mucho más que las naciones, las organizaciones, instituciones o Iglesias”.
Francisco “Pacho” De Roux reconoció que el desafió es inmenso, compromete a todos y todas de una manera radical y tiene una enorme dimensión de ciencia, investigación y cultura, de manos de las universidades.
“La comunidad de la fraternidad, de la sororidad --como dicen las mujeres--, la comunidad de la fraternidad mundial, de la paz del mundo, de la comunidad de iguales, de la vida del planeta, no va a aparecer como un milagro. Será si los hombres y las mujeres de buena voluntad, y por supuesto las universidades, lo asumen y lo realizan. O no será nunca”.
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Texto y fotos: PEDRO RENDÓN
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