Opinión | El Compromiso del Papa Francisco con Migrantes: un Legado de Esperanza y Justicia
Lun, 21 Abr 2025
Coordinadora del Programa de Asuntos Migratorios de la IBERO enaltece el respeto a la dignidad humana que el Pontífice promovió para con las personas desplazadas
Denunció la “globalización de la indiferencia” y pidió una conversión del corazón ante el sufrimiento de quienes deben migrar por la guerra, el hambre o la pobreza
Por: Mtra. Margarita Núñez Chaim, coordinadora del Programa de Asuntos Migratorios de la Universidad Iberoamericana
Desde el inicio de su pontificado, el Papa Francisco mostró un firme compromiso con las personas migrantes, convirtiéndolas en una prioridad de su acción pastoral y moral. Su primera visita oficial como pontífice, en julio de 2013, no fue a una catedral ni a una sede política, sino a la isla italiana de Lampedusa, uno de los principales puntos de entrada para miles de personas que cruzan el Mediterráneo en busca de refugio y una vida digna. Allí, Francisco denunció la “globalización de la indiferencia” y pidió una conversión del corazón ante el sufrimiento de quienes deben migrar por la guerra, el hambre o la pobreza.
A lo largo de los años, el Papa Francisco desarrolló una doctrina clara en torno a la migración, basada en el respeto irrestricto de la dignidad humana. En su encíclica Fratelli tutti (2020), subrayó que “cada país también es del extranjero”, desafiando con ello a los nacionalismos cada vez más radicalizados en todo el mundo. Afirmó que la respuesta a la migración no puede estar marcada por el miedo e invitó a mirar al otro como un “don”, no como un enemigo y, en consecuencia, llamó a derribar muros físicos y mentales. Además, insistió en una premisa fundamental que parece olvidarse en estos tiempos: “los migrantes son personas que no son menos humanas por ser extranjeras”.
Una de las formulaciones más poderosas de su enfoque pastoral se resume en los cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. Estos verbos contienen las acciones clave para hacer realidad una visión de justicia y solidaridad que permita garantizar condiciones para que cada persona migrante pueda desarrollarse plenamente: acoger implica promover y accionar una hospitalidad para con las personas migrantes; proteger, garantizar derechos fundamentales; promover, dar acceso a oportunidades reales de desarrollo; e integrar, facilitar la participación activa de las personas migrantes en la vida de las comunidades receptoras.
En febrero de 2016, Francisco visitó Ciudad Juárez, México, sin saberlo entonces, esta ciudad fronteriza, así como Lampedusa, se convertiría en un símbolo de las fronteras internacionales en las que se manifiestan las políticas migratorias injustas que provocan sufrimiento humano evitable. El Papa celebró una misa a escasos metros de la frontera con Estados Unidos, en la que rezó por las personas migrantes que perdieron la vida en su intento por cruzar fronteras políticas en busca de una vida digna. Ahí, Francisco reiteró su mensaje de Lampedusa: llamó a no acostumbrarse al dolor, a la indiferencia, e insistió en la necesidad de transformar la frontera en una más humana y justa.
El Papa fue crítico con leyes y políticas que vulneran los derechos de las personas migrantes. Cuestionó aquellas legislaciones que criminalizan la migración o que priorizan intereses económicos y electorales por encima de la vida humana. Francisco afirmó que “ningún ser humano es ilegal” y exhortó hasta su último día -en su encuentro con el Vicepresidente de Estados Unidos- a los liderazgos políticos del mundo a buscar soluciones integrales que respeten la dignidad de cada persona.
Esta postura fue reafirmada recientemente en su carta a los obispos de Estados Unidos tras la llegada a la presidencia de Donald Trump el 20 de enero pasado. En ella, Francisco expresó su preocupación ante el endurecimiento de las políticas migratorias, e instó “a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a no ceder ante las narrativas que discriminan y hacen sufrir innecesariamente a nuestros hermanos migrantes y refugiados”. Les recordó a los Obispos estadounidenses que acoger a migrantes es un acto de humanidad: “Fui forastero y me acogiste” (Mt 25,35). Les pidió ser voces valientes en la defensa de las personas más vulnerables, incluso cuando eso implique ir contracorriente, pues insistió en que la Iglesia no puede permanecer en silencio cuando la vida de miles de personas está en juego.
El legado de Francisco en relación con las personas migrantes es profundo y desafiante en un mundo marcado por la creciente exclusión. Su voz firme seguirá siendo un faro moral para hacer realidad una cultura del encuentro, donde las personas migrantes no sean vistas como amenazas, sino como hermanos y hermanas con dignidad, historia y esperanza. Con su ejemplo, nos invita a construir una humanidad donde nadie quede descartado y donde la acogida sea siempre más fuerte que el rechazo. Su mensaje no es solo denuncia, sino también esperanza activa: una esperanza que se levanta, que escucha, que actúa y que transforma hacia un futuro de dignidad y paz.
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