#8M: un testimonio en la marcha de la sororidad

Mar, 11 Mar 2025
“Somos el 8M de las que ya no están”, “Ni una más, ni una más, ni una asesinada más”, “porque vivas se las llevaron, vivas las queremos”, entre las consignas
“Con orgullo de nuestra lucha y sin miedo al qué dirán”, marchó la autora de esta crónica, estudiante de Comunicación de nuestra universidad
  • El contingente de la IBERO en la marcha del #8M. Foto Natalia Silva

La única estatua que permaneció limpia y protegida por vallas de metal (ya con leyendas feministas pintadas sobre ellas) fue la ‘Antimonumenta’ de la Glorieta a las Mujeres que Luchan; la única estatua a la que se le permitió ver la marcha con su vestimenta violeta intacta, erguida sobre la marabunta que marchaba a sus pies.  

Todo comenzó esa mañana del 8 de marzo, entre el sonido de los pájaros y el de los barrenderos que hacen su trabajo antes de que las pisadas de los citadinos inunden las calles. Caminé junto con Natalia por las calles de la colonia Romero de Terreros en Coyoacán, como en un sábado cualquiera. Excepto que esta no era una mañana ordinaria y nosotras avanzábamos con decisión hacia el Monumento a la Madre para marchar por un México que, por lo menos, no sea feminicida.  

A las 10:56, mi amiga (mis ojos en la espalda por el resto de la marcha) y yo salimos de su casa para dirigirnos al punto de reunión acordado con el resto del grupo sureño que buscaba compañía para llegar al Monumento a la Madre y unirse con el contingente IBERO. Natalia llevaba una playera con la leyenda “Somos el 8M de las que ya no están” a la espalda y un paliacate rosa en su mano izquierda. Yo la acompañaba con una playera verde limón (color del feminismo a favor de la interrupción segura y legal del embarazo), una gorra negra para el sol y un cartel cargando bajo el brazo cuyo mensaje decía “¿No te da pena que yo sí entiendo el “NO”? y tenía la imagen de mi perro pegada debajo. Con orgullo de nuestra lucha y sin miedo al “qué dirán”, nos dirigimos al punto de encuentro.  

Al llegar, fuimos con el grupo hacia la estación de Metrobús “La Bombilla” y tomamos el primero que pasó, a las 11:03 am. Lo vacío del transporte nos causó extrañeza puesto que, para la hora que era, el transporte público ya debía de estar lleno de manifestantes, pero nosotras no veíamos tonos de morado o verde más allá de la vestimenta propia. Preguntando, concluimos un error en nuestra elección de transporte y trasbordamos, ¡oh diferencia! Desde el púrpura más oscuro al más claro, el vagón (ahora sí, el correcto) se teñía de feminista entre carteles y pañoletas. Al abrirse las puertas en la estación terminal, “Insurgentes”, el morado corrió desde el vagón a la Glorieta de los Insurgentes. Vendedoras inmediatamente comenzaron a ofrecer pañoletas “a diez”, “a veinte”. Compramos un par y caminamos al unísono hasta llegar al Monumento a la Madre con el contingente IBERO. Ahora sí, nos mezclamos con el resto de la marea morada. 

Inmediatamente, la estructura de la marcha resultó clara: los contingentes iban en el medio y en los extremos, ya sea saludando o caminando, estaban aquellas mujeres que apoyarían la causa a su propio paso, sin dejarse llevar por el resto de la marabunta. La mayoría de las mujeres reunidas eran jóvenes, pero ocasionalmente se cruzaba en nuestra línea de visión una cabellera blanca que gritaba con la misma fuerza y convicción que las demás. Otras, eran madres que llevaban a niñas pequeñas (de unos seis años) agarradas de su mano y algunas de las niñas cargaban su propio cartel. Todas, viendo hacia adelante, con la frente en alto y cantando al unísono: “NI UNA MÁS, NI UNA MÁS. NI UNA ASESINADA MÁS”, “NO SOMOS UNA, NO SOMOS DIEZ. PINCHE GOBIERNO, CUÉNTANOS BIEN”, o la más dolorosa por asemejarse a un sueño utópico, “PORQUE VIVAS SE LAS LLEVARON, VIVAS LAS QUEREMOS”.  

 

De 'desconocidas' a 'hermanas' gracias a la sororidad

Sin importar el conocimiento que tuvieras de la persona a tu costado, si comenzaba con alguna de las consignas, cuantas la escucharan debían terminarla. En la protesta se desvanecieron las desconocidas y permanecieron solo hermanas, halagando el cartel de las demás, ofreciendo agua y aplaudiendo a todas por igual: sororidad. Resultó increíble que, con más de 200 mil mujeres reunidas, no hubiera una pizca de desconfianza entre la sopa de personas que ahí se encontraba. Sin importar el sol abrasador que se les abalanzaba, mujeres bailaban al son de los tambores acompañantes en la marcha mientras las demás les aplaudían entre risas y bailaban junto con ellas, pero sin robarlas de su momento.   

A falta de policías, el orden fue impuesto por las asistentes de manera implícita y no derivada de un rencor al poder; más bien, se imponía por un interés genuino de mantener la salud de las asistentes. Quienes querían practicar la iconoclasia eran libres de hacerlo, se cubrían la cara, decoraban la propiedad pública de algo mucho menos preocupante que sangre y en cuanto terminaban de hacerlo se incorporaban a la marcha de nuevo, aplaudidas por los coros de quienes las observaban: “ESA MORRA, SÍ ME REPRESENTA”. Las estatuas que se levantaban en ambas aceras de Paseo de la Reforma no podían ver lo que sucedía pues se les habían cubierto los ojos con pañoletas púrpuras y verdes y sus trajes intercambiaron el gris por morados, naranjas y rosas de una lata de aerosol.

 

Salteados entre los carteles, de repente nos encontrábamos algún puesto de papas, otro de congeladas que no necesariamente eran atendidos por mujeres. Bajo las sombrillas de sus carritos, los hombres preparaban papas para los estómagos que ya a las 2 de la tarde debían llenarse con lo que fuese. Aparte de las estatuas, estos eran los únicos hombres presentes en la marcha, personas que iban a trabajar y así se entendió. Uno que otro debía cruzar la avenida, pero lo hacían a paso veloz, abriéndose paso entre las manifestantes que simplemente se partían como el Mar Rojo y de nuevo se comprimían para seguir la ruta. Eso sí, ningún hombre se encontraba codo a codo con las mujeres que ahí estábamos, al menos ningún hombre mayor a 12 años.  

 

"Nos sembraron miedo, nos crecieron alas"

Pasando la Glorieta de las Mujeres que Luchan y llegando a la Torre Caballito, se hizo un cuello de botella y el paso firme se detuvo. Los deseosos contingentes intentaban escabullirse los unos entre los otros para avanzar más rápido logrando la desintegración temporal de los mismos. En esa pausa, pude observar todo aquello a mi alrededor. En las vallas que protegían la Fuente de la República, se sentaban triunfantes alrededor de veinte mujeres que gritaban las consignas con el puño hacia el cielo y sus carteles en alto para que todas las detenidas nos uniéramos a ellas. Entre los carteles de las valientes, algunos decían: “La revolución será feminista”, “Justicia para Fátima” y se levantaban junto a una bandera LGBTQ+ situada en el centro.  

Entre los carteles, algunos temas parecían repetirse por encima de los otros: “Las niñas no se tocan”, “Si miraras con nuestros ojos, gritarías igual”, o la célebre frase de Gisele Pelicot, “La vergüenza debe cambiar de bando”. A pesar de que se repitieran las leyendas de manera textual, cada cartel era distinto, algunos tan simples como una cartulina con plumón y otros intrincadamente decorados con flores de papel y pintura, pero ninguno menos especial que el otro. Otra temática recurrente eran las alas como símbolo de la libertad que se busca con la lucha por la equidad y también como referencia a la ahora icónica canción de Vivir Quintana, Canción sin miedo, y la línea “Nos sembraron miedo, nos crecieron alas”. 

Entre las miradas de confusión que empezaron a aumentar con el alto de la marcha, los contingentes empezaron a avanzar por los recovecos de la multitud. Con ellas, yo avancé agarrada de los hombros de Natalia y con la parte del contingente que se había atascado junto con nosotras. Escabulléndonos como pudimos, pasamos la Fuente de la República y nos unimos a la mayoría del contingente IBERO. Para este momento, el día se había hecho tarde y ya eran las 4:07. En ese momento, caminamos hacia el Metro Juárez para emprender el viaje de vuelta. Escurriéndonos hacia el costado de la protesta, logramos salir de la multitud. En cuanto quedamos las dos solas una vez más, extrañamos la manta morada que nos cubrió durante cuatro horas y ante su falta, entendimos lo que sentimos durante toda la marcha: sororidad.  

 

Texto: Valeria Mendoza, becaria de Prensa IBERO / Fotos: Valeria Mendoza y Natalia Silva

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