Opinión | Francisco, el Papa de las Periferias

Jue, 24 Abr 2025
  • El Mtro. Jesús Becerril González en un encuentro con el Papa Francisco.

Por: Jesús Becerril González, Maestro en Teología y Mundo Contemporáneo por la IBERO, profesor de asignatura del Departamento de Derecho

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A lo largo de nuestra vida, todas y todos encontramos personas cuyo testimonio tiene el poder de inspirar nuestros sueños y orientar nuestras decisiones. En mi caso, esa persona ha sido el Papa Francisco.

Recuerdo con emoción aquel 13 de marzo de hace doce años, cuando vi en la pantalla al primer Papa latinoamericano. Su primer gesto me conmovió profundamente y, al mismo tiempo, rompió los esquemas tradicionales con los que me estaba formando teológicamente. Pedía la bendición del pueblo antes de dar la suya. Rechazaba ornamentos ostentosos, conservaba sus zapatos negros, los de siempre, y prefería una sede sencilla. Desde ese instante supe que estaba ante un hombre que hablaba más con sus gestos que con sus palabras. Me recordó que el servicio a Dios debe ser, ante todo, un estilo de vida que transparente a un Dios cercano, compasivo y misericordioso.

Poco a poco, sus palabras y acciones comenzaron a sembrar en mí una transformación profunda, espiritual, profesional y vocacional. Su enseñanza se convirtió en brújula. Me devolvió al centro del Evangelio: la buena noticia de un Dios comprometido con la historia de su pueblo, que pone en el centro a quienes han sido marginados por los sistemas y estructuras de poder, y que no teme ejercer un profetismo valiente frente a las causas estructurales de explotación, dentro y fuera de la Iglesia.

Francisco fue un líder sin miedo a enfrentar los desafíos de su tiempo. Su autoridad nacía de la coherencia de su vida. En un mundo marcado por liderazgos que polarizan, él eligió la paz, el diálogo, la fraternidad. Fue el Papa de la amistad social, el hermano de la creación, quien nos recordó que cuidar la tierra es parte de nuestra misión cristiana. Lavó los pies de personas enfermas y descartadas, pidió perdón en nombre de la Iglesia a las víctimas de abusos y defendió a los pueblos indígenas como guardianes de una sabiduría ancestral indispensable para sanar y cuidar el planeta. Promovió el liderazgo de los laicos —especialmente de las mujeres— e impulsó con firmeza la reforma hacia una Iglesia verdaderamente sinodal, inclusiva, que camina unida en sus diferencias y aprende a escuchar, a callar y a aprender de todas y de todos.

Entre todos sus regalos, quiero destacar el que más ha marcado mi vida: haber sido llamado a formar parte de la Economía de Francisco. En 2019 nos convocaste a las juventudes del mundo a reanimar una economía que mata, que descarta, que destruye. Nos pediste soñar desde la figura de San Francisco de Asís, quien, despojado de la idolatría del dinero y del estilo de vida consumista, puede inspirarnos a construir una economía centrada en la dignidad humana y el cuidado de la casa común.

 

En septiembre de 2022, tuve la bendición de encontrarme contigo en Asís, junto a más de mil jóvenes. Ahí nos recordaste que tenemos derecho al futuro y a la esperanza, a ser verdaderos protagonistas de los cambios económicos y sociales dejándonos interpelar por las voces e historias de quienes están siendo excluidas y excluidos por los sistemas e instituciones actuales.

Dos años después, en 2024, fui llamado a ser parte de la Asamblea de Representantes de la Fundación Economía de Francisco, donde pude expresarte, con la mirada y las palabras, lo profundamente agradecido que estoy contigo y con tu ministerio, que me regaló una vocación laical plena. Hoy, mi labor como investigador y profesor universitario es también un ejercicio de fe, una manera concreta de seguir a Jesús en medio del mundo y frente a las injusticias.

Me quedo con esas tres palabras tuyas que nos dejaste en 2024: Sean testigos, no tengan miedo, no se cansen de esperar.” Estas palabras junto a todo tu Magisterio es tu legado, Francisco. Un legado que me comprometo a custodiar y transmitir. Gracias por mostrarnos con tu vida que otra Iglesia es posible, y que otro mundo también lo es.

Hoy, tu partida no apaga la luz que encendiste. Al contrario, nos llama a seguir caminando con esperanza. A seguir soñando con una Iglesia pobre para los pobres. A seguir luchando por una sociedad donde la vida sea el centro. Y, sobre todo, a vivir —como tú nos enseñaste— con sabor a Evangelio.

 

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