Opinión | Francisco y la Opción Preferencial por los Pobres

Jue, 24 Abr 2025
  • Foto: Vaticano
Por: 
Mtro. Juan Carlos López Sáenz, del Departamento de Ciencias Religiosas de la IBERO

Fueron las palabras que el cardenal Claudio Hummes le dijo al entonces cardenal Jorge Mario Bergoglio, de 76 años, al ser electo Papa el 13 de marzo de 2013. Quizá ya a la distancia de más de 12 años de papado podemos afirmar que estas palabras se convirtieron en su plan general de trabajo, aunque con muchas variantes en distintos momentos al frente de la iglesia católica romana, pues la problemática que se venía arrastrando en los dos periodos papales anteriores le requirieron tiempo y le generaron tensión, rechazo y abandono por parte de muchos conservadores.

El cardenal Jorge Mario Bergoglio fue quien eligió su nombre: Francisco; dicha elección mostró, más allá de una mera simpatía por San Francisco de Asís, una toma de postura: renovar la iglesia, al igual que el “poverello de Assisi”, al mismo tiempo que mostrar una iglesia más pobre y más acorde a las realidades del siglo XXI. Su mismo estilo de vida del Papa Francisco nos evoca la sencillez y simplicidad del santo de Asís. Pero más allá de su estilo personal, su labor como pastor de los católicos en todo el mundo estuvo inclinada hacia los más pobres, particularmente hacia los migrantes de distintas latitudes, recordemos cómo su primera visita como papa fue a la isla de Lampedusa, donde llegan muchísimos migrantes en busca de refugio; además, encontramos distintas acciones que nos muestran esta predilección del Papa.

En muchos sectores del catolicismo fue reconocida su labor por reformar la iglesia en su jerarquía; fue emblemática la propuesta de un modelo de pastor -sobre todo dirigido hacia los sacerdotes, obispos, etc.-, invitando a que estuvieran en medio de su rebaño, que olieran a oveja; lanzó la invitación para que la jerarquía eclesiástica estuviera “magullada, herida y sucia” por estar inmersa en el rejuego de la historia y de la problemática donde se encontrara su feligresía. Además, inició una reforma en la Curia Vaticana, trabajó por lograr un saneamiento en el Banco Vaticano; su preocupación por las minorías excluidas y muchas veces condenadas por la doctrina católica, lo llevó a buscar una mejor atención pastoral más incluyente y compasiva hacia estas minorías.

Tuvo atisbos proféticos al denunciar la explotación irracional de la madre tierra en su encíclica Laudato Si’; no guardó silencio y echó en cara a las naciones del norte su inhumanidad hacia quienes sufren a consecuencias de la migración hacia otros continentes o países en busca de mejores condiciones de vida; o las distintas críticas hacia las políticas migratorias del entonces candidato Donald Trump, calificando como anticristiana la construcción de un muro fronterizo. Ante los conflictos armados, recordemos la declaración de guerra de Rusia hacia Ucrania, su discurso siempre invitó a la paz y condenar la guerra injusta.

En los dos puntos anteriores vemos un giro significativo (¿copernicano?), pues se pasó de una moral centrada en lo sexual -donde Juan Pablo II se enfocó en condenar tanto el uso de los métodos anticonceptivos, el matrimonio homosexual, el aborto, etc.-, a una moral social fundada en el pensamiento social cristiano, dirigiendo ahora gran parte de su magisterio pontificio hacia problemas que afectan y ponen en riesgo a la humanidad: la crisis ecológica global, el armamentismo nuclear, la guerra injusta hacia naciones menos “armadas”, la desigualdad abismal entre pobres y ricos. Ciertamente todos estos cambios o reformas le trajeron un rechazo por un sector conservador de la jerarquía católica, sobre todo de muchos prelados de la iglesia de Estados Unidos.

Francisco, “venido del fin del mundo” como él mismo se presentó, estuvo en contacto y tuvo conocimiento de la Teología que se generó en el continente del cual provenía: la Teología de la Liberación, fuertemente condenada y demonizada por los dos papas anteriores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, este último acérrimo perseguidor de los teólogos de la liberación, de los teólogos europeos progresistas; en esta teología Francisco encontró un sólido fundamento para su trabajo como pastor: la opción preferencial por los pobres. Poco a poco reivindicó a los grandes pensadores de esta corriente teológica: Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Jon Sobrino, etc. Y con esta revaloración implícitamente validó la reflexión teológica hecha desde los países del sur global, desde aquellos con nuevos saberes muy contrapuestos al de las epistemologías del Norte.

Podríamos extendernos páginas y páginas describiendo, analizando, valorando todo aquello que Francisco hizo, o dejó de hacer, durante su Pontificado, por ejemplo, analizar sus intervenciones espontáneas -a pie de banqueta como dirían los clásicos del periodismo-, sobre temas actuales; valorar si logró o no una reforma dentro de la curia romana, o si desde sus discursos logró una inclusión real en la vida de la iglesia de las minorías sexuales, etc., etc.; o si dio una respuesta significativa ante la problemática de los abusos sexuales hacia menores por parte de clérigos en países de América, Europa y Asía. Pero por cuestiones de espacio y tiempo lo dejamos para otros espacios de análisis, estudio y reflexión teológica.

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