10 Factores que Inciden en la Obesidad, con Evidencia y Cero Prejuicios
¿Por qué es importante hablar de obesidad hoy?
En los últimos años, México ha atravesado una transición epidemiológica, es decir, un cambio en los principales problemas de salud que enfrenta la población. Mientras que en el pasado predominaban las enfermedades asociadas a deficiencias nutricionales, como la anemia y el retraso en el crecimiento infantil, actualmente se observa un aumento en enfermedades relacionadas con excesos, como la obesidad, la diabetes tipo 2 y las enfermedades cardiovasculares (1).
Este cambio se ha atribuido al crecimiento acelerado de la economía nacional y al aumento en el ingreso disponible, factores que han modificado profundamente el estilo de vida de la población. Asimismo, ha ocurrido una transformación geográfica importante: la mayoría de los habitantes han pasado de vivir en zonas rurales a asentarse en entornos urbanos, lo que ha influido en sus hábitos alimentarios, niveles de actividad física y patrones de salud (2). Estas transformaciones reflejan una compleja interacción entre el desarrollo económico, los cambios sociales y la evolución de los determinantes de salud en el país.
Además de las comorbilidades relacionadas con la obesidad, como la diabetes tipo 2 y las enfermedades cardiovasculares, esta condición también genera importantes costos económicos. Entre ellos destacan los costos médicos directos. Por ejemplo, en 2019, el Instituto Nacional de Salud Pública estimó que el gasto anual en atención médica derivado de la obesidad en México superaba los 240 mil millones de pesos (3). Este monto incluye gastos por hospitalización, consultas ambulatorias, atención en urgencias y medicamentos con receta, entre otros (4).
En contraste, también se deben considerar los costos indirectos, que hacen referencia a las pérdidas de productividad asociadas con la morbilidad y mortalidad provocadas por la obesidad. Entre estos se encuentran el ausentismo, la disminución en el rendimiento y la reducción de la capacidad de trabajo. Estos efectos no solo impactan a las personas que viven con obesidad, sino también a la economía en general, al limitar el desarrollo productivo del país (4). En conjunto, estos costos reflejan la magnitud del problema y la necesidad urgente de implementar recomendaciones más allá de muévete más y come menos.
1. ¿Es la obesidad cuestión de genética, ambiente… o ambos?
La obesidad es una condición compleja que no puede atribuirse únicamente a la genética. Es crucial considerar factores sociales y ambientales que, junto con la predisposición genética, aumentan el riesgo de desarrollarla y mantenerla a lo largo de la vida. Diversos elementos, como el entorno y la conducta, interactúan en su aparición y persistencia (5). Un ejemplo es el gen FTO, relacionado con un aumento del 23% en el riesgo de obesidad. Sin embargo, este riesgo puede modificarse significativamente con el estilo de vida. Aunque una persona pueda tener una predisposición genética, si adopta hábitos saludables, tiene altas probabilidades de mantener un buen estado de salud y, por lo tanto, una mejor calidad de vida (6).
Aunque existen genes relacionados con la obesidad, no pueden considerarse la causa única de su desarrollo. La genética forma parte de un sistema multifactorial que incluye factores conductuales, ambientales y sociales. Además, los cambios en el estilo de vida, como la dieta y la actividad física, juegan un papel crucial en la prevención y tratamiento de esta condición. De esta manera, es fundamental abordar la obesidad desde una perspectiva integral que contemple todos estos aspectos interrelacionados, y no solo desde una visión reduccionista basada en la genética (5).
Un periodo crítico en la vida de una persona es el embarazo y la lactancia, durante el cual el estado nutricional materno y algunas exposiciones ambientales interactúan con la información genética, lo que puede contribuir al desarrollo de la obesidad, a este fenómeno se le denomina "programación fetal" con efectos endocrinológicos y genéticos derivados de esta interacción pueden transmitirse de generación en generación, impactando de manera trascendental a la descendencia (6). De esta manera, es fundamental abordar la obesidad desde una perspectiva integral que contemple todos estos aspectos interrelacionados, y no solo desde una visión reduccionista basada en la genética.
2. Tu ciudad, tu cuerpo: la urbanización también pesa
En México, se experimentaron cambios económicos significativos que impulsaron a la población a migrar de un entorno rural a uno urbano, lo que modificó el acceso y la disponibilidad de alimentos (1). Este cambio hacia las ciudades ha creado un entorno urbano que, por sus características, es obesogénico, es decir, favorece el consumo de alimentos ultraprocesados y calóricos; además, la alta accesibilidad a este tipo de productos ha impactado negativamente en la salud de una gran parte de la población, aumentando el riesgo de desarrollar obesidad y otras enfermedades relacionadas (6).
Es curioso observar que, aunque la mayoría de las personas vive en un entorno obesogénico con alta disponibilidad de alimentos ultraprocesados, no todas desarrollan obesidad. ¿A qué se debe esto? Se sugiere que diversos factores, como la genética, el uso de medicamentos e incluso el contexto socioeconómico y cultural, influyen en la susceptibilidad de una persona a desarrollar obesidad; de hecho, se ha encontrado que la pobreza y un nivel socioeconómico bajo están relacionados con un mayor consumo de ultraprocesados, menor acceso a alimentos saludables y menos oportunidades para la actividad física (6).
3. Ambientes que detienen el movimiento: cómo el entorno limita tu salud
Cuando la ingesta de energía supera de forma sostenida el gasto energético, se produce una ganancia de peso que, si se mantiene, puede conducir a la obesidad. Este desequilibrio se ve favorecido por la disponibilidad de alimentos con alta densidad energética y un estilo de vida sedentario llamado ambiente obesogénico, siendo la transformación del entorno (marcada por la urbanización, el uso extendido del transporte motorizado y la reducción de espacios para la actividad física) causante de disminuir las oportunidades cotidianas de movimiento, contribuyendo a este problema de salud pública (7).
Como se ha mencionado, no es posible atribuir la obesidad a un solo factor como la inactividad física, más bien múltiples elementos actúan en conjunto, se refuerzan entre sí y contribuyen al desarrollo y mantenimiento de conductas poco saludables, lo que deriva en un estado de salud precario. Entre los factores que limitan la actividad física destacan los ambientales, como la inseguridad en los espacios públicos, la falta de infraestructura adecuada o el tipo de trabajo que desempeña la persona, que reduce sus oportunidades de movimiento diario (8).
De forma paradójica, se ha observado que muchas personas que viven con obesidad perciben que no deberían hacer ejercicio. Esta idea se relaciona con los prejuicios y estereotipos sociales que existen hacia esta población, como asumir que quienes tienen obesidad no se ejercitan ni cuidan su alimentación; con el tiempo, estas creencias pueden ser interiorizadas, lo que representa una barrera importante para adoptar hábitos saludables y mejorar su calidad de vida (9). Estos pueden considerarse factores intrapersonales y sociales que influyen de manera significativa en el inicio y la continuidad de la actividad física. Su presencia contribuye a un círculo vicioso en el que se suman otros elementos que favorecen el mantenimiento de la obesidad.
4. Dormir mal, comer de más: el impacto oculto del sueño en tu peso
Una de las variables del balance energético es la ingesta calórica. Cuando una persona permanece despierta por más tiempo, se amplía la ventana de oportunidad para consumir alimentos, lo que puede llevar a una mayor ingesta de energía que no necesariamente será utilizada; además, la falta de sueño se asocia con fatiga, lo cual puede influir en la decisión de no realizar actividad física, contribuyendo así a la ganancia de peso (10).
Así como la falta de sueño incrementa la fatiga y disminuye la motivación para realizar actividad física, también provoca alteraciones hormonales que afectan directamente la regulación del apetito, ya que se ha observado una disminución en los niveles de leptina (hormona relacionada con la saciedad) y un aumento en la grelina (hormona que estimula el hambre) lo cual favorece una mayor sensación de apetito y, por ende, una ingesta calórica superior a la que se requiere, estableciendo un balance energético positivo que puede conducir a la ganancia de peso o dificultar su pérdida, especialmente cuando estos patrones de sueño insuficiente se sostienen en el tiempo y se combinan con otros factores del entorno obesogénico (11).
5. Estrés crónico y salud mental
Cuando una persona vive con estrés crónico, se altera el funcionamiento de procesos cognitivos clave como la autorregulación y el control ejecutivo, lo que limita su capacidad para mantener comportamientos saludables relacionados con la alimentación y la actividad física; esta interferencia, aumenta la probabilidad de adoptar conductas poco favorecedoras, como el consumo excesivo de alimentos ricos en grasas saturadas, azúcares añadidas y de alta densidad energética, lo cual puede contribuir significativamente al desarrollo o mantenimiento de la obesidad (12).
Adicionalmente, la obesidad conlleva una fuerte carga de estigma social que expone a la persona a situaciones de discriminación en diversos contextos, generando una serie de prejuicios (como los mencionados en el caso de la inactividad física) que actúan como barreras para el cuidado de su salud, perpetuando así un círculo vicioso en el que el malestar psicológico refuerza conductas que dificultan el cambio y contribuyen al mantenimiento de la obesidad, lo cual afecta no solo la motivación para iniciar un proceso de mejora sino también la percepción que la persona tiene de su propia capacidad para lograrlo, debilitando la confianza y reduciendo la búsqueda de apoyo profesional o social que podría favorecer un mejor abordaje de su salud integral (13).
6. Cuando el entorno limita tus opciones: cómo la pobreza y el acceso desigual a alimentos saludables alimentan la obesidad
Existen los llamados desiertos alimentarios, que son zonas con acceso limitado a alimentos nutritivos y frescos, generalmente ubicadas en entornos donde también hay escasos recursos para realizar actividad física o en vecindarios con baja caminabilidad, lo que en conjunto contribuye a la formación de un entorno obesogénico (6).
Las desigualdades socioeconómicas agravan los entornos obesogénicos ya que las poblaciones de bajos recursos suelen estar más expuestas a factores que promueven la obesidad como el mayor acceso a establecimientos de comida rápida de modo que el entorno alimentario sumado al nivel socioeconómico de una población puede contribuir al desarrollo de la obesidad de manera compleja y multifactorial al mismo tiempo estas comunidades pueden enfrentar mayores barreras para acceder a servicios de salud o educación nutricional lo que limita aún más sus oportunidades para adoptar estilos de vida saludables y romper con este ciclo persistente de riesgo (14).
7. Medicamentos que suben de peso: entiende sus efectos y cuida tu salud
Existen varios medicamentos que, a través de diferentes mecanismos, pueden modificar el balance energético y favorecer la ganancia de peso. En el caso de los antipsicóticos, estos se asocian con la obesidad debido a alteraciones en el metabolismo, el apetito y el control de la saciedad. Este efecto secundario es frecuente, especialmente entre pacientes que inician el tratamiento por primera vez. La ganancia de peso se vincula a complicaciones cardiometabólicas que aumentan el riesgo cardiovascular, por lo que es fundamental monitorear a los pacientes y tratarles de forma multidisciplinaria (15).
Otros medicamentos que se relacionan con la obesidad son los antidiabéticos, lo que ocurre porque al mejorar el control glucémico se reduce la pérdida de glucosa por la orina, lo que significa que el cuerpo recupera energía que antes se perdía, lo que genera un incremento de peso; además, algunos de estos fármacos aumentan el apetito o favorecen el almacenamiento de grasa, cabe destacar que las personas con diabetes y con sobrepeso u obesidad se pueden beneficiar de una pérdida de peso, y estos medicamentos justo hacen lo contrario (16).
Así como estos medicamentos tienen diferentes vías para favorecer una ganancia de peso, existen otros de tipo hormonal, anticonvulsivos, antimigrañosos, para el dolor neuropático, opiáceos, antihipertensivos y antihistamínicos (17), por lo tanto se tienen que tomar en cuenta para dar a los pacientes con sobrepeso y obesidad un tratamiento que valore todas las aristas de sus tratamientos.
8. Entorno y obesidad: impacto social sobre la obesidad
Algunos factores sociales pueden relacionarse con el desarrollo y mantenimiento de la obesidad a través de distintos mecanismos contextuales, uno de ellos es el nivel socioeconómico, que influye directamente en la disponibilidad de alimentos y en el acceso a espacios adecuados para realizar actividad física; además, la distribución desigual del dinero, el poder y los recursos puede condicionar las elecciones de las personas que viven con obesidad, y en los sectores con menor nivel socioeconómico suele normalizarse esta condición, lo que contribuye a que la atención profesional sea más tardía y menos efectiva (18).
Estos factores también influyen en el mantenimiento de la obesidad porque interactúan entre sí y generan un círculo vicioso que dificulta ajustar la alimentación y fomentar la actividad física, además, moldean el entorno social en cuanto a la percepción, valoración y conductas relacionadas con la obesidad, lo que complica su tratamiento y mantiene las desigualdades en la prevalencia según el nivel dentro de la escala social (19). Es necesario considerar estos aspectos para diseñar intervenciones adaptadas a cada contexto que realmente tengan mayores posibilidades de éxito.
9. Publicidad que enferma
A través de la accesibilidad de los medios de comunicación se ha dado apertura la publicidad en alimentos que en su mayoría va dirigida a niños y adolescentes, generando un impacto en sus preferencias y elecciones alimentarias; sin embargo, la evidencia indica que su influencia en la obesidad infantil no es la prinicpal causa de la obesidad infantil, pero en conjunto a otros factores como el comportamiento de los padres y el gasto energético por actividad física se crea un ambiente propicio para la ganancia de peso excesiva y el fomento de malos hábitos (20).
Toda esta información ha sido respaldada por diversos estudios que analizan países donde está prohibida la publicidad de alimentos dirigida a niños y en los que se ha observado una disminución en las tasas de obesidad infantil, algunos ejemplos se encuentran en lugares como Quebec y Suecia y se considera que estos resultados están relacionados con dicha prohibición de la publicidad (21).
10. Microbiota intestinal y obesidad
En todo nuestro organismo habita una gran variedad de microorganismos que, según su tipo y diversidad, pueden generar beneficios para la salud, en el caso de la obesidad se ha observado una menor diversidad bacteriana junto con un aumento en la proporción de ciertas bacterias mientras que otras disminuyen, estos cambios provocan alteraciones en el metabolismo de compuestos en el intestino como algunos ácidos grasos y ácidos biliares lo que contribuye al desarrollo de la obesidad a través de varios mecanismos como afectar el equilibrio energético, aumentar la síntesis y el almacenamiento de lípidos, modular el apetito y el comportamiento alimentario central y promover una inflamación crónica de bajo grado (22).
Este cambio en la composición de la microbiota intestinal cuando se presenta obesidad puede estar relacionado con un mayor aprovechamiento de la energía de los alimentos ya que ciertas bacterias favorecen la producción de transportadores de nutrientes y enzimas que facilitan su absorción y además el consumo frecuente de dietas ricas en grasas también contribuye a estas alteraciones (23).
Al considerar estos diez factores, podemos reflexionar y desmitificar la idea de que la obesidad se debe simplemente a una falta de voluntad para iniciar una dieta o una rutina de ejercicio, ya que detrás de ese cambio de conducta existen múltiples barreras que influyen de manera significativa en el desarrollo y mantenimiento de la obesidad; no debemos olvidar que vivimos en un entorno que constantemente favorece los hábitos que promueven la ganancia de peso y enfrentarse a ese entorno puede ser mucho más difícil para unas personas que para otras, lo cual nos invita a reconocer que esta problemática es mucho más compleja que una simple cuestión de querer o no querer cambiar habitos que se han venido forjando por años y en algunos casos normalizados por la familia.
Aunque la obesidad es una condición compleja, a lo largo del tiempo se han planteado soluciones simplistas que no consideran todos los factores involucrados ni abordan la enfermedad de manera integral, esto ha llevado a fallas en el tratamiento y, como consecuencia, a que se responsabilice injustamente a quien la padece, por eso es importante que tanto las personas que viven con obesidad como quienes las rodean reflexionen sobre todas las causas previamente mencionadas para evitar juicios de valor y estereotipos, y en su lugar se promuevan entornos amables que favorezcan la actividad física y el acceso a alimentos saludables.
¿Todavía piensas que solo es cuestión de moverte más, hacer más ejercicio y comer menos?
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